jueves, 26 de diciembre de 2013

MI FELICITACIÓN NAVIDEÑA (I)

               En estas fechas he ido enviando una tarjeta de felicitación navideña a mis amigos y familiares. Lo he hecho por internet, mediante correo electrónico o a través del chat de facebook; también la he posteado en este blog. Dicha tarjeta se acompaña de un par de archivos sonoros con sendos villancicos instrumentales, compuestos por mí para la ocasión. De mi autoría he dado noticia a los destinatarios, una vez manifestados mis mejores deseos para las conmemoraciones en curso.
               Lo peculiar del crisma me ha llevado a poner atención a las respuestas. Si se hubiera tratado de una comunicación al uso, la contestación esperable habría sido un “gracias, igualmente”, envuelta en algún ornato retórico. Pero mi carta ha sido menos simple. En efecto, además de la felicitación, como digo, iba mi obra musical, inédita y, además, sorprendente quizás para la mayor parte, que desconocía  esa faceta mía. Por lo tanto, pensaba yo, lo suyo sería un mensaje alusivo a ambos elementos.
Guillermo
Foto de JARC
               No ha sido así en todos los casos. En realidad, ha habido varios tipos, que reduzco a tres: el silencio (¡la mayoría!), la devolución de la felicitación (la mayoría de los que me han escrito) y esto más el elogio de los villancicos y el agrado con que los han escuchado (unos pocos). Me gustaría comentar las actitudes que encierran tales comportamientos y su caracterización desde un punto de vista meramente comunicativo.
               Cuando una persona se dirige a otra para expresarle suerte, felicidad, salud, estabilidad, etc., con motivo de alguna circunstancia de incidencia general, como por ejemplo el comienzo de un año nuevo, lo “normal” es que esta le responda agradeciéndoselo y mostrándole idénticos deseos. No constituye una obligación stricto sensu, pero casi. En el análisis de la conversación, se denomina par adyacente al conjunto de dos turnos sucesivos, de los que el segundo es obligatorio o de aparición prioritaria, de modo que su ausencia adquiere un valor significativo. El más típico y frecuente es el par ‘pregunta -respuesta’, así como también ‘saludo - saludo’. Este concepto se inscribe dentro de marco teórico desarrollado a partir del principio de cortesía, que podemos identificar intuitivamente con consideración, educación, respeto, amabilidad, cordialidad, deferencia, etc. De este modo, la no aparición del segundo turno de un par adyacente supone una descortesía y pone en peligro las buenas relaciones entre los interlocutores. La falta de cortesía se entiende en términos de valor psicosocial como una “falta de tacto”,  una “falta de educación” y similares en el mejor de los casos; en el peor, puede llegar al punto de considerarse incluso una provocación, no exenta de agresividad. (Continúa aquí)

MI FELICITACIÓN NAVIDEÑA (II)

Foto de Rafa Gª Notario
               Aplicando esta doctrina a mi caso, está claro que quienes han dado la callada por respuesta no se han comportado como esperaba yo, como la mayoría de los que pudieran haber estado en mi situación. Se han comportado poco cortésmente. Puesto que mi felicitación no se ha realizado de forma presencial, sino a través de internet, es posible que se hayan  interpuesto obstáculos insalvables, como la difícil accesibilidad de algunos destinatarios al correo o chat, la falta de manejo de las tecnologías  para escribir y remitir una respuesta electrónica, etc. Son interferencias que no dependen de la voluntad de las personas y constituyen carencias comprensibles, totalmente excusables. Pero cualquier otro factor fuera de ellas ha de cargarse en el debe de mis contactos silentes, incluso el olvido, el aplazamiento sine die, etc.; y no digamos el no sentirse obligados, por la creencia de que las felicitaciones y similares no requieren respuesta, ni siquiera acuse de recibo. Yo considero inexcusable corresponder a todo el que te da generosamente algo sin estar obligado a ello, como por ejemplo una felicitación. En adelante, esas personas tendrán que reparar, de algún modo, su falta de delicadeza, vamos a llamarla así, o esperar que yo me distancie, que nuestras relaciones empiecen a enfriarse, etc. Es la consecuencia lógica del “significado” que me ha “comunicado” su injustificado mutismo.
                Por el contrario, me siento pagado y agradecido a los que me han contestado, tanto si se han referido a mi música, como si únicamente me han deseado, agradecidos, la misma felicidad que yo a ellos. A esta última variedad de respuestas es a la que me voy a referir ahora.
                Mi mensaje contenía dos núcleos temáticos fundamentales, que voy a parafrasear así: 1) me gustaría que pasaras unas estupendas fiestas de Pascua junto a tu familia, 2) he hecho unos villancicos, cosa que   -tratándose de mí-  tiene su mérito, para que sirvan como digna señal de mis deseos. La mayor parte de los correos o mensajes recibidos no hacen alusión sino solo a lo primero. Eso me lleva a suponer que no han reparado en lo segundo o, mejor aún, que no han percibido el carácter relevante de la inclusión de una música mía y no han visto en ello motivo alguno para tocarlo como tema en sus respuestas. Aparece aquí otro elemento esencial en la comunicación: la relevancia.  (Continúa aquí)


MI FELICITACIÓN NAVIDEÑA (y III)


