jueves, 4 de febrero de 2016

SEÑORITA TRINI (I)

               Los hechos son los siguientes: a raíz del triunfo de Tomás Gómez en las primarias de Madrid (*), Alfonso Guerra sostuvo que no todos los socialistas madrileños pueden considerarse ganadores, porque la victoria fue para el “Señor Gómez” y los suyos, y no para la “Señorita Trini” y los suyos. Varias ministras y mujeres con posición relevante en el partido se molestaron y expresaron su queja por lo que consideraban una falta de respeto de Guerra. Doña Trinidad subrayó que ella nunca ha injuriado a ninguno de sus compañeros de partido y ni siquiera a sus adversarios. Contestó el Sr. Guerra que él no creía haber insultado a nadie, porque llamar señorita a una mujer soltera es una fórmula de tratamiento aceptable y apropiada; pero que estaba dispuesto a pedir disculpas si sus palabras habían molestado, y a decir “señora” o “lo que sea”. Doña Trinidad apostilló que “en el partido no hay ‘señoritos’ ni ‘señoritas’, sino ‘compañeros’ y ‘compañeras’. 

              No resulta difícil apreciar que todo el lío se basa en la interpretación de la palabra “señorita”. Más adelante registraré los significados que da el DRAE, pero antes quiero hacer notar el origen andaluz de los dos personajes, Guerra y Trinidad Jiménez, circunstancia importante para la correcta comprensión del pique y del consiguiente cruce de manifestaciones. También, recordar el peculiar estilo del Sr. Guerra en sus declaraciones, frecuentemente cargadas de dobles sentidos, salpicadas de sarcasmos e ironías, con un lenguaje cáustico, acerado, no exento de un sentido del humor muy personal, con el que logra a menudo caricaturizar y ridiculizar a personas y situaciones. Para ello posee numerosísimos recursos, claro está. En cambio, el discurso de Doña Trinidad es mucho más directo y desnudo de retórica, menos punzante, y su actitud menos belicosa, menos provocadora.

               Vayamos ya al diccionario de la Real Academia. De las varias acepciones que ofrece del término “señorito, a”, destaco estas, porque son las que vienen al caso: “ 2. m. y f. coloq. Amo, con respecto a los criados. 3. m. coloq. Joven acomodado y ocioso. 4. f. Término de cortesía que se aplica a la mujer soltera. 5. f. Tratamiento de cortesía que se da a maestras de escuela, profesoras, o también a otras muchas mujeres que desempeñan algún servicio, como secretarias, empleadas de la administración o del comercio, etc.”. Objetivamente, repito, objetivamente, de todos esos significados, el que más le acomoda a la candidata no elegida es el número 4, pues es una mujer no casada. Tal vez incluso el único. Aunque es posible corregir al Sr. Guerra, y así lo hicieron algunos periodistas, diciendo que lo habitual es el empleo del apellido y no del nombre. Debería haber dicho, pues, “Señorita Jiménez”, y no “Señorita Trini”. Si no me equivoco, es ahí donde reside el meollo de la cuestión y el motivo de la polémica. Esa es la clave. Porque la expresión “Señorita Trini” adquiere y evoca sentidos de los que carece el empleo del apellido. Sentidos preñados de intencionalidad, sin duda.
             
               Hasta hace poco, era normal en Andalucía que hubiera amos y criados, sobre todo en las zonas rurales como la mía. Cuidado, no digo “patronos” y “obreros”, que son denominaciones posteriores, introducidas por el discurso socialista, sindical, etc.; ni “empleados” y “empleadores”, “jefes” y “subordinados”…  En aquel contexto antiguo, los que contrataban (por decirlo de alguna manera) y mandaban en los operarios eran los “señoritos”, denominación genérica para el colectivo noble, que era el que gozaba de propiedades y necesitaba disponer de trabajadores. En mi pueblo, zona netamente latifundista, coincidían con la casta de los ricos terratenientes, que actuaban como caciques. La relación jerárquica entre los de arriba y los de abajo no distaba mucho de la que regía en la época feudal, de la que este sistema que describo era seguramente heredero. Los criados pertenecían casi en cuerpo y alma a sus amos, a sus “señoritos”. Si se trataba de criadas, la pertenencia corporal se aplicaba con todas sus consecuencias, cuando así le apetecía al señorito. En cuanto a la esposa del amo o a su madre, sus hermanas, etc., se les solía llamar “señoras”, más que “señoritas”, que de todos modos no quedaba excluido: esto es importante tenerlo en cuenta. A las hijas e hijos sí se les llamaba con el diminutivo. Por último, en todos los casos, el tratamiento de “señorito”, “señorita” o “señora” en boca de la gente popular (los criados) precedía al nombre, nunca al apellido. Quiero añadir que, no obstante, no quedaba excluida la fórmula, más general en el dominio español, “don” o “doña”, que se usaba para todas las personas adultas de reconocido relieve social, como médicos, abogados, etc. y también para los amos, aunque estos no tuvieran ni el graduado escolar.

