jueves, 18 de septiembre de 2014

PULIDO

               Siguiendo con la cuestión de las palabras que han llegado o están muy cerca de la desaparición, tratada en el artículo anterior a propósito de “chivata”, me ocuparé en este de otra, derivada del verbo “pulir”. Según creo, esa palabra también ha fenecido.
             
               Para Corominas [1], el verbo se documenta en español a principios del XV con la forma “polir”. Proviene del latín polire, “pulir, alisar”. Con él se emparentan “polido” (hoy, “pulido”), “polideza” (hoy, “pulidez”), “pulimiento” (hoy “pulimento”, a través del italiano), “pulimentar”, “repulir”, y el archiconocido nombre de un personaje de Cervantes, Repolido, de la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo. Concretamente, me voy a referir al participio simple “pulido”(-os, -a, -as).

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               El diccionario académico cataloga el vocablo bien como adjetivo, con el significado de “agraciado y de buen parecer”, bien como sustantivo masculino, con el que se indica “la acción y el efecto de pulir”. A su vez, del verbo “pulir” ofrece una gama de significados, que van desde “alisar”, “dar lustre”, hasta “revisar”, “corregir”, “perfeccionar”, “educar para la elegancia y el refinamiento” e incluso, extrañamente, “dilapidar” y  “robar”. No recoge, sin embargo, el valor de “pulido” que, como adjetivo, tenía en mi niñez en la comarca malagueña donde vivo (y en otros lugares de Andalucía): con verbos como “estar”, “quedarse”, etc., equivalía, más o menos, a “estar sin dinero”, casi siempre como consecuencia de la mala suerte en algún juego de apuesta o, en general, por haber gastado todo el capital del que se disponía: “No juego más: estoy/me he quedado ya pulido” (léase “pulío”, que es la pronunciación de por aquí), “No puedo ir al fútbol porque estoy puli(d)o”, etc.

               Este sentido del término, de génesis metafórica, lo emparenta con uno de los significados de otro adjetivo, procedente también de participio: “limpio” (-a, -o, -os): “dicho de una persona, que ha perdido todo su dinero” (D.R.A.E.). Así, se dice “Después de la feria, me he quedado limpio”. Sin embargo, mientras que “pulido” ha pasado a mejor vida, “limpio” se mantiene y no muestra signos de enfermedad.  ¿Por qué? No hay una respuesta taxativa, como es habitual en el desarrollo de las lenguas, aunque podemos formular alguna conjetura. Por ejemplo, la difusión del adjetivo “limpio” con ese significado, mucho mayor (prácticamente general, al menos en la península). Además, el verbo “pulir” y sus derivados se han especializado considerablemente y su significado ha quedado restringido a la acción de “alisar, dar tersura y lustre a algo”, en competencia con “pulimentar”, que tiende a expandirse. Etc.

               Personalmente, tengo unido el recuerdo de la expresión “estar puli(d)o” al juego de las canicas (“bolas” o “bolones”, decíamos), al que nos entregábamos los niños casi todas las tardes en la calle. Entonces no se trataba de haber perdido el dinero para apostar; era que nos habíamos quedado sin bolas para seguir y no teníamos ni una “gorda” (décima parte de una peseta), que era el precio de cada una. En tal situación, empleábamos el verbo unas veces con sentido de ‘estado’, aludido hasta ahora, y otras con valor de ‘acción’ y, por lo tanto, como transitivo: “Lo hemos puli(d)o”, “Le hemos puli(d)o todas las bolas”. En cuyo caso, no había más que permanecer de mirón o largarse.


[1]  Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos, 1967, 2ª ed.

