domingo, 21 de diciembre de 2014

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OS DESEO MUCHA FELICIDAD EN ESTAS FECHAS (Y SIEMPRE).

TAMBIÉN, QUE EL 15 OS TRAIGA TODO LO QUE LE PIDÁIS.





jueves, 18 de septiembre de 2014

PULIDO

               Siguiendo con la cuestión de las palabras que han llegado o están muy cerca de la desaparición, tratada en el artículo anterior a propósito de “chivata”, me ocuparé en este de otra, derivada del verbo “pulir”. Según creo, esa palabra también ha fenecido.
             
               Para Corominas [1], el verbo se documenta en español a principios del XV con la forma “polir”. Proviene del latín polire, “pulir, alisar”. Con él se emparentan “polido” (hoy, “pulido”), “polideza” (hoy, “pulidez”), “pulimiento” (hoy “pulimento”, a través del italiano), “pulimentar”, “repulir”, y el archiconocido nombre de un personaje de Cervantes, Repolido, de la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo. Concretamente, me voy a referir al participio simple “pulido”(-os, -a, -as).

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               El diccionario académico cataloga el vocablo bien como adjetivo, con el significado de “agraciado y de buen parecer”, bien como sustantivo masculino, con el que se indica “la acción y el efecto de pulir”. A su vez, del verbo “pulir” ofrece una gama de significados, que van desde “alisar”, “dar lustre”, hasta “revisar”, “corregir”, “perfeccionar”, “educar para la elegancia y el refinamiento” e incluso, extrañamente, “dilapidar” y  “robar”. No recoge, sin embargo, el valor de “pulido” que, como adjetivo, tenía en mi niñez en la comarca malagueña donde vivo (y en otros lugares de Andalucía): con verbos como “estar”, “quedarse”, etc., equivalía, más o menos, a “estar sin dinero”, casi siempre como consecuencia de la mala suerte en algún juego de apuesta o, en general, por haber gastado todo el capital del que se disponía: “No juego más: estoy/me he quedado ya pulido” (léase “pulío”, que es la pronunciación de por aquí), “No puedo ir al fútbol porque estoy puli(d)o”, etc.

               Este sentido del término, de génesis metafórica, lo emparenta con uno de los significados de otro adjetivo, procedente también de participio: “limpio” (-a, -o, -os): “dicho de una persona, que ha perdido todo su dinero” (D.R.A.E.). Así, se dice “Después de la feria, me he quedado limpio”. Sin embargo, mientras que “pulido” ha pasado a mejor vida, “limpio” se mantiene y no muestra signos de enfermedad.  ¿Por qué? No hay una respuesta taxativa, como es habitual en el desarrollo de las lenguas, aunque podemos formular alguna conjetura. Por ejemplo, la difusión del adjetivo “limpio” con ese significado, mucho mayor (prácticamente general, al menos en la península). Además, el verbo “pulir” y sus derivados se han especializado considerablemente y su significado ha quedado restringido a la acción de “alisar, dar tersura y lustre a algo”, en competencia con “pulimentar”, que tiende a expandirse. Etc.

               Personalmente, tengo unido el recuerdo de la expresión “estar puli(d)o” al juego de las canicas (“bolas” o “bolones”, decíamos), al que nos entregábamos los niños casi todas las tardes en la calle. Entonces no se trataba de haber perdido el dinero para apostar; era que nos habíamos quedado sin bolas para seguir y no teníamos ni una “gorda” (décima parte de una peseta), que era el precio de cada una. En tal situación, empleábamos el verbo unas veces con sentido de ‘estado’, aludido hasta ahora, y otras con valor de ‘acción’ y, por lo tanto, como transitivo: “Lo hemos puli(d)o”, “Le hemos puli(d)o todas las bolas”. En cuyo caso, no había más que permanecer de mirón o largarse.