Foto de Rafa Gª Notario
               De manera muy elemental, diré que la comprensión cabal de un mensaje solo es posible si el receptor distingue los contenidos relevantes de un texto oral o escrito, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se produce; o, lo que es lo mismo, si capta aquello a lo que el emisor le otorga especial relevancia en tal contexto. Suponiendo que el discurso emitido esté bien construido y dé suficientes pistas sobre el núcleo o núcleos relevantes, el receptor debe poseer las habilidades suficientes y los conocimientos generales y particulares de la situación como para identificar ese núcleo o núcleos. Sirva este contraejemplo para ilustrar lo que digo: uno  de mis “amigos”, a quien envié por chat mis villancicos, lo primero que me dijo, y lo único, fue esto: “¿Qué animal es ese?”, refiriéndose a la imagen que se mostraba junto a la dirección en YouTube de la música. Por cierto, es un osito panda, una de las tres o cuatro fotos elegidas para que sirviera de leve soporte icónico en el vídeo donde inserté la música. Que yo sepa, YouTube solo admite clips de vídeo + audio.
               La capacidad comunicativa correspondiente a la relevancia forma parte, repito, de la competencia para la comprensión de textos. Coloquialmente se habla de “salir por la vía de Tarifa”, cuando alguien demuestra, por lo que dice, no haber captado lo más relevante de una intervención (o un libro o una noticia…) y haberse quedado con lo secundario, anecdótico, con las “hojas” del “rábano”. Es lo que le ocurrió a mi “amigo” del osito Panda. Otros, los que han omitido tocar en su respuesta el tema de la música, puede que, por haber leído mi mensaje superficial y rápidamente  -hecho habitual en internet-  o por no estar ese día tan agudos como sería de desear, se quedaron con el tema que tópicamente es más relevante en las tarjetas de Navidad   -la felicitación-  y fue ese el que seleccionaron como motivo para felicitarme a mí.
               La comunicación, como todo comportamiento humano, presenta fallos, nos equivocamos, nos confundimos, se nos escapan detalles…, que en ocasiones tienen consecuencias notables. No obstante, es deber de toda persona ir mejorando progresivamente, en esto y en todo. Al menos proponérselo. Y estoy convencido de que el conocimiento del principio de cortesía y de la teoría de la relevancia, expuestos aquí  -de modo muy simple, es verdad-, partiendo del caso de mi tarjeta sonora, pueden ser muy útiles.

               Felices fiestas a todos.



martes, 10 de diciembre de 2013

VILLANCICOS


Este año quiero  felicitarte con una tarjeta sonora: unos villancicos instrumentales de mi propia cosecha. Sirvan como signo de mis deseos de felicidad, salud y bienestar para ti y para tu familia. Se encuentran aquí:




Un afectuoso abrazo.


(Cálzate los auriculares o conecta los altavoces: no quedan bien en el móvil o en el portátil)

lunes, 28 de octubre de 2013

CÓMO IRRITAR A TU INTERLOCUTOR EN EL CHAT

          Si participas en un chat y de verdad quieres irritar a tu interlocutor, es muy sencillo: basta con seguir alguna de las recomendaciones que a continuación incluyo. O varias. Hay más procedimientos, pero se sitúan en el territorio extremo de la grosería y no quiero prestarles atención aquí.
1. Aplaza durante un buen rato, horas incluso, la respuesta a la última frase del  otro, sea del tipo que sea. Naturalmente, molestará más tu conducta mientras más apelativa haya sido su intervención, es decir, mientras más exija una contestación inmediata. El primer puesto lo ocupan, sin duda, las preguntas: “Entonces, ¿vienes tú a mi casa o voy yo a la tuya o nos vemos fuera?”. Después están las peticiones, ruegos o sugerencias, sobre todo si forma parte de ellas la solicitud de un comentario, valoración o similares:  “Mira esta página web. A ver qué te parece”. Una variante de esta provocación es la desviación de la conversación hacia temas nuevos: “A:  Tendréis que estar pasándolo fatal con tanto frío.  B: ¿Te dije que los zapatos que me regalaste los estrené el domingo?”. 
2.  No recuerdes   -o di que no recuerdas-  lo que te dijo en la última sesión. Al interlocutor lo sublevará que aquello que hablasteis tanto rato, con tanto interés al parecer y que es, según él o ella, de tanta trascendencia, se te haya borrado de la memoria completamente. Supondrá que no le prestabas atención, que estabas distraído con otras conversaciones chateras o mirando otras páginas, que ya no te interesa charlar con él/ella, que eres un descuidado, etc. “¡Y para eso  -pensará furioso-   me tomé la molestia de esperar a que te conectaras, de explicarte y repetirte por activa y por pasiva…”.
3. Sin haber confesado que estás conversando también con otras personas, introduce de vez en cuando una frase dirigida a alguna de ellas, sobre todo si es cariñosa y/o sugerente: “A:  La niña no es precisamente unas castañuelas, ¿a que no?  B: Venga, a la hora que tú quieras”. Parecida crispación generará  que te confundas de nombre y llames Celia o Juani a quienes en realidad se llaman Inma o Sergio.
4. No intentes deshacer un malentendido, corrigiendo, ampliando o explicando tu expresión, hasta que no hayas obtenido de él la máxima crispación posible: “A:  Ya no te mandaré más artículos, tu periódico se va a quedar sin ellos.  B: Ah, ¿no? Somos demasiado rojos para ti, ¿eh? Te has hecho un puto burgués. ¿A cuál te has pasado?”. Lo que, en realidad, quiere decir A es que va a dejar de escribir, para el periódico de B y para todos.
5.  Cierra bruscamente la conversación y la ventana de chat, dejando casi con la palabra en la boca a la otra persona: “Me voy, adiós”. El grado extremo del pecado comunicativo es dar por finalizada la charla sin contestar o sin preparar y negociar esa clausura (“Bueno, vamos a ir cerrando el chiringuito, ¿no?”).

