lunes, 25 de enero de 2016

REPETICIONES (I)

               Vuelvo sobre el fenómeno de la repetición, que ya traté en un artículo anterior.  Su enorme importancia en el proceso de comunicación, por el extraordinario rendimiento que proporciona, lo merece.

               Distinguía en aquella breve y sencilla exposición varias clases de repetición, expresiva, métrica, didáctica y modal, dejando al margen la debida al descuido o la carencia de medios para evitarla, cuando así lo piden las circunstancias. Siendo diversas, las cuatro presentan un factor común: aparecen y resultan funcionales dentro de los límites del texto o, más aún, dentro del espacio de la oración. Ahora pretendo salir de ese contorno, ampliar la panorámica, y situar la repetición en el campo de la intertextualidad: “La intertextualidad es la relación que un texto (oral o escrito) mantiene con otros textos (orales o escritos), ya sean contemporáneos o históricos; el conjunto de textos con los que se vincula explícita o implícitamente un texto constituye un tipo especial de contexto, que influye tanto en la producción como en la comprensión del discurso”(*). Esa relación entre textos puede ser muy diversa, desde la ampliación al resumen, desde la cita a la influencia inconsciente y dispersa, desde la variación hasta el plagio.

http://www.freepik.es/fotos-vectores-gratis/profesor
              Precisamente es en el plagio donde voy a centrarme. En especial, en un tipo específico que llamaré “autoplagio”. Se da cuando una persona o un colectivo (partido, organización, institución, empresa…), actuando como emisor, oralmente o por escrito, dicen más o menos lo mismo que ya han dicho en otra u otras ocasiones. Será de carácter “total”, si la reiteración abarca contenido y forma, o sea, si expresa lo mismo con las mismas palabras; o “parcial”, si aparecen  algunas novedades, más o menos leves o marcadas. Naturalmente, se trata de una gradación entre extremos. Un rasgo esencial, propio del autoplagio, es su legitimidad frente al simple plagio, que entra dentro de los delitos comunicativos (sobre todo, de la comunicación literaria) y que aun las leyes del país condenan en determinadas condiciones. Generalmente, el autoplagio se sitúa en el ámbito de la propaganda, en el sentido más amplio del término.



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REPETICIONES (II)

             
             

https://raulzarrabal.wordpress.com/2010/05/28/
como-hacer-una-entrevista-periodistica/
               ¿Cuándo y por qué una persona o un grupo se deciden a copiarse a sí mismos y manifestar lo que ya han expresado una o muchas veces? Varios pueden ser los motivos; de ellos, voy a atender principalmente a dos: que el receptor (individual o colectivo) lo pida, para una mejor comprensión del mensaje o para sacarlo del olvido, o bien que el emisor juzgue conveniente volver sobre lo expuesto por alguna razón relacionada con la recepción en un determinado escenario. Por ejemplo, la pretensión de que el público fije en la memoria el mensaje al reiterarlo y llegue incluso a modificar la percepción de dicho mensaje obtenida antes de ser multiplicado. 
               Me estoy aproximando, no sé si se ve, al conocido principio seis, de los once que el “padre de la propaganda nazi”, Joseph Goebbels, estableció y aplicó; el llamado “principio de orquestación”. Reza así: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad” (*). Está muy de actualidad hoy tal consigna en el mundo de la publicidad y también en el de la política, en donde los agentes de la comunicación parecen más orientados hacia objetivos propagandísticos, que informativos o incluso formativos.
http://www.cienciaonline.com/2010/01/29/
leer-por-hablar-dictar-apuntes/
               Se sabe que el postulado goebbelsiano funciona en bastantes momentos, da resultado. Ahora bien, según he podido observar (a ojo de buen cubero, claro está), su poder se debilita en algunas situaciones y queda como un recurso estéril, que puede llegar incluso a ser contraproducente. Mencionaré dos: cuando se encarna en un discurso pobre, del tipo de autoplagio total además, y/o cuando no se tiene en cuenta que ante un mismo público es bastante arriesgado repicar una y otra vez con la misma campana. Se está, entonces, a un paso de generar cansancio y llevar al oyente o lector hasta el hastío y el rechazo.
               Hay oradores en la política con capacidad para superar estos peligros, gracias a su habilidad y acierto en decir lo mismo de mil maneras diferentes. Otros, en cambio, reproducen continuamente y en todas partes el papelito que le mandan desde arriba, a veces sin poder levantar la vista de lo que contiene escrito. Me recuerda los apuntes milenarios de muchos profesores, con hojas que el tiempo ha teñido de color amarillento. Porque también los docentes andamos merodeando las arenas movedizas del autoplagio, de las que nos salva casi siempre la continua renovación del alumnado.

