sábado, 6 de agosto de 2016

EL ACTO DE HABLA INDIRECTO: UN PASAJE DE “EL OJO DEL LEOPARDO” (y IV)


               Para completar este breve análisis, no quiero pasar por alto la manera en que el conseguidor pondera ante su interlocutor, un extranjero, la “difícil” misión que lleva a cabo en el Departamento de Inmigración, para hacerla merecedora, claro, del posterior pago en especies. Entra dentro de la misma lógica que sus intervenciones de valor indirecto y se encamina a un objetivo parecido: habla de la atenta y meticulosa vigilancia a que son sometidos los residentes extranjeros y del riesgo que corren quienes no dispongan del permiso de residencia o no tengan sus documentos al día; pueden terminar en la cárcel “por tiempo indeterminado” y, “desgraciadamente, las cárceles de este país están muy abandonadas. En especial para los europeos, que están habituados a otras condiciones”. Evitar una desgracia así, se sobreentiende, es su función y su papel en relación con el personal de la granja no autóctono. O sea, el mismo capataz con quien habla, aunque no lo nombre expresamente. En realidad,  la táctica del policía corrupto es detallar el peligro que corre quien no cumpla ciertos requisitos, haciéndolo en términos genéricos, sin mencionar, sin señalar a su interlocutor, que es a quien implícitamente se refiere como potencial objeto de la “temible” intervención gubernamental. Así no hay alusión aparente ni, por tanto, intimidación ni chantaje. Es un método similar, como digo, al de los actos indirectos, la elusión, el decir y no decir, el insinuar, el tirar la piedra y esconder la mano, etc. 



              A modo de conclusión, diría que Mister Pihri es un personaje típico de sistemas políticos y administrativos corruptos, de esos que pululan por despachos y hacen de intermediarios entre las autoridades, a las que se venden a cambio de unas briznas de poder, y los súbditos, a los que “hacen el favor” de recordarles las normas que en cada ocasión se dicten y la pena por incumplimiento, exigiendo, además, una paga de ellos por tan gran “servicio”. Es una especie de comisario y de brazo ejecutor, de policía y mafioso, que vive a costa de un Estado podrido y de quienes dejan hacer y prefieren pagar y no meterse en líos. Y todo ello, sin mancharse ni un dedo, sin correr el más mínimo riesgo, evitando soliviantar al elemento social y de decepcionar al funcionario o político de turno.
            Así, el Mister se presenta en la granja dándose pisto, presumiendo de su posición y de su función, exigiendo, amenazando, pero protegiéndose de la posible reacción del capataz, que está aún fuera de la red de intereses y de favores mutuos entre él y la propietaria, Madame Fillington. El capataz extranjero se pliega y acepta el chantaje, en parte por temor al castigo y en parte por fidelidad a su jefa. En esta compleja malla donde el abuso y la dejación conviven y se compenetran, sin que en ningún momento rechine ni un solo tornillo de la máquina, la retórica de la elusión de Pihri juega un papel fundamental, sus alusiones indirectas, que cubren con un manto de cortesía las verdaderas intenciones del agente. El capataz Olofson no es tonto y capta, pese a esa especie de veladura, dichas intenciones, pero no quiere, no puede o no sabe reaccionar para defenderse.
  

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