Estos malévolos consejos están extraídos de la pura observación de sesiones de chats. Muchos de los que acostumbráis a comunicaros por ese sistema habríais deducido casi lo mismo. 
          ¿Cuál es la explicación del efecto tan molesto que generan comportamientos de tal índole?  El motivo no es otro que el incumplimiento de unas normas o instrucciones que todos los hablantes maduros llevamos inscritas en nuestra inteligencia comunicativa y que rigen en el diálogo sin que tengamos conciencia de ellas mientras no se infrinjan. Los especialistas las llaman “máximas conversacionales” (derivadas del “principio de cooperación” del filósofo  P. Grice y definidas por él). Crean unas expectativas en cada  participante respecto al comportamiento de los demás y determinan que se considere ortodoxo (p.ej., responder a lo que alguien pregunta) o no (p. ej.  quedarse callado).
          Como es fácil de comprender, las máximas funcionan en todo tipo de interacción comunicativa, aunque cada una presenta sus propias peculiaridades. Así, en el chat, donde los participantes no se ven, dejan de actuar el gesto y el tono de las elocuciones, a los cuales se confía tanto en la charla cara a cara. Queda el simple mensaje lingüístico y resulta, pues, normal que en el contacto electrónico se violen con mayor frecuencia determinados aspectos del principio de cooperación, entre otros.
       

domingo, 20 de octubre de 2013

"MEMENTO, HOMO..."


               Antes, cuando las cosas estaban de otra manera, a todo el mundo  -bueno, casi-  le sonaba la denominación Miércoles de Ceniza.  Esa jornada en que, a los asistentes a misa, el sacerdote les ponía un poquito de ceniza en la frente o en el pelo, como símbolo de la naturaleza ínfima de los humanos, hechos de tierra, de polvo, según la narración metafórica de la creación del hombre. Al hacerlo, el celebrante decía esta frase, que en la liturgia de entonces era en latín: “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”, o sea, “Recuerda, humano, que eres polvo y al polvo volverás”. Incluye un pasaje de la Biblia Vulgata (*). El Miércoles de Ceniza daba comienzo al tiempo de Cuaresma, dedicado a la penitencia y a la renovación espiritual (**).
               Una referencia a esa apelación la he encontrado hace unos días en la novela que estoy leyendo: Mentiras aceptadas, la última de J.Mª Guelbenzu.  (Madrid, Siruela, 2013, p. 196,    edición electrónica).  Pero con un error grave en la palabra “polvo”. El autor incluye la cita en latín, se supone que del  texto original de la Vulgata. Digo se supone porque en realidad escribe: “pulvis es et in pulvis  reverteris”.  Pone, así, en nominativo, que es el caso del sujeto, el complemento de destino, que debe ir en acusativo con “in”.
               Aunque parezca difícil de creer, tratándose de quien se trata, un escritor de larga trayectoria y notable prestigio, ha marrado ostensiblemente en su prurito de exhibir erudición y cultura religiosa y latina. Hubiera sido muy fácil haber realizado una consulta, ahora que internet las facilita enormemente. Es un detalle pequeño en el conjunto de la novela, la cual que puede parecer mejor o peor, según cada uno, pero no, desde luego, por mor de la ofensa a la morfosintaxis latina. Sin embargo, denota una cierta dejadez, incuria y falta de atención y esmero, en una tarea, la de la creación literaria, en la que Guelbenzu es profesional consagrado. Tarea  digna y aun excelsa, que merece más diligencia y cariño.
               No culpo solamente a quien firma el texto, sino también a la editorial Siruela, a cuyos correctores se les ha pasado una equivocación tan de bulto, que tanto canta. Porque, entre los lectores de una cierta edad (40, 50 años para arriba, al menos) y formación, la frase no es desconocida ni, en infinidad de casos, el latín tampoco.
               De todos modos, llevado por la curiosidad, me he dado un garbeo por la red y me he encontrado gran cantidad de textos de todo tipo y jaez (blogs, foros, revistas…), donde el mandato cuaresmal sufre las deformaciones más insólitas y descomunales. Anoto unas cuantas: “Memento homine quia pulvis eris et in pulvis reverteris”, “Memento mori, homine, quia pulvis est et in pulveris reverteris”, “Memento homo, qui pulvis es et pulveris reverteris”, etc. Se ve que todo el mundo se siente con derecho a manosear la lengua de Cicerón y desfigurar los textos de la liturgia católica, haciendo alarde, sin el más mínimo rubor, de su ignorancia.
               Decía antes que la cita de Guelbenzu responde, quizás, a un deseo de adornar la lengua de su relato con la de los clásicos y asentar su discurso sobre el del libro de los libros. Pero ha resultado fallido el intento, el efecto ha sido contraproducente. Es como si yo pretendo dar un toque de color y naturaleza a mi habitación y coloco en ella un jarrón con un ramo de flores mustias.

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(*)  In sudore vultus tui vesceris pane donec reverteris in terram de qua sumptus es quia pulvis es et in pulverem reverteris (Génesis, 19, 3). Traducción: “Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, de la que has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás” (Sagrada Biblia. Madrid, BAC, 1964).

 (**)  En la actualidad, el sacerdote puede elegir entre esa alusión a la muerte o esta otra fórmula, menos sombría: “Conviértete y cree en el Evangelio”. 


viernes, 13 de septiembre de 2013

"LA VERDAD ES QUE"

               Uno de los rasgos más característicos de la expresión oral poco cuidada es la sobreabundancia de muletillas. El hablante se apoya continuamente en palabras o expresiones, las cuales no presentan muchas veces otro valor que su contribución al rito de la mera repetición. La pregunta comprobatoria “¿no?” tiene entre nosotros, los andaluces, muchísimas opciones para ser la reina de las muletillas. Destinada, en principio, a indagar la atención del oyente o a recuperarla, o bien a requerir su conformidad, en la mayor parte de los casos solo sirve para rellenar un hueco en el flujo verbal, sobre todo si se sitúa al final de una determinada secuencia enunciativa: “Mi niña es un desastre, ¿no? Fíjate, ¿no?, cómo ha dejado su mesa. Voy a decirle que o es más cuidadosa y ordenada, ¿no?, o que se despida de la paga semanal”.
               Quiero referirme a una frase que, según creo, va camino de convertirse en simple latiguillo, al menos en ciertos contextos. Es la fórmula de comienzo “la verdad es que”. En el magno diccionario de María Moliner (Madrid, Gredos, 1975, II, p. 1508 ), se da como sinónima de “a decir verdad”, “realmente” , “la verdad”,  “en verdad que”, y se define como “expresión enfática con que se introduce una aseveración con carácter de confesión: ‘A decir verdad, no pienso cumplir lo que he prometido’. También tiene valor correctivo, usada para desvirtuar alguna idea expresada antes o consabida: ‘A decir verdad, la culpa no es suya’ “.