[1]  Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos, 1967, 2ª ed.

viernes, 12 de septiembre de 2014

LA CHIVATA

          Dicen algunos observadores de la lengua española que serían necesarias unas 3.000 palabras nuevas al año para poseer un número adecuado de denominaciones y tener el léxico a punto. La cifra no parece descabellada, sobre todo si tenemos en cuenta la gran cantidad de “cosas” nuevas, materiales e inmateriales, que penetran o aparecen en nuestro entorno inmediato y de las cuales hay que hablar; y no digamos, en el ámbito de la ciencia, el pensamiento, el arte y la técnica.
          En ese número supongo que estarán contabilizados los términos que, existiendo ya en castellano, cambian de significado y de referente, y adquieren un uso nuevo. Por ejemplo, desde hace unos años llevan los bañistas poco avezados un flotador muy simple en forma de tubo flexible, al que se denomina ya “churro”, por semejanza con la conocida masa frita en forma de rosco, propia del desayuno y la merienda; por idéntico procedimiento han dado en llamarse “roscos” los flotadores circulares hinchables. En la lengua coloquial abunda este mecanismo, el cambio semántico (debido a la metáfora, la metonimia y otras) frente a la composición o derivación, más propias del lenguaje científico, jurídico, humanístico, etc., que beben mucho de las lenguas clásicas: “televisión”, “biológico”, “estratosfera”, “nihilismo”… En el habla general no se descartan, no obstante, los compuestos, como “rascacielos”, ni los derivados, como “replantear”. Por su parte, el préstamo, directo (“badmington”, “líder”) o indirecto (“ratón”, el del “ordenador”), es común a ambos registros y en muchas ocasiones obedece más al esnobismo o a la presión de las lenguas de origen, como “look” o “delicatesen”, que a la necesidad.
http://trapillo.com/blog/bolsa-de-malla-con-trapillo/
          Sirva esta breve exposición para introducir una no menos breve reseña de la palabra en la que me quiero centrar: la palabra “chivata”. El diccionario académico distingue una variedad de carácter adjetivo y otra nominal. Entre las acepciones de la primera (“chivato, -a”), destaco la equivalencia a “soplón”, o sea, “delator”; como sustantivo masculino, se dice del “Chivo que pasa de seis meses y no llega al año” (como “lobato” o “ballenato”) y  del “Dispositivo que advierte de una anormalidad o que llama la atención sobre algo”. El origen de la familia “chivato”, “chivatear”, “chivateo” está en el término “chivo”, que, según J. Corominas, “fue originariamente una voz para hacer que acuda el animal [“cría de cabra”] y en este sentido es creación expresiva común a varias lenguas (sardo, rético, dialectos italianos, catalanes y alemanes)” [1]. Así, “chivato”, primeramente “cría de chivo’, adquiere un significado derivado del de “chivo” [‘voz para…’] y pasa a nombrar a todo el que es considerado “delator” o aquello que hace de “indicador”. 
          En época cercana a la actual, el femenino “chivata” (del par “chivato, -a”) se inmoviliza en ese género y se convierte en un sustantivo con un nuevo significado de origen metafórico: la “chivata” era una bolsa relativamente pequeña, tejida como red o malla elástica, que servía para llevar la compra, si no era muy abundante ni de objetos de ínfimo tamaño (foto superior). Vacía, no ocupaba apenas sitio y, llena, ampliaba su capacidad considerablemente. Lo característico era el estar hecha de malla, que dejaba ver todo su contenido. Era, pues, una bolsa o talega muy “chivata”, lo que le mereció sin duda el nombre  -al menos en mi localidad, malagueña-  o, mejor, el ingenioso mote. Este nuevo hito de la historia de la palabra no aparece recogido en los diccionarios que suelo consultar; posiblemente sea un localismo o un fenómeno de extensión reducida.
http://trapillo.com/blog/
bolsa-de-malla-con-trapillo/
          Se crean continuamente neologismos, que son palabras nuevas (“tablet”), seminuevas (“telebasura”) o renovadas (“servicios” = ‘retrete’). Pero también las hay que entran en fase de agonía y finalmente mueren [2]. Es lo que ha ocurrido con nuestro vocablo “chivata”, tan gráfico, tan expresivo: el plástico o el papel entraron en tromba en la actividad mercantil y han desterrado a la humilde talega reticular, tan socorrida. Antes de extenderse más, el término vio, impotente, su final. Ya nadie tiene ni nombra la “chivata”. Es verdad que ha dejado sucesoras, como se ve en la foto de la izquierda, llamadas, más elegantemente quizás, “bolsas de malla”. R.I.P.  aquella nuestra entrañable “delatora”. No es la primera ni será la última “cosa – palabra” que se pierda.



