martes, 14 de mayo de 2013

EL ARTE DE LA ETIMOLOGÍA POPULAR



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               De los cambios que sufren las lenguas en el curso de su historia, el generado por la llamada etimología popular es uno de los más conocidos, aunque no por eso resulta menos curioso e interesante. Doy este primer ejemplo para que los que no recuerden en qué consiste lo hagan inmediatamente: hay hispanohablantes que alteran el término “neumático” y lo convierten en “gomático”, pensando que algo tiene que ver con “goma”, como derivado o algo así.
               Según se define, la etimología popular consiste en la modificación que de un vocablo realiza el hablante, por creer, erróneamente, que procede de un étimo determinado. Se trata de un fenómeno propio de la lengua oral, mejor dicho, de sus modalidades más bajas, situadas en la zona donde florecen los vulgarismos y gran cantidad de neologismos. Para que ocurra una etimología popular han de darse ciertas condiciones, sobre todo estas dos: el desconocimiento por parte del usuario del verdadero origen de la palabra y el poco trato con la lengua escrita, en la que contrastar sus hipótesis etimológicas. 
2010/03/puerco-espin-comun-hystrix-cristata.html
               Las alteraciones por etimología popular encierran un punto de humor, tal vez poco atendido (al menos en los análisis que yo conozco). Quiero, por tanto, subrayarlo aquí. El cambio producido por la supuesta etimología consiste en una deformación, que altera la fisonomía de las palabras, previa reorganización de su estructura, y las emparenta con elementos léxicos ajenos, aunque de cierta proximidad semántica. Al final, lo que sale es una especie de caricatura del término original, al que se disfraza con una careta. Ahí veo el efecto humorístico, no pretendido desde luego por el responsable (individual o colectivo) del cambio. A veces parece, incluso, un chiste por lo disparatado de la relación entre lo enmascarado y la máscara, relación inesperada además, sorprendente, aunque lógica una vez que se consuma: he visto recogida (en Andalucía y Extremadura) y he oído la expresión “clavel redentor” por “clavel reventón”, “cuerpo espín” por “puerco espín”, animal con el cuerpo cubierto de espinas, y también, “alquilino” por “inquilino” de casas o pisos… alquilados. Realmente, tal como lo aprecia el oyente mejor formado, el término resultante es una creación, una invención bastante imaginativa, sugerente y, ya lo dije, con su toque de gracia. Cerca de donde vivo, había un señor que creía “despasados” (o sea, “desfasados”) algunos comportamientos y actitudes más propios de tiempos… pasados que de los actuales. A una antigua variedad de la aspirina, muy parecida a ella, la “cafiaspirina”, la llamaban algunos “casiaspirina”. Sin salir de la medicina, es conocidísima y está muy extendida la pronunciación “esparatrapo” por “esparadrapo”. Igualmente genial me parece la transformación “alicóptero”, que evoca la imagen de un “helicóptero” con alas. Hay madres que se duelen de que a sus hijos los castiguen con un “perseguimiento” (“apercibimiento”), simplemente porque se les olvidó el “informe” (“uniforme”).  No pocas palabras corregidas por falsa etimología disfrutan de una difusión enorme: así, “mondarina” (por “mandarina”), “andalias” (por sandalias”), tan buenas para… andar en verano, o “raspapolvo” (por “rapapolvo”), “lacena” (por “alacena”). De esta manera podríamos seguir y seguir, pues este es un terreno inacabable. 

jueves, 9 de mayo de 2013

“O ALEM”


“… según lo acostumbrado en Portugal, Pinheiro le venía a mi bisabuelo (*) por su madre, y lo que valía era el Alemcastre, no tan antiguo como los pinos, pero sí más ilustre, ya que procedía de ciertos príncipes Lancáster que, en la Edad Media, habían venido de Inglaterra a Portugal y allí se habían quedado, aunque acomodando el nombre al alma portuguesa. Confieso, y lo pongo a guisa de paréntesis, que a mí lo de Alemcastre me gustó siempre, aunque no por lo de la prosapia británica, real por los cuatro costados, que establece cierta relación entre los dramas de Shakespeare y yo, sino por ese “alem” que le habían añadido, una palabra fascinante que, aunque coincidía en su significación con el “plus ultra” latino, no es lo mismo. Los conceptos, al marcharse del latín, reciben cargas semánticas como de una especie de electricidad añadida, que los hace más amables o más duros, incluso a veces misteriosos: “O alem” es, en efecto, el más allá, lo mismo que el “plus ultra”. Pero, ¿qué más allá? ¿El meramente ambicioso, el meramente geográfico? […] Para mí, “O alem” no es un más allá marcado por horizontes de mar y cielo, sino de misterio, y así he pensado siempre que llevaba el misterio conmigo, como un regalo con el que no sabía cómo jugar”.

G. TORRENTE BALLESTER, Filomeno, a mi pesar.
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(*) Es sabido que, en Portugal y en Brasil, el primer apellido de los hijos es el de la madre, no el del padre. El bisabuelo se llamaba Ademar Pinheiro de Alemcastre.