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               Las muletillas son hijas de la tendencia a la reiteración tosca, eludible, que termina por vaciar, casi, de contenido comunicativo las palabras y expresiones por vía de desgaste. La frase que traigo a colación creo que está en trance de eso. No en la lengua hablada en general, sino en un dominio muy concreto: el periodismo deportivo. Más específicamente, en las intervenciones de jugadores, atletas, ciclistas…, dentro las entrevistas, género tan frecuente en los numerosos programas de radio y televisión con esa temática. Para muestra, un botón: óigase esta entrevista al jugador del Real Madrid, y ya de la Selección también, Nacho y a su hermano en Onda Cero. En los tres minutos y algo que ocupan las palabras de los futbolistas, he contado hasta siete veces “la verdad es que”, en las que apenas se advierte la función que le asigna María Moliner. Así, cuando en una ocasión (5’ 27’’) le pregunta el periodista a Nacho por el tiempo en que han jugado juntos él y su hermano, responde: “Bueno, la verdad es que me quedo con muchísimos momentos buenos y…”.
               Está claro que, si a cada aseveración se le coloca un recurso supuestamente enfático o se hace con enorme frecuencia, dicho elemento termina por perder su fuerza, sobre todo si la palabra o expresión empleada es siempre la misma. Ocurre como a esos alumnos inexpertos que, con la idea de destacar “lo importante”, subrayan todas las líneas del texto que pretenden memorizar: daría igual no subrayar ninguna, pues no se consigue realce alguno.
               Termino con otro documento, este más personal, igualmente significativo del deterioro de la expresión “la verdad es que”. Me encontré el otro día en facebook a un ex alumno del centro donde yo era profesor y, como es norma de cortesía en los chats o en llamadas telefónicas, empecé preguntándole si estaba ocupado y lo iba a interrumpir. Me respondió: “Hola. La verdad es que no. Q tal estas?”. Ciertamente, es posible apreciar algún vestigio del énfasis al que aludía M. Moliner, en este caso respaldando la sinceridad de la contestación negativa; sinceridad de la que ni siquiera insinué en mi pregunta (“Hola. ¿Interrumpo?”) que fuera a dudar. Me parece, pues, que fue innecesario el pretendido relieve.
               Usos así son los que demuestran que el elemento en cuestión está ya algo debilitado y no aporta gran cosa. Es una utilización sobrante, viciada, incrustada en muchas afirmaciones y negaciones sin apenas razón de ser desde el punto de vista semántico, sintáctico o pragmático. Puede que estemos cerca de considerar que es preferible decir “la verdad es que sí/no” en vez del simple “sí/no”, por el hecho de que muchos de los personajes y figuras del deporte reiteran sin descanso la fórmula ampliada, que, por eso mismo, se nos antoja más elegante y distinguida. El paso siguiente es la profusión en el habla general de dicha fórmula, convertida en muletilla.



domingo, 28 de julio de 2013

EN VEZ DE "PENDRIVE"

               Voy a hacer una propuesta léxica, a sabiendas de que llega más que tardía y de que no tendrá eco alguno ni trascendencia: mi voz es demasiado débil y fatalmente anónima, y además puede que sea una idea más bien deleznable. Pese a todo, me voy a lanzar.
               Viene a cuento de un artículo publicado por FUNDEU (Fundación del Español Urgente, de la Agencia Efe) sobre el término “pendrive”.  Como todo el mundo sabe, indica un objeto donde se almacenan elaboraciones informáticas de cualquier tipo, textuales, de audio o vídeo. El citado organismo explica que  “la voz inglesa pen drive (o pendrive) es sustituible por expresiones españolas como memoria USB, lápiz de memoria, memoria externa o lápiz USB.” . De este modo, “El lápiz de memoria de Bárcenas fijaría en 8,3 millones el dinero negro del PP” debería haber sido “La documentación  aportada por Luis Bárcenas, recogida en una memoria USB cuyo contenido…».
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f1/USB_Stick.jpg
               A mí me parece que la voz “lápiz” (traducción literal del inglés pen) no es muy gráfica, puesto que el aparatito, en su forma más común, parece cualquier cosa menos un lápiz o una pluma o un bolígrafo. El significante de un elemento léxico no tiene por qué guardar relación de semejanza con el significado, de acuerdo con la teoría más elemental de los signos. Pero tampoco está prohibido y muchas veces ayuda a la difusión y afianzamiento de una palabra. Aquí se trata de hallar un vocablo que metafóricamente sirva para nombrar ese objeto, que a los angloparlantes les evoca el lápiz y a nosotros, no. Por su parte, la palabra “memoria” tiene ya un terreno asignado en el mundo de la informática (y en otros) y no conviene hacerla más ambigua. Aparte de que eso de “memoria USB” es una denominación artificiosa, extraña, anodina...
               Vamos a ver. Hablamos de un cacharrito pequeño, que se utiliza para guardar productos, en este caso digitales o “archivos”, según hemos dado en llamar a través del también inglés folder. La primera palabra que se viene a la cabeza es “caja” o “cajita”. Así denominaron los franceses a aquellas cassettes de música, de tan corta, aunque intensa, vida; luego, los españoles tomamos la palabra directamente, tras abandonar la más simpática de “cinta”.
               Se me ocurre que mejor podríamos echar mano de un nombre castellano que, de acuerdo con el significado que da la RAE, le cuadra bastante bien al “pendrive”, en mi modesta opinión. Es el término “estuche”.  Las dos primeras definiciones del diccionario académico son estas: “1. m. Caja o envoltura para guardar ordenadamente un objeto o varios; como joyas, instrumentos de cirugía, etc. 2.  Envoltura que reviste y protege algo”. Naturalmente, suena un poco raro llamar “estuche” al “pendrive” después de que el vocablo inglés haya triunfado o esté a punto de hacerlo, y teniendo en cuenta que “estuche” no ha sufrido aún la conveniente ampliación semántica; esta podría provenir de la complementación con algún adjetivo especificativo (“estuche electrónico” o “estuche digital”), que posteriormente se haría innecesario en los contextos donde se hablara de cuestiones relacionadas con la informática: “Me grabó la película en un estuche y la vimos por la noche en mi ordenador”. Así, tendríamos tres términos para los tres módulos de almacenamiento informático: estuche, disco externo y disco interno o duro.
               En fin, hecha está la propuesta que anunciaba. Tal vez a algún lector le agrade o le convenza, no lo sé. Como no me van a empapelar por eso, intentaré usar desde ahora el término, tan español, “estuche”, que Corominas data como existente en nuestra lengua desde el siglo XIV. 
       