(*) http://www.culturizando.com/2013/04/los-11-principios-de-la-propaganda-nazi.html)

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REPETICIONES (III)

    
http://weblogs.upyd.es/guadarrama/2015/05/08/
comienzo-de-la-campana-electoral-en-guadarrama/
               Las campañas electorales o publicitarias constituyen la prueba del algodón en el asunto que analizamos. Los equipos de campaña diseñan un guión temático general (donde se incluyen, por ejemplo, los célebres argumentarios), que orienta mítines, ruedas de prensa, artículos de opinión, eslóganes, cartelería, cuñas de radio o televisión, etc. Dentro del plan va implícito el principio de orquestación y, por tanto, el continuo autoplagio. Dentro de la política, las acciones concretas que despliegan los candidatos y sus colaboradores ponen de manifiesto quiénes son mejores y peores en el arte de la elocuencia.
               Pero ¿cuál es el criterio de aceptabilidad y de plausibilidad de una repetición intertextual y, por ende, la base de calificación de los ejecutores? Para responder, conviene sentar antes una premisa: en este mecanismo comunicativo, como en tantos otros, siempre prima la opinión del receptor, que juzgará oportuna o inoportuna la repetición intertextual del propio discurso.  Antes mencioné dos tipos de situaciones de alto riesgo para la reiteración del discurso propio. Ahora añadiré que el destinatario suele reaccionar negativamente si no ve justificación alguna en el autoplagio (“Eso ya lo sabemos”, “Ya lo hemos entendido”, “Está más que claro”, “Siempre dice lo mismo”, etc.), hecho que es muy posible y bastante probable cuando dicho destinatario es siempre el mismo (como ocurre con los mensajes en televisión y radio: anuncios, entrevistas, debates o tertulias…). Ante ello, la mejor forma en que el emisor puede atajar este problema (al menos, la más usual) es camuflar, disfrazar el mensaje que se repite, haciendo que parezca nuevo, tal como se encarga de recoger el principio de orquestación: “… presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas…”. Triunfar en semejante tarea depende del saber hacer del autoplagiador, de su capacidad oratoria. En favor de quienes se dedican a la labor propagandística en todas sus modalidades, por vocación o por destino, diré que la retórica del autoplagio es un arte, y un arte bastante difícil, sobre todo si la sociedad está cada vez mejor formada como receptora de mensajes de todo tipo.
               La repetición de mensajes en las llamadas redes sociales es otra historia, que merece análisis aparte. La informática permite desde hace algunos años crear miles de falsos usuarios, llamados bots, que pueden realizar diversas tareas, entre ellas apoyar a un candidato, ensalzar las cualidades de un producto, etc., tantas veces como se haya dispuesto por quienes los controlan; también criticar, injuriar a los adversarios, acusar a la competencia, etc.

domingo, 17 de enero de 2016

DAR POR SUPUESTO (I)

               Uno de los ámbitos más sugestivos para el analista y el estudioso de la comunicación es el de la política, solo comparable al de la publicidad  -si es que son distintos-, por la cantidad de recursos, estrategias y procedimientos que moviliza, en busca de una imprescindible eficacia (dejo al margen la literatura, que va por otros derroteros). El que pretende que le compren una partida de jamones con dinero o le otorguen un sillón de diputado con votos no escatima en medios, pues se juega mucho. Me quiero fijar aquí en una táctica con la que los padres de la patria pretenden  -y consiguen con frecuencia-  persuadir  -si no convencer-  a sus hijos patriotas. Se basa en un mecanismo textual-comunicativo muy común y bastante fácil de manejar. Suele denominarse técnicamente “presuposición” o “implicatura” (son conceptos distintos, pero no entraré aquí en detalles); en la lengua general se le nombra con la palabra “suposición” o con la expresión “dar por supuesto” y otras. Acudiré a unos ejemplos:

                    “Ya ha llegado Norberto. Me ha venido un olor a caballo…”
                    “No os preocupéis por el aprobado, porque este año nos da Ciencias Don Manolo”
                    “Vengo deslumbrado. Por fin he conocido a Ana María. Felicidades, hermano”
                    “Aunque no tengas hambre, prepárate para rebañar los platos si vas a la casa de Juanma.   Incluso puede que te dé algo para la cena”.