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(*) Octubre de 2010



SEÑORITA TRINI (y II)

http://politica.elpais.com/politica/2015/09/17/
actualidad/1442491380_426064.html
Supongo que por ampliación y depreciación semántica, o bien por corrimiento metonímico hacia zonas colaterales, surgió el significado número 3, “joven acomodado y ocioso”, que ya es peyorativo. Donde vivo también se le dice a aquel o aquella ‘que gusta de que le sirvan‘, aunque carezca de posibles, y equivale a ‘comodón’. Igual que otro uso, no recogido por el DRAE, aplicado a las mujeres que, sin serlo, quieren parecer  señoras o señoritas  por su manera de vestir, de comportarse, etc. En él se aprecia una coloración claramente irónica. Equivale, como casi sinónima, a una formación léxica derivada, “señoritinga”, bastante ofensiva y llena de sarcasmo, que también empleamos mucho en Andalucía, aunque el DRAE lo recoge como general. Esta no la aplicó Guerra a su compañera  porque -digo yo- quizás habría perdido él la protección y el escudo que le daba la ambigüedad de “señorita”.  En síntesis, si yo le digo a una chica de mi tierra, con el tono apropiado, que es una “señorita”, he de esperar que se irrite, porque la estoy motejando de perezosa, o de creída, o de las dos cosas a la vez. Más todavía, le estoy insinuando que es una ricachona, explotadora, de la casta de los antiguos señores/as feudales, cacicona y cosas así, porque se trata del núcleo semántico fundamental que ha permanecido hoy del significado 2, que hace de la palabra un insulto. Y, por añadidura, tendré la coartada que me proporciona apelar al sentido más general del término "señorita", como mujer soltera.

               ¿Se comprende ahora que a Doña Trinidad, dado su rango, su filiación ideológica oficial, su autoimagen social, etc., le fastidiara la calificación que se buscó el Sr. Guerra? Desde luego, no podía haber cogido otra más cargada de pólvora y metralla, según es habitual en el prohombre sevillano; sobre todo, cuando, como en esta ocasión, se trata de reprender a quienes toma por adversarios, aquí los que aspiraban a ser vencedores y no han sido. Había que bajarles los humos, pensaría, a estos/as que, estando abajo, pretenden ascender de nuevo a la altura de la posición perdida. La Sra. Jiménez, ella al menos, captó el mensaje al completo, como no podía ser de otro modo, siendo del lugar. Recordemos lo que contestó: “En nuestro partido no hay ‘señoritos’ ni ‘señoritas’, sino compañeros y compañeras”. Frase que no se refería, evidentemente, a la condición de casados/as o solteros/as de sus conmilitones. Ahora se entiende lo que Guerra le dio a entender y ella entendió perfectamente.

               Termino con una suposición, una sospecha: creo que el Sr. Guerra disfrutaría de lo lindo al zaherir a su compañera, especialmente a ella, porque sabía que, como andaluza también, se haría cargo de la malévola intención, y porque estaba seguro de que su disparo daría en el centro de la diana. Y gozaría Don Alfonso, sobre todo, al sacar una vez más a relucir su imagen de descamisado por antonomasia, de maniquí de la pana, de dechado del look currante, de supuesta bestia negra de caciques déspotas y “señoritos” carcas. Lo nuevo es que esta vez le ha tocado a una socialista, justamente la respaldada como candidata por Zapatero. Los hay que no gastan pólvora en salvas.