martes, 2 de julio de 2013

CUENTOS CON NIÑO





               Hola.

               Tengo el gusto de comunicaros que acaba de publicarse mi libro de relatos CUENTOS CON NIÑO. En esta dirección podéis bajarlo con formato digital o bien adquirirlo de papel. 


               Espero que os guste.









viernes, 28 de junio de 2013

"TODO LO QUE ERA SÓLIDO": UNA INCOHERENCIA ORTOGRÁFICA

               Acabo de concluir la lectura del último y celebrado libro de A. Muñoz Molina, Todo lo que era sólido. Estoy preparando un comentario, pues lo merece. Pero, mientras, quiero mostrar un fenómeno curioso que he observado en el texto. Se trata de una especie de contradicción o incoherencia ortográfica, consistente en la escritura no uniforme de las oraciones y enunciados interrogativos. A lo largo del libro, aparecen unas veces limitados por los correspondientes signos de interrogación y otras no, sin que se aprecie en ellos ningún elemento que justifique esta diversidad. En todos los casos, la construcción es de interrogación directa. Incluyo algunos ejemplos.
Sin signos de interrogación:
-          “Quién se acuerda ahora de los años en los que irrumpió esa palabra en el idioma con un significado que no había tenido hasta entonces.” (p. 40)
-          “Cuándo fue la primera vez que oímos que alguien había dado un pelotazo: en qué momento la palabra se volvió tan habitual que no había tertulia política en la que no se repitiera.” (p. 40)
-          “En qué imprentas secretas se habrían editado, por qué caminos subterráneos de heroísmo y peligro habían llegado hasta nosotros.” (p. 78)
-          “Qué periódico va a atreverse a criticar a un alcalde o al presidente de una diputación o comunidad si de la noche a la mañana pueden retirarle lo anuncios…” (p. 138)
Con signos de interrogación:
-          “¿Qué pasaba, que ella era otra sentimental de los paisajes rurales? ¿Una de esas personas cursis que quieren que los pueblos sigan siendo nada más que postalitas?” (p. 188)
-           “Nosotros, viniendo de Madrid, ¿qué sabíamos?” (p. 191)
-          “¿Por qué íbamos a ser menos los andaluces que los catalanes o los aragoneses, que ya tenían estatutos nuevos?” (p. 253)
-          “Durante mucho tiempo nadie se paró en la vida política a preguntar lo que se pregunta de manera continua en la vida privada, antes de comprar algo: ¿cuánto cuesta?” (p. 256)
El hecho es evidente.
               Quiero añadir algunas observaciones: a) la ausencia de signos interrogativos abunda en la primera mitad aproximada del libro, hasta las páginas 180 a 190 (de las 296 que tiene), mientras que su uso es casi general en la segunda, hecho al que no encuentro explicación, aunque podría aventurar alguna hipótesis; b) a veces se emplean los signos en expresiones que casi no los necesitan, porque no son auténticas preguntas, sino frases con otro sentido, como el “¿qué sabíamos?” de antepenúltimo ejemplo, que cabe calificar de interrogación retórica, o el “¿cuánto cuesta?” del último fragmento, una cita que podría considerarse próxima al estilo indirecto; c) en algunas ocasiones (“¿Una de esas personas cursis que quieren que los pueblos sigan siendo nada más que postalitas?”) la ausencia de los signos bloquearía la intención interrogativa del enunciado y el autor no puede zafarse de ellos, como lo hace en los que un pronombre, determinante o adverbio interrogativo suplen la ausencia de los símbolos gráficos (véanse los cuatro primeros ejemplos que cito).
               Hay, pues, una ostensible falta de unidad de criterio en el autor y de coherencia en el texto en este punto, totalmente insignificante, es verdad, en la globalidad de la obra, cuya calidad en ningún modo cuestiona. No sé a qué puede deberse, si es algo intencional (como la desobediencia a la ortografía académica de determinados autores, entre los que destaca Juan Ramón con sus “g” y “j”, etc.) o un error fruto del descuido. Eso es el escritor quien deberá aclararlo (si quiere).