En todas estas secuencias se da por supuesta una porción de información, que queda omitida. Pertenece a lo que el emisor y se piensa que el receptor ya saben acerca de lo que se habla y, en todo caso, es fácilmente deducible:  
                   Norberto anda siempre con caballos y puede que se asee poco
                   Don Manolo es lo que se llama “un mogollón” en el argot estudiantil
                   El “hermano” tiene una amiga o novia bellísima
                  Juanma suele presionar a sus invitados para que coman.

http://www.grupoinformador.com.mx/media/2013/08/36.jpg
               Siempre, sea cual sea el tipo de comunicación y de texto, callamos parte de la información que fluye, pensando que es  -o se supone que es-  conocida  y aceptada por los asistentes y muy fácil de inferir; de lo contrario, se caería en la redundancia. En el caso de los cuatro ejemplos, se trata de unas particularidades de los personajes nombrados, tomadas casi como inherentes a ellos y/o atribuidas sin discusión en el entorno. 


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DAR POR SUPUESTO (II)

               Cabe la posibilidad de que el emisor esté en lo cierto y esos individuos sean o se juzguen como sugiere; o, por el contrario, que sus insinuaciones no se correspondan con la realidad o no todo el mundo vea las cosas así. En ambos casos, lo que cuenta es la posición y reacción del receptor: a) no acepta lo que su interlocutor da por sentado calladamente, saca a la luz lo que ha presupuesto, le pide explicaciones o lo desmiente, denunciando su intención de engañar y descubriendo la trampa (o, en el mejor de los casos, le afea su ignorancia) ; b) conoce a las personas nombradas  -o su fama-  y admite sin problema lo que se da por supuesto en los enunciados; c) consciente o inconscientemente, toma como axioma indiscutible lo que insinúa el emisor e incluso lo incluye como información nueva en su acerbo. Repárese en que la aceptación como verdadera de dicha información presupuesta  es condición indispensable para la admisión de  lo expresado con palabras, tal como sucede en las situaciones (b) y (c), y que, por el contrario, la situación (a) debe valorarse como un fracaso comunicativo.
http://www.irreverendos.com/?p=7158
               En el discurso del político mitinero, el principio del principio es que el público llegue a captar y asumir los supuestos que sirven de base a sus argumentos para la petición del voto, imposibilitando o dificultando que ponga en tela de juicio dichos supuestos. Oigamos este consejo que da a un conocido un militante del partido SP (siglas de uno cualquiera):

                “Si vas al mitin del DB (otro partido), déjate en casa la cartera”. 

No cuesta apreciar el veneno que encierra la advertencia, donde se “informa” calladamente de que en ese partido ‘abundan los ladrones, como todo el mundo sabe’. Ya solo falta que un incauto ciudadano respalde esa acusación tan clara como bien tapada, que le lleguen mil mensajes similares, junto con la cita de algún que otro caso de corrupción, para que quede convencido de que los del DB son todos unos chorizos y mejor será votar al SP.
               En realidad, todo consiste en darle la vuelta, pervirtiéndolo, al mecanismo de la “presuposición” o “implicatura”, de esta manera: tratar una información como “implicada”, disfrazarla de indiscutida e indiscutible, hacerla parecer digna de aceptación a ciegas, vestirla de verdad lógica, científica o social, de dato obvio…, tan solo con dejarla sobreentendida en un contexto y pretender, así, que funcione como (falsa) “presuposición” o “implicatura”:

               "Rueda de prensa del Gobierno. Otra sarta de mentiras."
               "Ha salido de ministro pronto, no le habrá dado tiempo a llenarse la cartera."

Estas aseveraciones presuponen que

                El presidente del Gobierno es un mentiroso
               El ministro es un ladrón

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DAR POR SUPUESTO (y III)

               No de otro modo se crean y se afianzan tópicos y estereotipos, dogmas imaginarios, evidencias indemostradas, prejuicios de todo tipo, que tienen tanto influjo en el funcionamiento de los grupos y las sociedades.
               El juicio presupuesto está en clara desventaja respecto de las afirmaciones manifiestas, en relación con la posible evaluación de los receptores, simplemente porque permanece oculto. No es propuesto  por el emisor ni siquiera como tema de conversación, mucho menos como cuestión discutible o impugnable, y pasa desapercibido. Depende de que un receptor atento, documentado y atrevido lo eleve al plano de lo explícito y se resista a respaldarlo (situación a). Esta es una de las razones por las que la estratagema del orador avezado funciona bastante bien en la comunicación política, pues la mayor parte de los ciudadanos no sabe o no quiere o no tiene ocasión de desenmascarar a los que discursean en mítines, conceden entrevistas, redactan artículos de opinión  o participan en debates.               
               Así es, pero debería ser de otra manera. Tendríamos que tener un antídoto los que vamos a depositar el voto cada cuatro años y cada día somos sujetos pacientes de las medidas que adoptarán aquellos a quienes elegimos. Y no es otro que incrementar o no perder nunca nuestra capacidad de distanciamiento y crítica de las explicaciones y justificaciones del político, incluso  -quizás sobre todo-  de sus tácitos fundamentos.