viernes, 12 de septiembre de 2014

LA CHIVATA

          Dicen algunos observadores de la lengua española que serían necesarias unas 3.000 palabras nuevas al año para poseer un número adecuado de denominaciones y tener el léxico a punto. La cifra no parece descabellada, sobre todo si tenemos en cuenta la gran cantidad de “cosas” nuevas, materiales e inmateriales, que penetran o aparecen en nuestro entorno inmediato y de las cuales hay que hablar; y no digamos, en el ámbito de la ciencia, el pensamiento, el arte y la técnica.
          En ese número supongo que estarán contabilizados los términos que, existiendo ya en castellano, cambian de significado y de referente, y adquieren un uso nuevo. Por ejemplo, desde hace unos años llevan los bañistas poco avezados un flotador muy simple en forma de tubo flexible, al que se denomina ya “churro”, por semejanza con la conocida masa frita en forma de rosco, propia del desayuno y la merienda; por idéntico procedimiento han dado en llamarse “roscos” los flotadores circulares hinchables. En la lengua coloquial abunda este mecanismo, el cambio semántico (debido a la metáfora, la metonimia y otras) frente a la composición o derivación, más propias del lenguaje científico, jurídico, humanístico, etc., que beben mucho de las lenguas clásicas: “televisión”, “biológico”, “estratosfera”, “nihilismo”… En el habla general no se descartan, no obstante, los compuestos, como “rascacielos”, ni los derivados, como “replantear”. Por su parte, el préstamo, directo (“badmington”, “líder”) o indirecto (“ratón”, el del “ordenador”), es común a ambos registros y en muchas ocasiones obedece más al esnobismo o a la presión de las lenguas de origen, como “look” o “delicatesen”, que a la necesidad.
http://trapillo.com/blog/bolsa-de-malla-con-trapillo/
          Sirva esta breve exposición para introducir una no menos breve reseña de la palabra en la que me quiero centrar: la palabra “chivata”. El diccionario académico distingue una variedad de carácter adjetivo y otra nominal. Entre las acepciones de la primera (“chivato, -a”), destaco la equivalencia a “soplón”, o sea, “delator”; como sustantivo masculino, se dice del “Chivo que pasa de seis meses y no llega al año” (como “lobato” o “ballenato”) y  del “Dispositivo que advierte de una anormalidad o que llama la atención sobre algo”. El origen de la familia “chivato”, “chivatear”, “chivateo” está en el término “chivo”, que, según J. Corominas, “fue originariamente una voz para hacer que acuda el animal [“cría de cabra”] y en este sentido es creación expresiva común a varias lenguas (sardo, rético, dialectos italianos, catalanes y alemanes)” [1]. Así, “chivato”, primeramente “cría de chivo’, adquiere un significado derivado del de “chivo” [‘voz para…’] y pasa a nombrar a todo el que es considerado “delator” o aquello que hace de “indicador”. 
          En época cercana a la actual, el femenino “chivata” (del par “chivato, -a”) se inmoviliza en ese género y se convierte en un sustantivo con un nuevo significado de origen metafórico: la “chivata” era una bolsa relativamente pequeña, tejida como red o malla elástica, que servía para llevar la compra, si no era muy abundante ni de objetos de ínfimo tamaño (foto superior). Vacía, no ocupaba apenas sitio y, llena, ampliaba su capacidad considerablemente. Lo característico era el estar hecha de malla, que dejaba ver todo su contenido. Era, pues, una bolsa o talega muy “chivata”, lo que le mereció sin duda el nombre  -al menos en mi localidad, malagueña-  o, mejor, el ingenioso mote. Este nuevo hito de la historia de la palabra no aparece recogido en los diccionarios que suelo consultar; posiblemente sea un localismo o un fenómeno de extensión reducida.
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bolsa-de-malla-con-trapillo/
          Se crean continuamente neologismos, que son palabras nuevas (“tablet”), seminuevas (“telebasura”) o renovadas (“servicios” = ‘retrete’). Pero también las hay que entran en fase de agonía y finalmente mueren [2]. Es lo que ha ocurrido con nuestro vocablo “chivata”, tan gráfico, tan expresivo: el plástico o el papel entraron en tromba en la actividad mercantil y han desterrado a la humilde talega reticular, tan socorrida. Antes de extenderse más, el término vio, impotente, su final. Ya nadie tiene ni nombra la “chivata”. Es verdad que ha dejado sucesoras, como se ve en la foto de la izquierda, llamadas, más elegantemente quizás, “bolsas de malla”. R.I.P.  aquella nuestra entrañable “delatora”. No es la primera ni será la última “cosa – palabra” que se pierda.



