domingo, 25 de marzo de 2012

LA PROFESORA HOLANDESA


               Se quejaba hace unos días una madre finlandesa de que la profesora de español de su hijo es demasiado estricta. El chaval ha aprendido nuestra lengua en su casa, de boca de la madre, que procede de Méjico. La profesora le corrigió un uso anómalo, incorrecto, según ella, de la palabra “librero”. En España designa al dueño o dependiente de una librería, pero en algunos países hispanoamericanos, entre ellos Méjico, también significa “librería” en el sentido de ‘estantería para colocar libros’. En la clase se enseña, por lo visto, el español de España, solo ese, razón por la cual fue rechazada la variante mejicana.
               Yo comenté a la madre que la Real Academia admite el doble uso de “librero”, cosa que ella ya sabría, porque también da clases de español en el mismo país nórdico. Añadí que todos los que, en una línea purista, limitan la legitimidad a la variedad peninsular, están muy equivocados, así que   -salvo por la incidencia en las notas-  no debía preocuparse, en mi opinión, por el idiolecto de su hijo, al menos en ese aspecto.
               Planteé otro argumento en contra de la maestra, que, por cierto, es originaria de Holanda. Si partimos de la división entre español de España y español de América  -muy simple, pero me sirve-, está claro que el futuro es del segundo, en el caso de que la situación actual de convivencia y equilibrio cambie a favor de una u otra. Cientos de millones de hablantes extranjeros hacen que la península sea una insignificante isla, donde le hacen, además, competencia creciente algunas lenguas regionales. De todas las emisoras de radio y canales de televisión que ahora mismo, en este instante, están emitiendo, ¿en cuántas se expresan los locutores en castellano de Castilla? Una escasa minoría en comparación con las que tienen voz hispanoamericana. La lengua española nació en España, en Castilla, pero ya no es propiedad nuestra solamente; más aún, la mayor parte de las acciones están en manos extranjeras. La señora holandesa debe reflexionar y darse cuenta de esto. Y admitir la heterogeneidad dialectal en su clase, no distinta de la que sucede fuera, en el mundo.
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               Como puede suponerse, me estoy refiriendo a la lengua hablada, no a la escrita, que marcha por otro camino, que tiene su devenir propio. A tal propósito, quiero señalar otra cuestión: muchos españoles (y/o hablantes de español foráneos) no solo elevan a la categoría de modelo la modalidad peninsular, sino que circunscriben dicho papel a una de las variedades de España: la castellana. El tópico consiste en defender la forma de hablar de Valladolid o Burgos como la mejor, la más correcta. No sé si la maestra del niño finés también está en eso. Si es así, ha caído en un nuevo error. No sabe que “la” lengua equivale a una suma de variedades dialectales, sociolectales, etc., y que todas son igualmente válidas y aceptables.
               Los andaluces hemos de ejercitar mucho nuestra autoestima en este aspecto. Bastante gente opina que hablamos mal, porque lo hacemos de manera distinta a los del norte de España: nos comemos consonantes, construimos de forma diferente los enunciados, tenemos una retórica singular, etc. Yo creo que aquí la equivocación parte, no del menosprecio social y cultural de Andalucía o de su atraso histórico, según suele afirmarse también, sino de otro factor: la consideración  -fetichista-  de la lengua escrita como forma suprema del bien hablar (nótese de entrada la contradicción: lengua escrita – bien hablar). Semejante identificación significa un modo de pensar equivocado. Pero así llevan entendiéndose las cosas una eternidad. Y, a partir de tal axioma, falso, se llega a la conclusión, falsa, de que el habla es tanto más aceptable, más correcta, cuanto más se parece a la lengua escrita y viceversa. Regla de tres por la cual se termina otorgando la supremacía al habla castellana, la del norte de España, por ser la más próxima a la norma escrita, sobre los dialectos meridionales, concretamente los andaluces.
               Lo mismo que cualquier otro tipo de conducta, el uso de la lengua depende no solo del conocimiento que se llegue a tener de ella (de su vocabulario, de su sintaxis, de las reglas comunicativas, etc.), sino también de la interpretación y valoración que se haga de los fenómenos lingüístico-comunicativos. Aquí nacen y perviven muchos mitos. La profesora holandesa de español cae en un error de interpretación de la convivencia entre dialectos, de idéntico calibre, aunque de diferente naturaleza, al de los andaluces y no andaluces que colocan el ideal de lengua hablada en la lengua escrita.

domingo, 18 de marzo de 2012

REPETICIONES


               La repetición es uno de los fenómenos lingüístico-comunicativos más relevantes, no solo por su abundante uso, sino también por su múltiple valor y su gran rendimiento. Consiste en la aparición sucesiva de un mismo elemento dentro de la cadena textual, tanto oral como escrita. Se inscribe, pues, en el llamado “eje sintagmático” o línea de desarrollo encadenado del discurso. La repetición vale, pues, por relación a lo anterior y/o a lo posterior a partir del punto que se considere: “Marco no ha venido, Marco ya no vendrá, Marco no viene nunca”.  Si no se atiende a la secuencia entera, no se advierte la reiteración del nombre propio ni se percibe su sentido.