viernes, 7 de junio de 2013

"CAUCANDO", "CALIÁ" Y SIMILARES


22/la-indiscreccion-en-la-juventud-del-vejez/
               Estas dos palabras, correspondientes a “caducar” y “calidad” respectivamente, eran muy usadas en Andalucía hasta no hace mucho. Hoy se oyen menos. La primera, el verbo, aparece  exclusivamente en gerundio, “caucando”, con “estar”: “Tu abuelo ya está caucando”. Es sinónimo de “chochear” (‘tener debilitadas las facultades mentales por efecto de la edad’). Existe, además, el derivado “caucón/-a”, especie de insulto, pues se aplica a personas de cualquier edad para echarles en cara su torpeza o poca habilidad: “Deja que lo haga yo, que tú estás caucona”. El significado básico de “chochear” aparece también en “caducar”; sin embargo, el andaluz “caucando” se ha especializado y solo se emplea con el citado valor de ’chochear’.  En cambio, para aludir al estado de un producto pasado de fecha y otras situaciones similares, se dice, incluso en Andalucía, “caducar”, a la castellana: “Este bote de fruta está caducado”. Tenemos, pues, que el proceso de especialización semántica sucedido al verbo “caducar” sobreviene únicamente en su variante dialectal, “caucando”, y no en la modalidad fonéticamente íntegra “caducar”. Por todo ello, me da la impresión de que estamos ante un caso en el que, además de la existencia de un simple cambio semántico, podamos suponer la aparición de una palabra nueva en el dialecto andaluz: el verbo, defectivo, “caucar”  como “chochear”.
               No muy diferente evolución sufre el término “caliá” [pron.  ca-li-á], procedente de “calidad”, con el significado específico de ‘fuerza, vigor’: “No tiene caliá ni pa coger una silla”. En efecto, es el resultado de haberse especializado semánticamente “calidad” en uno de sus significados (originarios o levemente desplazados), a la par que ha desechado la "d" intervocálica: “caliá”. Como en el caso anterior, nos encontramos con el doblete, “calidad” / “caliá”, así como con la posibilidad de considerar el segundo como un vocablo autóctono andaluz, diferente en forma y contenido de aquel del que proviene.
              Para terminar, quiero traer aquí un par de palabras más, emparentadas por su particular historia con las anteriores, muy populares dentro y fuera de Andalucía gracias sobre todo a los medios de comunicación. Ambas nacieron y viven en Sevilla. Una es “levantá” (de “levantada”), referente a la acción de erguir un trono procesional instantes después de salir del templo, y  la otra “madrugá” (“madrugada”), con la que se nombra la noche procesional sevillana del Jueves al Viernes Santo, la noche grande de la Semana Santa allí.
               Si todo es como supongo en los párrafos que preceden, se trata de un mecanismo por el que una modalidad dialectal acuña vocablos propios, mediante la confluencia y el apoyo mutuo de la especialización semántica y la alteración fonética.

martes, 14 de mayo de 2013

EL ARTE DE LA ETIMOLOGÍA POPULAR



es-peligroso-inflar-los-neumaticos-con-nitrogeno
               De los cambios que sufren las lenguas en el curso de su historia, el generado por la llamada etimología popular es uno de los más conocidos, aunque no por eso resulta menos curioso e interesante. Doy este primer ejemplo para que los que no recuerden en qué consiste lo hagan inmediatamente: hay hispanohablantes que alteran el término “neumático” y lo convierten en “gomático”, pensando que algo tiene que ver con “goma”, como derivado o algo así.
               Según se define, la etimología popular consiste en la modificación que de un vocablo realiza el hablante, por creer, erróneamente, que procede de un étimo determinado. Se trata de un fenómeno propio de la lengua oral, mejor dicho, de sus modalidades más bajas, situadas en la zona donde florecen los vulgarismos y gran cantidad de neologismos. Para que ocurra una etimología popular han de darse ciertas condiciones, sobre todo estas dos: el desconocimiento por parte del usuario del verdadero origen de la palabra y el poco trato con la lengua escrita, en la que contrastar sus hipótesis etimológicas. 
2010/03/puerco-espin-comun-hystrix-cristata.html
               Las alteraciones por etimología popular encierran un punto de humor, tal vez poco atendido (al menos en los análisis que yo conozco). Quiero, por tanto, subrayarlo aquí. El cambio producido por la supuesta etimología consiste en una deformación, que altera la fisonomía de las palabras, previa reorganización de su estructura, y las emparenta con elementos léxicos ajenos, aunque de cierta proximidad semántica. Al final, lo que sale es una especie de caricatura del término original, al que se disfraza con una careta. Ahí veo el efecto humorístico, no pretendido desde luego por el responsable (individual o colectivo) del cambio. A veces parece, incluso, un chiste por lo disparatado de la relación entre lo enmascarado y la máscara, relación inesperada además, sorprendente, aunque lógica una vez que se consuma: he visto recogida (en Andalucía y Extremadura) y he oído la expresión “clavel redentor” por “clavel reventón”, “cuerpo espín” por “puerco espín”, animal con el cuerpo cubierto de espinas, y también, “alquilino” por “inquilino” de casas o pisos… alquilados. Realmente, tal como lo aprecia el oyente mejor formado, el término resultante es una creación, una invención bastante imaginativa, sugerente y, ya lo dije, con su toque de gracia. Cerca de donde vivo, había un señor que creía “despasados” (o sea, “desfasados”) algunos comportamientos y actitudes más propios de tiempos… pasados que de los actuales. A una antigua variedad de la aspirina, muy parecida a ella, la “cafiaspirina”, la llamaban algunos “casiaspirina”. Sin salir de la medicina, es conocidísima y está muy extendida la pronunciación “esparatrapo” por “esparadrapo”. Igualmente genial me parece la transformación “alicóptero”, que evoca la imagen de un “helicóptero” con alas. Hay madres que se duelen de que a sus hijos los castiguen con un “perseguimiento” (“apercibimiento”), simplemente porque se les olvidó el “informe” (“uniforme”).  No pocas palabras corregidas por falsa etimología disfrutan de una difusión enorme: así, “mondarina” (por “mandarina”), “andalias” (por sandalias”), tan buenas para… andar en verano, o “raspapolvo” (por “rapapolvo”), “lacena” (por “alacena”). De esta manera podríamos seguir y seguir, pues este es un terreno inacabable. 