[1]  J. COROMINAS: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos, 1967, 2ª ed.
[2]  El estudio de la relación entre la vida de las palabras y de las cosas se instituyó como método de investigación a comienzos del XX, en torno a la revista llamada, precisamente, Wörter und Sachen  [Palabras y Cosas] (Heidelberg, 1909-1944). Posteriormente, esta temática pasó a formar parte de la ciencia denominada Etnolingüística. Postulado fundamental de tal enfoque es que resulta imposible prescindir de una faceta, la realidad, o de la otra, la lengua, para obtener una visión completa de ambas. Uno de sus frutos más destacados es el importantísimo Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, (Granada, Universidad de Granada, 1961-73, 6 tomos), dirigido por M. Alvar.


jueves, 4 de septiembre de 2014

"COLECTIVO" - "PÚBLICO"

http://www.dscuento.com/galeria/alsina-autobuses-1/
 De manera intermitente, la Administración intenta estimular el uso de formas de transporte colectivo de pasajeros, como el tren o el autobús, aunque la verdad es que hace ya tiempo que no se hacen campañas al respecto. Muy borrosamente recuerdo haber visto o leído, como noticia, la iniciativa de grupos de personas, compañeros de trabajo o coincidentes en el trayecto diario, para desplazarse en un solo coche. El fin que se pretende, en general, es la sustitución del viaje individual, que solo representa inconvenientes (más gasto, más contaminación, más densidad en la circulación urbana e interurbana, etc.), excepción hecha de la bicicleta, que posee indudables ventajas y buena prensa.
           En la provincia donde vivo, Málaga, y en toda la región andaluza se mueven unos autobuses originariamente pertenecientes a la empresa “S.A. Alsina Graells”, ahora integrada en otra mayor,  “ALSA”. Puede consultarse aquí el proceso de absorción y la situación actual si se desea, pues la cuestión en la que me quiero centrar es otra. 
http://2.bp.blogspot.com/-7_tcwVxoMvE/Uef5nwZKVhI/
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          Tal como puede apreciarse en las fotos, estos vehículos llevan un espacio de color verde en la esquina posterior de cada lateral, donde se lee “Transportes públicos de Andalucía”, acompañado de un fragmento distintivo del escudo de la Junta. A mi modo de ver, el adjetivo “públicos” está erróneamente utilizado ahí, si seguimos lo que determina el diccionario de la R.A.E. para dicho término, en un contexto como el que nos ocupa. El valor que la Academia le asigna a la palabra es patente, sobre todo, cuando explica expresiones como “empresa pública” o “servicio público”, en cuyos significados se engloba sin duda la actividad de los autobuses. Dice: “Empresa pública: la creada y sostenida por un poder público” y “Servicio público: Actividad llevada a cabo por la Administración o, bajo un cierto control y regulación de esta, por una organización, especializada o no, y destinada a satisfacer necesidades de la colectividad. Servicios públicos de transporte. Servicios públicos sanitarios”. Que yo sepa, las empresas “Alsina Graells” y “ALSA” son de titularidad y gestión privadas, no públicas en el sentido establecido por el docto diccionario. Por eso es equivocada, inaceptable, la utilización en la frase que califica a estos vehículos. En ella parece querer decirse que son propiedad de la Administración o que esta ejerce algún tipo de control o participación en la gestión, extremos ambos totalmente inciertos.
          Según creo, el vocablo adecuado sería, en todo caso, “colectivo” (“Que tiene virtud de recoger o reunir”, R.A.E.), “transportes colectivos”, que catalogaría estos medios de manera acertada como lo que son, por oposición a los automóviles de los que son dueñas las personas individuales, las familias...: los "coches particulares", tal como se les denomina tradicionalmente por aquí.
          En el origen del error está, pues, la confusión entre “público” y “colectivo”. Visto así, me pregunto si se trata de una inocente equivocación, debida a ignorancia o descuido, o más bien encierra una intención, un interés medido y calculado.
          Si consideramos esta última posibilidad, ¿qué beneficio se puede obtener –y quién- de la incorrecta designación? Lo desconozco, pero me atrevo a apuntar lo siguiente: está entre los españoles de las últimas décadas muy arraigada la inclinación a encomiar lo público y repudiar lo privado (la “escuela pública”, la “sanidad pública”…), junto al convencimiento tácito de que se trata de un rasgo definitorio de la izquierda, con la que tantos y tantos proclaman  -casi siempre de boquilla-  comulgar desde siempre. Quizás por eso, venga a pelo llamar “público” a un transporte que, siendo andaluz, es “privado” y “colectivo”; quiero decir, no rechina que el gobierno andaluz, socialista, se quiera congraciar así consigo mismo y con el pueblo votante. Pero, como es natural, se trata de una pura  -y quizás atrevida-  especulación.
          Lo único cierto, repito, estriba en la utilización lingüísticamente inapropiada del vocablo “públicos”, supliendo a “colectivos”.