[1]  J. COROMINAS: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos, 1967, 2ª ed.
[2]  El estudio de la relación entre la vida de las palabras y de las cosas se instituyó como método de investigación a comienzos del XX, en torno a la revista llamada, precisamente, Wörter und Sachen  [Palabras y Cosas] (Heidelberg, 1909-1944). Posteriormente, esta temática pasó a formar parte de la ciencia denominada Etnolingüística. Postulado fundamental de tal enfoque es que resulta imposible prescindir de una faceta, la realidad, o de la otra, la lengua, para obtener una visión completa de ambas. Uno de sus frutos más destacados es el importantísimo Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, (Granada, Universidad de Granada, 1961-73, 6 tomos), dirigido por M. Alvar.


jueves, 4 de septiembre de 2014

"COLECTIVO" - "PÚBLICO"

http://www.dscuento.com/galeria/alsina-autobuses-1/
 De manera intermitente, la Administración intenta estimular el uso de formas de transporte colectivo de pasajeros, como el tren o el autobús, aunque la verdad es que hace ya tiempo que no se hacen campañas al respecto. Muy borrosamente recuerdo haber visto o leído, como noticia, la iniciativa de grupos de personas, compañeros de trabajo o coincidentes en el trayecto diario, para desplazarse en un solo coche. El fin que se pretende, en general, es la sustitución del viaje individual, que solo representa inconvenientes (más gasto, más contaminación, más densidad en la circulación urbana e interurbana, etc.), excepción hecha de la bicicleta, que posee indudables ventajas y buena prensa.
           En la provincia donde vivo, Málaga, y en toda la región andaluza se mueven unos autobuses originariamente pertenecientes a la empresa “S.A. Alsina Graells”, ahora integrada en otra mayor,  “ALSA”. Puede consultarse aquí el proceso de absorción y la situación actual si se desea, pues la cuestión en la que me quiero centrar es otra. 
http://2.bp.blogspot.com/-7_tcwVxoMvE/Uef5nwZKVhI/
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          Tal como puede apreciarse en las fotos, estos vehículos llevan un espacio de color verde en la esquina posterior de cada lateral, donde se lee “Transportes públicos de Andalucía”, acompañado de un fragmento distintivo del escudo de la Junta. A mi modo de ver, el adjetivo “públicos” está erróneamente utilizado ahí, si seguimos lo que determina el diccionario de la R.A.E. para dicho término, en un contexto como el que nos ocupa. El valor que la Academia le asigna a la palabra es patente, sobre todo, cuando explica expresiones como “empresa pública” o “servicio público”, en cuyos significados se engloba sin duda la actividad de los autobuses. Dice: “Empresa pública: la creada y sostenida por un poder público” y “Servicio público: Actividad llevada a cabo por la Administración o, bajo un cierto control y regulación de esta, por una organización, especializada o no, y destinada a satisfacer necesidades de la colectividad. Servicios públicos de transporte. Servicios públicos sanitarios”. Que yo sepa, las empresas “Alsina Graells” y “ALSA” son de titularidad y gestión privadas, no públicas en el sentido establecido por el docto diccionario. Por eso es equivocada, inaceptable, la utilización en la frase que califica a estos vehículos. En ella parece querer decirse que son propiedad de la Administración o que esta ejerce algún tipo de control o participación en la gestión, extremos ambos totalmente inciertos.
          Según creo, el vocablo adecuado sería, en todo caso, “colectivo” (“Que tiene virtud de recoger o reunir”, R.A.E.), “transportes colectivos”, que catalogaría estos medios de manera acertada como lo que son, por oposición a los automóviles de los que son dueñas las personas individuales, las familias...: los "coches particulares", tal como se les denomina tradicionalmente por aquí.
          En el origen del error está, pues, la confusión entre “público” y “colectivo”. Visto así, me pregunto si se trata de una inocente equivocación, debida a ignorancia o descuido, o más bien encierra una intención, un interés medido y calculado.
          Si consideramos esta última posibilidad, ¿qué beneficio se puede obtener –y quién- de la incorrecta designación? Lo desconozco, pero me atrevo a apuntar lo siguiente: está entre los españoles de las últimas décadas muy arraigada la inclinación a encomiar lo público y repudiar lo privado (la “escuela pública”, la “sanidad pública”…), junto al convencimiento tácito de que se trata de un rasgo definitorio de la izquierda, con la que tantos y tantos proclaman  -casi siempre de boquilla-  comulgar desde siempre. Quizás por eso, venga a pelo llamar “público” a un transporte que, siendo andaluz, es “privado” y “colectivo”; quiero decir, no rechina que el gobierno andaluz, socialista, se quiera congraciar así consigo mismo y con el pueblo votante. Pero, como es natural, se trata de una pura  -y quizás atrevida-  especulación.
          Lo único cierto, repito, estriba en la utilización lingüísticamente inapropiada del vocablo “públicos”, supliendo a “colectivos”.

