sábado, 6 de agosto de 2016

EL ACTO DE HABLA INDIRECTO: UN PASAJE DE “EL OJO DEL LEOPARDO” (II)

           No le será difícil al lector, incluso al no iniciado en el concepto de acto de habla indirecto, intuir en qué consiste, si observa con atención las intervenciones de Mister Pihri escritas en negrita: en ellas parece informar de algo al capataz, pero se ve que en el fondo va más allá, de que pretende decir algo más. En efecto, el primer enunciado (1) encierra una petición: “póngame un té”; la segunda secuencia (2) viene a equivaler a la presentación de la factura por el “pequeño servicio” de lograr el permiso de residencia: 500 huevos de la granja; y la tercera (3) supone otro pago, tal vez a medio plazo.      
           La teoría de los actos de habla se forja a partir de los años 60, dentro de la Filosofía del Lenguaje, y más concretamente a partir de los estudios de J.L. Austin recogidos en su obra póstuma Cómo hacer cosas con palabras (1962). Siguiendo esta línea, el también filósofo J.R. Searle aquilata la noción básica de acto de habla y establece una serie de distinciones, entre las que está la que diferencia los actos de habla directos y los indirectos (Actos de habla, 1969; “Indirect Speech Acts”, 1975). Un acto de habla directo es aquel en que el hablante manifiesta exactamente lo que las palabras y demás recursos lingüísticos expresan: “Póngame un té”; en los indirectos, en cambio, no se da una correspondencia entre el componente verbal explícito (fuerza locutiva) y la verdadera intención comunicativa del hablante (fuerza ilocutiva): “Madame Fillington suele invitarme a té cuando la visito”. Diríase que el sujeto se propone manifestar un tipo de mensaje, pero adopta el molde verbal de otro tipo distinto. En nuestros ejemplos, la intervención de Mister Pihri es aparentemente enunciativa, informativa de la costumbre de Madame, pero su intención es de carácter imperativo, directivo. Lo mismo ocurre en los fragmentos (2) y (3).

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