domingo, 3 de enero de 2016

"... QUE TE CAGAS" (II)

               Hace unos días que se viene discutiendo sobre oraciones del tipo “Come que da gusto” en el seno de un grupo virtual de filólogos al que pertenezco (“Sintaxis, por Alfonso Ruiz de Aguirre”, Facebook). Concretamente, son dos las cuestiones que se tratan: la posible elipsis de una fórmula ponderativa con la palabra “tan/ tanto” (“Come [tan bien/tanto,] que da gusto”), por considerarse innecesaria en la mayor parte de los contextos; el otro aspecto es la función sintáctica del complemento , con o sin elipsis “[tan bien/tanto] que da gusto”, que la mayoría considera circunstancial de modo.
               Me interesa  aquí pararme, sobre todo, en el hecho de la elipsis. En general, podemos distinguir entre la elipsis esporádica, de origen contextual (“Mi amigo está muy triste, [mi amigo] el pobre viene de enterrar a su padre”, donde se omite el segundo “mi amigo” porque se sobreentiende) y la elipsis permanente, más o menos indiferente al contexto (“Se acercó al [hombre] chino y le habló al oído”). En relación con esta segunda modalidad, se suele afirmar que la palabra que se mantiene asume el significado de la elidida, de modo que ocurre un verdadero cambio semántico por contigüidad (y morfosintáctico), igual que en “[cigarro] puro”, “[vino] tinto”, “[coche] todoterreno”, “[llamada] perdida”, etc.
               Existen construcciones en castellano que admiten ser analizadas a la luz del principio que acabo de exponer. De una de ellas es muestra la oración de nuestro grupo filológico, “Come que da gusto” y otras parecidas, como “Viene que se come el mundo”, ”Habla que es una maravilla”, etc., en las que el verbo tiene carácter predicativo. Si no me equivoco, abundan en cambio en nuestra lengua las del verbo copulativo “estar”. Así, “El jefe está que se sube por las paredes”, “La cosa está que arde”, “El protagonista está que se sale [por los bordes]”  y otras muchas. Desde mi punto de vista, suceden varios fenómenos en estas oraciones:  1) no hay valoración cualitativa o cuantitativa explícita con “tan/tanto, 2) la secuencia iniciada con “que” (casi siempre de valor metafórico) sufre una mutación por incorporación del significado del elemento supuestamente desaparecido, 3) la función sintáctica de dicho elemento es la de atributo y el verbo “está” es copulativo.
               La elipsis que sugiero en (1) tiene carácter permanente y resulta de tal naturaleza, que, si quisiéramos reponer el texto supuestamente desaparecido, no solo podríamos tener dificultad para precisarlo, sino que, de hallarlo, resultaría una construcción redundante (similar al semánticamente sobrecargado “cigarro puro”), según se deduce de (2); porque, en efecto, secuencias como “que trina”, “que echa chispas” y las demás que cito a continuación, ya poseen en sí mismas el significado del sintagma al que sustituyen: “tan enfadado” o “tan nervioso”, por ejemplo. Veámoslo en estas oraciones: “La situación está que pega tiros”, “Estoy que pellizco los cristales”, “El alcalde está que pega bocados, … que trina, … que echa chispas, … que le sopla a la ensalada, … que echa humo, …que muerde, …que revienta, … que pega botes”, etc. ¿Es necesario decir “Estoy tan nervioso que pellizco los cristales” sin que parezca que sobra hacer explícitos mi “irritación” o mi “nerviosismo”? Parece que no. Y no solo eso: como ocurre cuando uno cuenta un chiste y luego lo explica, aquí la acción tan violenta como inútil (y, por tanto, cómica) de intentar pellizcar los cristales pierde mucha de su fuerza expresiva.
               Por último, se oye frecuentísimamente en la lengua coloquial la expresión "que te cagas", para encarecer cualidades sobre todo positivas: "La comida está que te cagas", "Metió un golazo que te cagas", "Tengo un hambre que te cagas" (con las personas y los tiempos verbales inmovilizados). Creo que es una secuencia inamovible, fija, no construida, que ejemplariza mejor que otras el análisis que he realizado en los párrafos anteriores, Así se aprecia en esta definición del diccionario académico, que la cataloga como "locución adjetiva", eso sí, "malsonante, coloquial": "que te cagas: 1. Loc. adj., malson., coloq. Esp. Muy bueno, excelente. Un coche que te cagas."