viernes, 18 de abril de 2014

"APRENDER" Y "ENSEÑAR"

               Dos de los verbos más frecuentes en la jerga docente y de la educación en general son, sin duda, los verbos correlativos “enseñar” y “aprender”. Por eso, resulta tan extendido su uso en la comunicación cotidiana también, pues todos hemos estado inmersos o lo estamos aún en procesos educativos, como alumnos, como profesores o como padres.
               No es necesario en absoluto precisar sus respectivos significados; tan solo mostraré una acepción poco frecuente de “aprender”: hace unos años, veía un documental televisivo sobre un barrio de chabolas de las afueras de Madrid, en el que algunos niños se quejaban de que las maestras “no aprenten na”, frase con la que pretendían acusarlas de que no enseñaban nada. Pensé que era un error de origen metonímico, hasta que el DRAE me dijo que también se considera aceptable, aunque anticuado, el sentido de “enseñar, transmitir conocimientos” (quinta acepción).
               Pero me interesa destacar, sobre todo, otro aspecto, digno  -creo-  de consideración, como es el comportamiento de la variante pronominal de ambos verbos: “aprenderse” y “enseñarse”. Los trataré por separado.

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1.  El verbo “aprenderse” no es sinónimo de “aprender”. Podríamos decir que el primero alude a la asimilación voluntaria de unos contenidos, casi siempre conceptos o datos, que se almacenan en la memoria como fruto de la actividad sistemática llamada “estudio”. Así, tenemos “Voy a dedicarme al tema II, que tengo solo media hora para aprendérmelo”. A menudo tiene correspondencia con “estudiarse”: “Ya te lo puedes estudiar ochenta veces, que no te lo aprenderás”. Ambos, “estudiarse” y “aprenderse”, como verbos de proceso, se relacionan con “saberse”, que es de resultado: “Ya me sé las clases de intervalos y no tendré que estudiármelas más”. En cambio, “aprender” equivale tan solo a asimilar, con frecuencia de modo espontáneo e involuntario, algún contenido educativo, sea de la naturaleza que sea: “Aprendió sánscrito en la Universidad de Mayores”, “Aprendimos a ser respetuosos con los profesores”, “No he aprendido nada de Matemáticas”, etc. Por otra parte, y desde un punto de vista exclusivamente didáctico, está mejor vista en la actualidad la actividad de “aprender” que la de “aprenderse”, relacionada esta última con enfoques memorísticos tradicionales.
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2.  Menos atención se suele prestar al verbo “enseñarse”, menos extendido también. Pese a su carácter pronominal (no reflexivo ni recíproco), tiene más que ver con “aprender” que con “aprenderse”, pues alterna con él en muchos contextos: “He estudiado mecánica, pero prefiero antes enseñarme bien (aprender bien) y luego buscar un taller”. Se sobreentiende “…enseñarme bien a trabajar…”. Con ello, vemos de nuevo cierta proximidad sinonímica entre “aprender” y “enseñar”, como la observada en las chabolas madrileñas. Seguramente, este verbo “enseñarse” vive tan solo en el ámbito coloquial y quizás únicamente en ciertas zonas dialectales, cada vez más reducidas. Yo no lo he oído más que en Andalucía.

