miércoles, 28 de enero de 2015

DENUNCIAS

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               Estoy viendo la grabación de la entrevista del pasado 24 en la “Sexta” a Pablo Iglesias. He parado a la mitad para redactar este comentario sobre un aspecto que me parece interesante. Y también, por qué no decirlo, para descansar de oír tanta vulgaridad. A las primeras preguntas con cierto trasfondo acusatorio, referentes a comportamientos dudosos de miembros destacados de Podemos que la prensa ha señalado últimamente, el interrogado responde a los presentes, con machacona insistencia, que, en vez de airear en tertulias tantas supuestas ilegalidades, vayan y presenten formalmente las correspondientes denuncias en los juzgados. 

               Lo hacen muchos políticos cuando se ven acorralados. Y, en ocasiones, consiguen lo que pretenden: callar a los plumillas y demás interlocutores o atemperar sus impulsos, taponar una vía “peligrosa”. A algunos contertulios que consiguen no alterarse demasiado y mantener la cabeza fría, he visto tratar de defenderse (de manera muy débil), respondiendo que ellos no están para andar por los juzgados, sino para informar a los ciudadanos o ejercer la profesión a la que se dediquen.

               Todos, los que enmudecen y los que se revuelven como pueden, creo que necesitan un poco de más capacidad dialéctica. Y más formación en general, porque suelen ser de bajo nivel los debates televisivos. A ningún participante he observado que se le haya ocurrido echar mano de una modalidad de réplica muy sencilla, pero bastante más eficaz casi siempre: hacer de frontón o muro de rebote. O sea, devolver la pelota al tejado del de enfrente, diciéndole algo así: “me reitero en mis palabras acusatorias y te invito, ahora yo,  a que me denuncies por eso, ya que, si no lo haces, es que las das por ciertas, aunque insistas aquí en negarlas”. Como es natural, salvo en cuerstiones muy graves, los partidos no van a ocupar su tiempo y su dinero (las tasas hay que pagarlas) en mil juicios, lo mismo que tampoco los periodistas o tertulianos en general. Aparte de que, en el fondo, tal vez se sepan culpables o teman serlo. Ni siquiera Podemos lo hará, a pesar de que en esa entrevista repitió varias veces el señor Iglesias, con tono de amenaza, que "se verán en los tribunales" con quienes hagan acusaciones "falsas".

               El fin de unos y otros (sean o no profesionales de la comunicación) es desgastar a los del lado opuesto, delante del público televidente, y no mandar a chirona a nadie. Pero, como digo, para eso hace falta estar mejor preparado.



jueves, 1 de enero de 2015

CASTIGOS Y PREMIOS DIGITALES

               A veces le da a uno por pensar (con frecuencia, temer) que la informática sirve para todo. Lo mismo te analiza los riñones, que te busca una media naranja más o menos duradera o te ayuda a presumir de libros que no has leído. Da esa sensación cuando se difunden casos como los que os voy a contar. Una madre, desesperada, encolerizada porque su hijo solo  le cogía el teléfono cuando le venía bien o le daba la gana, ha aprovechado sus conocimientos informáticos para idear una aplicación que bloquea el móvil del chaval cuando no contesta a su mami, de modo que ni puede mandar mensajes, ni jugar, ni llamar a nadie que no sea ella misma. La señora confiesa que su hijo está desconocido, por la solicitud y amabilidad con que contesta sus llamadas. Otra, deseosa de controlar también a su prole, concretamente a una hija, colocó en los teléfonos un artilugio que le enviaba información de los puntos por donde pasaba y, como es lógico, en donde se encontraba. 
               No sé si es necesario que los padres se desvivan tanto por la seguridad de sus hijos. Seguramente, no en todos los casos. Aplaudo, sin embargo, que se utilice la técnica para pequeños servicios como los que acabo de mencionar, sobre todo educativos, y no solo para grandes creaciones, espectaculares, impresionantes, pero sin ese rendimiento en el ámbito simple de lo cotidiano.
               A mí, que no soy más que un usuario corrientito del ordenador y del móvil, se me ha ocurrido una utilidad también con orientación didáctica. Me he dedicado toda mi vida profesional a dar clases de Lengua y Literatura, lo que quiere decir que “he perdido” muchísimo tiempo en intentar que bastantes de mis alumnos mejorasen la ortografía. Casi todos los ejercicios y técnicas que he aplicado han sido inútiles. Me imagino que, desde que no enseño, el incremento de la cacografía (y otros delitos lingüístico-textuales) que noté al final de mi carrera profesional por mor de las conversaciones chateras (ahora generalizadas con el wasap) habrá llegado al infinito. Incluyo un ejemplo, que no representa los grados más extremos; el autor tiene una edad como de 4º de la ESO, pero un nivel inferior:

Aki toy ya // En el campo // Valla coaaa que me ha pasado // Mira por la tarde tava con puri iva a cerrar el mercadona y digo posbyo no comprao la bebía total me acuerdo de sus 10 y cuando me los de mi mqe los cojo otra vez y ahora va mi mae y me compra una hotella de 15 euros y ahora solo me dan 10 pk ya tengo la botella y tengo q comprq tavaco exar gasolina hielos fanta vaso puf

               Pues bien, si yo supiera de informática, al menos tanto como las madres mencionadas, crearía un resorte que, ubicado en el móvil, borrara toda palabra mal escrita, bien por error ortográfico “normal” (“j” por “g”, “b” por “v”, ausencia de tilde, etc.) bien por acortamiento (“xq”, “tbn”, etc.), de modo que el mensaje quedara truncado y fuese ininteligible.
               ¿No creéis que conseguiría cambiar la actitud descuidada e irresponsable de los niños respecto a la escritura y que hasta lograría eliminar numerosas faltas, incluso cuando estén escribiendo con boli o lápiz? Estoy convencido de que sí. Sería, sin duda, una gran ayuda para la formación en expresión escrita. Y mucho más si, como aconseja la pedagogía, el castigo telefónico se compensara con un premio, consistente en mayor capacidad del móvil para algo o más velocidad en sus operaciones.
               Lo malo es que no sé cómo se crea una aplicación como la que ha producido mi fantasía educativodigital.             
               Y, hablando ya en general, o sea, incluyendo las iniciativas de las bienintencionadas madres, lo peor es que los niños, que en esto de la tecla saben hasta latín, se pongan a indagar y, espoleados por un deseo de “supervivencia” o por el simple morbo de saltar la barrera de lo prohibido, descubran el modo de desactivar, romper, anular… sistemas como los que acabo de describir. Entonces, por desgracia, solo quedará recurrir al método tradicional, el de toda la vida: “Niño (o niña), te quedas sin móvil hasta…”.