               Hay diversos tipos de repetición. Dejando aparte la distinción por la naturaleza del elemento repetido (sonidos, palabras, enunciados, pausas, interrogaciones, estructuras, ideas más o menos completas, etc.), voy a centrarme en las funciones que cumple la repetición en el discurso, dentro de situaciones comunicativas concretas. Desde esta óptica, diferenciaré la repetición expresiva, la repetición métrica, la repetición didáctica y la repetición modal. Antes de continuar, he de advertir que no consideraré la repetición debida a carencia de recursos verbales para evitarla cuando es obligado hacerlo (pronombres, sinónimos, hiperónimos o hipónimos, etc.) o producida por la incuria y el descuido: esta repetición se califica simplemente de defecto. Me quedo, por lo tanto, con la repetición como fenómeno intencional legítimo, orientado a conseguir un determinado efecto textual comunicativo.

               La repetición expresiva, tal vez la más común, cumple una función de realce, de intensificación. Cuando quiero poner de relieve, llamar especialmente la atención sobre algo, destacarlo, etc., el medio más simple y asequible consiste en nombrarlo una y otra vez. La Retórica dedica un apartado al estudio de las “figuras de repetición”, a cuya consideración remito. Como se dice coloquialmente, se encontrarán en ese apartado repeticiones de todos los colores. No me sustraigo a recordar aquella sublime rima 50 de G.A. Bécquer, “Volverán las oscuras golondrinas” (con el juego “volverán” – “no volverán”), de la que destaco el inigualable polisíndeton final: “pero mudo y absorto y de rodillas, / como se adora a Dios ante su altar…”. Este tipo de insistencia no es exclusiva de la poesía, aunque tiene en ella su lugar natural, ni de la literatura, sino que también se maneja en otras clases de textos, escritos y orales: “No te lo daré nunca, nunca, nunca. Para que lo sepas”.

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               La repetición métrica sí que pertenece a la poesía. La Métrica está constituida por una serie de reglas y estrategias textuales encaminadas a lograr algo que pertenece al corazón de la poesía: el ritmo. Dichas reglas y estrategias reglamentan el uso de las pausas, el acento, el número de sílabas y la rima, de modo que se logre con su combinación las cadenas rítmicas que llamamos versos, estrofas, poemas. En esencia, se trata del diseño de patrones rítmicos, basados en la repetición de sonidos, palabras, estructuras, acentos, etc. La métrica es repetición.

               La repetición didáctica pertenece a otro orden de cosas. Su fin es colaborar con el lector u oyente para facilitarle la comprensión del texto. Los profesores la practicamos ad nausean, como una tendencia o vicio provocado por la profesión: queremos que los alumnos capten las ideas fundamentales y las decimos una y otra vez, de la misma forma o con otras palabras, etc. En general, todo el que se dirige con frecuencia un público oyente o lector con fines informativos, educativos, etc., sabe de la necesidad de tal recurso.

               Por último, la repetición modal es la más curiosa, y quizás la más inesperada en el contexto de la presente exposición. Me explico: las tres anteriores presentan un evidente parentesco, basado en el factor “relieve”: se repite lo que, sea cual sea el motivo, se pretende destacar, recalcar. Sin embargo, la repetición modal va por otro camino. En el ámbito de los estudios lingüísticos, la modalidad equivale a la actitud con que el hablante emite su enunciación: mandato, certeza, duda, etc. Así, “Tómate la pastilla a las 6” muestra una modalidad imperativa, muy diferente de “Se tomó la pastilla a las seis” o “Puede que se tomara la pastilla a las 6”. La modalidad se expresa por medios gramaticales, léxicos y de entonación, acompañados o no de gestos característicos. Pues bien, en el habla coloquial (la de mi comarca, al menos) existe una clase de repetición que colabora con otros elementos para la manifestación de la incertidumbre, la enunciación aproximativa, la inseguridad… de lo que se afirma o niega: “Llegaré a eso de las seis, las seis, las seis…”, “Siempre comemos a las tres, las tres, las tres…”, “Para el vestido vas a necesitar dos metros, dos metros, dos metros…”. Si no he observado mal, aparece sobre todo en contextos donde se habla de cantidades (horarias y de otro tipo). Equivale, más o menos, al significado del adverbio “aproximadamente”, con el que puede alternar. Además de la entonación dubitativa (denominémosla así para simplificar), vemos un gesto de la mano: un cuarto de giro a derecha e izquierda, realizado varias veces. Termino anotando otras expresiones con semejante sentido, si se repiten dos o tres veces al responder a un tipo de pregunta como “¿Te has gastado más de 30 euros en esa colonia?”, a la que se contesta: “Por ahí, por ahí”. Otra: “¿Cómo está tu madre? Así, así”. Etc.