jueves, 9 de mayo de 2013

“O ALEM”


“… según lo acostumbrado en Portugal, Pinheiro le venía a mi bisabuelo (*) por su madre, y lo que valía era el Alemcastre, no tan antiguo como los pinos, pero sí más ilustre, ya que procedía de ciertos príncipes Lancáster que, en la Edad Media, habían venido de Inglaterra a Portugal y allí se habían quedado, aunque acomodando el nombre al alma portuguesa. Confieso, y lo pongo a guisa de paréntesis, que a mí lo de Alemcastre me gustó siempre, aunque no por lo de la prosapia británica, real por los cuatro costados, que establece cierta relación entre los dramas de Shakespeare y yo, sino por ese “alem” que le habían añadido, una palabra fascinante que, aunque coincidía en su significación con el “plus ultra” latino, no es lo mismo. Los conceptos, al marcharse del latín, reciben cargas semánticas como de una especie de electricidad añadida, que los hace más amables o más duros, incluso a veces misteriosos: “O alem” es, en efecto, el más allá, lo mismo que el “plus ultra”. Pero, ¿qué más allá? ¿El meramente ambicioso, el meramente geográfico? […] Para mí, “O alem” no es un más allá marcado por horizontes de mar y cielo, sino de misterio, y así he pensado siempre que llevaba el misterio conmigo, como un regalo con el que no sabía cómo jugar”.

G. TORRENTE BALLESTER, Filomeno, a mi pesar.
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(*) Es sabido que, en Portugal y en Brasil, el primer apellido de los hijos es el de la madre, no el del padre. El bisabuelo se llamaba Ademar Pinheiro de Alemcastre.



miércoles, 17 de abril de 2013

¡POBRES PREPOSICIONES "A" Y "DE"!

http://es.123rf.com/photo_5742461_jugadores-
de-baloncesto-ilustracion-vectorial.html
               Estoy casi seguro de que estas dos preposiciones, junto con “por”, son las que más uso tienen tanto en la comunicación oral como en los textos escritos. Aparte de una intuición, es un dato que he leído en alguna parte que ahora no recuerdo. El diccionario académico distingue hasta 27 sentidos en la preposición “de” y 23 en su compañera “a”. ¡Ya son significados! Sobre ellas recae una gran parte del trabajo consistente conectar, relacionar y categorizar sintácticamente palabras y expresiones.
               Por si fuera poco, el habla actual está empezando a endosarles tareas nuevas, funciones añadidas, contextos antes extraños, para mí desde luego chocantes, de espaldas a la norma tradicional. “¡Pobres preposiciones!” reza el título del artículo y a esas cargas intrusas, propias de otros nexos prepositivos, es a lo que me voy a referir.
               En nuestra lengua existen unos verbos, como “entrar”, “penetrar”, “introducir”, “ingresar”, “meter”, “colarse”…, con el significado básico de ‘movimiento de acceso, desde el exterior, a un espacio interior”. Así, “Los aficionados iban entrando en el estadio”, “Introduce esta nueva idea en el programa”, etc. Según prescribe la RAE (1), la preposición que corresponde en las construcciones con tales verbos es “en”, tal como aparece en los ejemplos. Sin embargo,  suelen oírse y leerse con harta frecuencia en los medios de comunicación, de donde han pasado al coloquio (creo que esa es la dirección, no la inversa), enunciados con “a”: leo en YouTube este título de un vídeo explicativo: “Como entrar a facebook sin contraseña (muy bien explicado)” (2) y en un foro de Yahoo pregunta un usuario (la intención interrogativa se deduce del contexto, menos mal): “Porque no puedo entrar a facebook” (3); en Softonic, sin embargo, respetan el modelo clásico: "para entrar en facebook(9 programas)" (4). Bien es verdad que “a” suplanta a “en” solo con el verbo “entrar” y no con los otros: “Penetró al túnel”, “Se metió a la cueva”. En el polo opuesto se halla “acceder”, que únicamente pide “a”: “Accedió a las instalaciones militares sin que lo vieran”, “Accedió en las instalaciones…”.
               Menos difusión tiene otro cambio de preposición, que no obstante goza de gran arraigo en su dominio, bastante limitado por cierto. Me refiero a la sustitución de “por”, cuando se habla de la diferencia de tantos o de puntos en un partido de baloncesto (solo en ese deporte), por la preposición “de”. Este es un titular de ABC: “El Valencia necesita ganar de 11 al Kuban”, que se desarrolla en el cuerpo de la noticia: "la reacción final de los de Velimir Perasovic dio al menos para soñar hoy con la posibilidad de ganar de once puntos a los rusos" (5). Otro periódico, Mallorca Sport, ofrece sin embargo un titular ortodoxo: "El Palma Air Europa necesita ganar por dos puntos al Aurteneche” (6). Si no se trata de baloncesto, lo normal es la forma en que se expresa un diario de Buenos Aires: “El senador provincial por el Periodismo Renovador, José Luis Pallarés, aseguró que “hay un escenario que nos permite presuponer que (Sergio) Massa ha de presentarse y va a ganar”, y destacó que “por lo que se ve en las encuestas, es ganador  por más de 20 puntos”, enfatizó”.
               A estas alturas, ¿quién se va a asombrar de que se estén dando en español alteraciones como las comentadas? La lengua permanece en continuo cambio, es un principio incuestionable. Y no la detiene ninguna ley académica, que, en todo caso, podrá frenar de vez en cuando algunos procesos. La falta de formación general y lingüística, hoy muy común, es de gran ayuda para la iniciación, difusión, arraigo y consagración de muchas innovaciones, que con bastante frecuencia tienen su origen en errores involuntarios, en faltas cometidas por quienes no saben que lo son.
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(1)  Nueva gramática de la lengua española. Manual. Madrid, Espasa Libros, 2010. Véase el parágrafo 29.2, dedicado a las preposiciones, pp. 558-560. También resultará útil el Diccionario de uso de las preposiciones españolas, de E. Slager. Madrid, Espasa, 2007.
(2) http://www.youtube.com/watch?v=rZlocrdAWOo
(3) http://es.answers.yahoo.com/question/index?qid=20130214185537AArxE0p
(4) http://www.softonic.com/s/para-entrar-en-facebook 
(5)  http://www.abc.es/comunidad-valencia/20130326/abcp-valencia-necesita-ganar-kuban-20130326.html
(6) http://www.mallorcaesports.es/baloncesto/item/6813-el-palma-air-europa-necesita-ganar-por-dos-puntos-al-aurteneche
(7) http://www.latecla.info/3/nota_1.php?noticia_id=57581