               Los verbos “aprender” y “enseñar” dan pie a otros análisis interesantes, como el del tipo de complementos que admiten y no admiten, la construcción con “a + infinitivo”, etc.: “Enseñaba Historia en mi colegio”/”Enseñaba a reparar ordenadores” / *”Enseñaba la Historia en mi colegio”, “No aprendí Física” / “No aprendí a conducir en la autoescuela”/*”No aprendí la Física”… Serán objeto de otro trabajo.



miércoles, 15 de enero de 2014

PROFESIONALES

               No parece presentar una especial dispersión semántica el término “profesional”, que bascula sobre dos ejes principales: el que podríamos nombrar con las palabras “especialista” o “experto” y el que llamaremos “cumplidor”; como se ve, uno referido a la capacitación y otro a la actitud. Se califica a alguien de “profesional” cuando la intención es hacer énfasis en los conocimientos, la experiencia, la inteligencia… para desempeñar una labor concreta: “Mi jefe te lo reparará. Es un buen profesional”. O bien al tesón, la honradez, el compromiso con la tarea, la demanda: “Mi jefe no parará hasta terminarlo: es un profesional”, “Los jugadores no se vendrán abajo por un gol: son muy profesionales”. O, por último, a ambas cualidades.
El DRAE hace alusión a que el núcleo originario es el concepto de “profesión”, entendido como el trabajo o quehacer habitual de una persona, que le permite ganarse la vida y que consta de una serie de derechos y de obligaciones. Un derivado muy frecuente es el sustantivo “profesionalidad”, que retiene todos los matices significativos del adjetivo del que deriva.
               El propio diccionario académico puntualiza, sin embargo, que se admite el empleo de “profesional” referido a actividades delictivas o muy desprestigiadas: “Es un profesional del sablazo” (es el ejemplo del diccionario), “No dejaron ni una huella en las armas: son unos profesionales”. Se trata, sin duda, de un uso extensivo, con un cierto componente metafórico, basado en la dimensión del término alusiva a la cualidad de “especialista” o “experto”.  

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               Después de estas explicaciones, que no tienen discusión  -creo-, entro en un caso en el que el vocablo “profesional”, e incluso “profesión”, son de más dudosa aceptabilidad. Por ejemplo, me pregunto si la dedicación de los artistas y similares se puede llamar “profesión”. Quizás sí, en algunos contextos:    “-¿Tu tío qué es?  -Es músico de profesión, pero también pinta”.  Pero en otros, plantea dudas: “Cristóbal Halfter ha compuesto una hermosa sinfonía, propia de un profesional” (¿?), “Picasso llegó al rango de gran profesional de la pintura” (¿?). No suena raro si se remite solo a la faceta de “honrado”, “cumplidor”, “reponsable”: “Ese arquitecto es un profesional y seguirá tus indicaciones en el diseño de la casa”.
               La parte del contenido semántico que recalca a la preparación, la formación, los conocimientos, las habilidades del “profesional” parece relacionarse con actividades en las que la eficacia se funda en la aplicación de unas técnicas perfectamente asimiladas, que, ejecutadas de una manera adecuada, conducen con toda seguridad a la “obra bien hecha” según criterios previos, más o menos objetivos (como sucede en las cadenas de montaje o en una oficina informatizada, por ejemplo). Es la razón por la que los procesos de carácter creativo, que no llevan a una solución única preestablecida, de carácter estándar, no casan con la noción de ”profesión”, según he comprobado arriba. Tampoco suelen admitir sus ejecutores el calificativo de “profesionales” en el sentido de “expertos”. Es más, estoy seguro de que no hay artista o creador que quiera ser llamado así; nunca entenderán quesea un elogio, sino más bien lo tomarán como una repelente ofensa.
               En un interesante foro, con el formato de pregunta – respuesta (“Yahoo respuestas en español”), un participante pregunta “¿Qué significa ser un profesional en su trabajo?”. Es curioso cómo las seis contestaciones, en conjunto, vienen a definir el término acudiendo, intuitivamente, a los dos núcleos semánticos aquí establecidos al principio, a los que añaden algunos detalles. La competencia lingüística de los foreros es más que notable. Hay que aclarar que el demandante establece, tras su pregunta, que escriban sus “reflexiones”, pero “sin hacer trampa e ir al diccionario”. (http://espanol.answers.yahoo.com/question/index?qid=20121025145638AAnvL5z)