viernes, 2 de marzo de 2012

"SI ESO..." (I)


               El diccionario académico recoge hasta cinco significados y valores distintos de los demostrativos “ese/-a/-o” en sus diferentes formas y funciones sintácticas. De ellos, consigna en último lugar la expresión “Eso me da…” (= ‘Lo mismo me da…’), donde no es posible otra forma que el neutro, del mismo modo que la expresión “venir con esas” exige el femenino plural invariablemente.  A continuación, relaciona seis locuciones en las que entran a formar parte demostrativos. De ellas, el neutro es la única posibilidad en cuatro:  “A eso de las siete” (= ’aproximadamente’), “En eso llegó su hermano” (= ’entonces’), “eso mismo” (afirmación, en alternancia con “eso”), “Y eso que le pagué al contado” (= ’a pesar de que’).  En cambio, deja atrás una fórmula, bastante conocida al menos en Andalucía, que quiero analizar aquí: “Si eso, quédate con tu primo”, “Si eso, tráetelo tú misma”.
               Suele aparecer en situaciones de comunicación oral de naturaleza coloquial (por eso no está en el DRAE, supongo), donde origina una imprecisión consciente, intencionada. Equivale a una subordinación condicional, extremadamente condensada en el  deíctico neutro “eso”. “Si eso, me voy” , o sea,  “si molesto”, “si ya no hago falta”, “si te pones así”, “si no llega dentro de cinco minutos”, etc.
http://juankarcardesin.blogspot.com/
2011/07/huida-hacia-adelante_29.html
 
               El carácter neutro amplía considerablemente las posibilidades de referencia, pues el contenido semántico es mínimo (igual sucede con las llamadas palabras “ómnibus”, como “cosa” y otras). Algunas veces, la construcción “si eso” apunta, con mayor o menor claridad, a algún elemento presente en el contexto o la situación. Así, en el enunciado anterior, donde cualquiera de las equivalencias indicadas, y más,  son posibles ante un gesto de cansancio, de incomodidad, de nerviosismo… del interlocutor, que no se quieren mencionar.
               En los ejemplos del párrafo que precede al anterior, “Si eso, quédate con tu primo”, “Si eso, tráetelo tú misma”, me da la impresión de que ocurre un fenómeno un poco distinto, como es el intento de quitar hierro a lo que expresa la oración principal, aligerar su carga imperativa. Por traducir este valor a palabras, sería algo así como “si quieres”, “si no te importa”, “por favor”... No obstante, lo curioso e interesante de tal recurso consiste en que la pseudocondicional de función amortiguadora se queda en una mera insinuación cortés, gracias al neutro (“Si eso…”), que no hace peligrar la posición del hablante respecto al oyente con un ruego o súplica explícita, propios de un nivel jerárquico inferior.
               Con lo cual se trataría, en todos los casos, de una manifestación del principio de cortesía comunicativa, de la que ya he hablado otras veces. El emisor suaviza la expresión para no efectuar un mandato categórico o una alusión demasiado directa a lo dicho o hecho por el oyente u oyentes, una vez escrutada la situación y vista la conveniencia de obrar así. Pero sin que su rol sufra menoscabo.
               Se confirma así la gran cantidad de posibilidades comunicativas y expresivas del neutro, no siempre bien atendida en los estudios gramaticales. Recordad aquel chiste en el que un joven pide un baile a una muchacha que, junto a su hermana, poco agraciada, permanecían sentadas y sin compañía en la fiesta. Ella se niega y el chico pregunta, mirando sin querer a la hermana: “¿Y eso?”. La muchacha responde: “Eso es mi hermana”.