viernes, 1 de febrero de 2013

EL IDIOLECTO DE RAPHAEL


               De vez en cuando, urgando en mi discoteca o andurreando por internet, me topo con canciones de mi juventud, que coincidió con la “década prodigiosa” de la música ligera española. Por ejemplo, con canciones del que se hacía y se hace aún llamar Raphael. Títulos de la primera época, escritos casi todos por Manuel Alejandro y consagrados por el éxito. ¿Quién de mi edad no recuerda “Yo soy aquel”, “Hablemos del amor”, “Laura”, “Ave María”, “Digan lo que digan”, “Mi gran noche”, “Cierro mis ojos”, “Cuando tú no estás”, “Desde aquel día”, “Estuve enamorado”, etc., etc.? Después, a lo largo de la extensísima carrera del cantante, que sigue todavía por los escenarios, vinieron otras muchas, vienen y vendrán. Tan dilatada vida artística permite apreciar con facilidad no solo la evolución de su estilo, sino también las constantes de su peculiar forma de interpretar. Seguramente se habrán realizado análisis y valoraciones sin cuento, dada la popularidad y relieve de su figura en gran parte del mundo. Yo, humildemente, me quiero referir a una de las notas, una solo, que ha caracterizado a Raphael desde sus comienzos y sigue haciéndolo sin excepción.

               Me refiero a un elemento de su modo de pronunciar cuando canta, y subrayo esto de “cuando canta”, porque únicamente se observa ahí, y no al hablar. Se trata del seseo, que Raphael  practica sistemáticamente. Sin atender a otro fenómeno fonético más que el “seseo”, voy a transcribir un fragmento de una de las canciones “antiguas” que más me gustan:
                                               Sierro mis ojos,                                                                               
                                                              para que tú no sientas ningún miedo.                                  
                                                              Sierro mis ojos                                                
                                                             
para escuchar tu vos disiendo: “Amor”.                                                             
                                                              […] Yo no te veré, yo no te veré,
                                                              puedes haser lo que quieras conmigo.
                                                              No te miraré, no te miraré,

                                                              hasta que tú me lo pidas, amor”.        
                                                             
p://www.youtube.com/watch?v=TUoc8xCYbDA  
                                   
               Está claro, lo mismo que en todas, absolutamente todas las canciones de Raphael. De manera constante, el artista pronuncia como “s” lo que otros hispanohablantes realizan como “z” (escrita “c” o “z”), incluso en posición de final de sílaba (implosiva): “vos” por “voz”. Es una peculiaridad suya, un componente de lo que llamaré, con un término técnico, su idiolecto. Resulta, como veremos, muy curioso el fenómeno.
             
               Que un español sea seseante no tiene nada de extraño, pues lo son miles en nuestro país (todos los canarios, muchísimos andaluces, bastantes extremeños, etc.).  Pero se sabe que Raphael nació en Linares (Jaén), donde se distinguen ambos sonidos, y que, además, su familia y él se trasladaron a Madrid antes de que cumpliera el niño un añito. De modo que, lo que llama la atención es que este señor, que no procede de ninguna región dialectal seseante, se haya apuntado a la “s” y, más aún, que la emplee en vez de “z” tan solo cuando canta. Por otra parte, ni con música ni sin música su expresión oral muestra otros rasgos andaluces ni meridionales en general. Más aún, ese seseo idiolectal no es como el de Andalucía o Canarias, en donde la “s” tiene un timbre especial, sino que se parece más a la “s” castellana y de todo el norte. Con lo que llegamos a una situación un tanto singular: en general, la fonética raphaelina es  la del norte de España, menos en una cosa: el “seseo”, propio del sur, pero realizado con “s” norteña también. 
               A mí me parece que este comportamiento fonético no es espontáneo, sino fruto de un diseño intencional de imagen, cosa normal en los artistas y en quienes viven del público. De ahí que parezca un tanto artificial ese seseo. Casi seguro que el cantante o quienes lo asesoraban en sus comienzos pensaron en el mercado latinoamericano, uno de cuyos símbolos de identidad dialectal es el seseo. No digo yo que menospreciaran el español peninsular, mejor dicho, de una parte del español peninsular, sino que se atuvieron al talante fonético de la mayoría internacional. Los móviles de un proyecto artístico, como el lanzamiento de Raphael, son diversos, y uno de los más importantes es el económico. La música, lo mismo que cualquier otra actividad cultural, tiene una faceta comercial que no deben olvidar quienes la tienen como profesión. Puede que ese sea el origen y causa del seseo que comento. No descarto el deseo de agradar, de gustar a la que realmente constituye la mayor parte del público hispanohablante, cantándole “en su lengua”.
               Otras figuras de rango y origen similar, efectuaron una elección diferente: es el caso de Julio Iglesias, casi contemporáneo de Raphael. Tampoco le ha ido mal, sin embargo.