miércoles, 19 de diciembre de 2012

PORQUE EL ESPAÑOL NO ES ESPAÑA


               Si la “cuestión catalana” fuera solamente un problema lingüístico y si ese problema lo originara solamente la pugna entre la lengua “de España” y la lengua regional, todo sería más simple, creo yo, y menos grave. Pero ni el asunto se circunscribe únicamente al ámbito idiomático ni, en este, consiste  solo en la adopción y uso de una lengua u otra, sin mayores consecuencias.
               El acoso que sufría el catalán en la época franquista corre parejas con el que soporta el castellano en la región donde ambas entidades deberían convivir en paz. Los niños y adolescentes de allí, gracias a Dios escolarizados todos hoy, tienen como lengua habitual la que es cooficial en aquel territorio y adquieren, con dificultad, un nivel de castellano cada vez más bajo. Naturalmente, esto no es fruto de una decisión suya, ni de sus padres: el “sistema” nacionalista les está metiendo en ese escollo.
               El hecho es que la catalanía idiomática va tomando una fuerza tal, que contrarresta y aun supera a la del castellano en Cataluña. Sin querer queriendo, como suele decirse, las medidas políticas y la propaganda están creando una conciencia de ideal monolingüe, que avanza en la misma medida en que retrocede el castellano, teñido de desprecio, en las instituciones, en la vida social, en la cultura e incluso en el rincón de lo personal y privado.
2011/04/mundo-hispanohablante.html
               El proceso no es espontáneo y cabe considerarlo anti natura, pues las lenguas no pertenecen a los dirigentes políticos o a los que dominan los medios de comunicación y manejan los cauces propagandísticos; ni siquiera tienen mando real en ella instituciones como la RAE (http://www.lavadoradetextos.com/2012/12/una-lengua-imparable/) . La lengua es propiedad de los hablantes y, en circunstancias normales, o sea, en contextos de libertad individual y colectiva, ellos son muy dueños de llevarla por donde mejor les parezca. Pero el entorno al que me refiero no goza, evidentemente, de tal privilegio.
               Antes aludía a la gravedad de las consecuencias. Se debe a que, en realidad de verdad, como también suele decirse, a la juventud catalana se la está encarcelando en una comunidad idiomática muy reducida, muy estrecha y aislada, porque se le va excluyendo de la comunidad española, cuya lengua  domina cada vez menos, usa menos todavía y tal vez llegue un momento -si no ha llegado ya-  en que no pase de ser una mera asignatura, que enseñe tanto como a nosotros nos enseñó en su día la de Francés, por ejemplo; o sea, casi nada. Los profesores que recibimos alumnos cuyos padres fueron emigrantes y ahora han vuelto, sabemos la ensaladilla rusa que cocinan esos niños cuando los ponemos a escribir en español, e incluso a hablar. Como mínimo se cansan, se trastabillan, lo mismo que yo, que me muevo a pie o en coche, me fatigaría el pedalear y perdería con frecuencia el equilibrio si tuviera que desplazarme en bici.
               Se detraen no solo de la comunidad española (que es lo que persiguen y venden quienes allí decretan a la voz de “¡Independencia!”), sino de la comunidad hispanohablante internacional. Esto es lo verdaderamente serio. Uno no acierta a comprender cómo los responsables de los niños y jóvenes no advierten que se les están quitando posibilidades a los chavales. Fijaos: en la actualidad, el castellano, con más de 450 millones de hablantes, es la segunda lengua mundial, después del inglés; el catalán no pasa de los 11 millones, incluyendo el Reino de Valencia y las Baleares. No sé si se advierte el daño que se puede causar a tantas y tantas personas por mor de esa miopía localista, dentro de un mundo donde la actividad económica, los intercambios comerciales, el desarrollo de la ciencia y del pensamiento, el arte  y la cultura traspasan toda frontera. En Estados Unidos, o sea, en el corazón del Imperio, más de uno de cada tres ciudadanos entiende y habla el castellano. Agachar la cabeza y mirarse el ombligo es ahora más pifia y error que nunca. A los niños y adolescentes hemos de abrirles horizontes, no cerrárselos con el idioma como reja y candado.
               El español no es España, esto es lo que hay que comprender. No son adversarios equiparables el catalán y el castellano. El castellano significa la amplitud, la expansión, la apertura, la apuesta de futuro,  la comunicación a gran escala; encierra en sí la suficiente virtualidad como para ser instrumento y vehículo y plataforma de lanzamiento de quienes quieran o deban transitar el mundo, llamados por necesidades profesionales o personales. El catalán, no.


martes, 11 de diciembre de 2012

NOMBRES DE MUJER

               Neri, Manu, Pepe, Juani, Dorita… y otros muchos por el estilo son, como se sabe, modos cariñosos de llamar familiarmente, amistosamente, a las personas. Los lingüistas los denominan hipocorísticos. Especialistas y aficionados han abordado con frecuencia esta cuestión y en un lugar virtual tan asequible como Wikipedia (*), por ejemplo, o en otros similares (**), disponemos de buenas explicaciones del fenómeno y de listas de tales denominaciones afectivas.
               Yo no voy a insistir, obviamente, en una exposición general, que ya existe como digo. Quiero fijarme, tan solo, en los nombres femeninos, mejor dicho, en algunas particularidades de los hipocorísticos femeninos, en contraposición a los masculinos, que me parecen al menos curiosas. Mi intención es mostrar ciertas regularidades lingüísticas de carácter formal, que pueden llegar a constituirse en norma.

        1) Abundan más los terminados en “ –i/-y”   femeninos que los masculinos, bien sea por apócope bien por transformación: Toñi, Censi , Ani, Loli, Nati, Dori, Mari, Emi, Leti, Sofi, Manoli, Conchi, Pepi, Choni, Yoli, Toñi, Mili, Ceci, Nuri, Cati, Neri, Puri, Rosi, Margari, Choni, Viky, Nati, etc., etc., etc. Los masculinos son muchos menos:  Juani,  Poli, Javi, Gabi,  Josemi,  Monchi, Santi, etc.; aparecen en este último grupo, no tanto en el de las mujeres, los importados de otras lenguas:  Charly, Willy, Iñaky, Jordi, Toni, Johnny, Ricky, Micky, etc. Es como si el sonido “i” adquiriese, en el contexto de los antropónimos cariñosos, una resonancia especial, delicada, dulce, que lo lleva a ser uno de los preferidos entre los nombres femeninos.
       2) En el caso de nombres con una versión femenina y otra masculina, como Antonio y Antonia, se aprecia una tendencia a emplear hipocorísticos diferenciados, siguiendo el modelo de la oposición de género gramatical en castellano; sin embargo, predomina  la “i” para el femenino, que es casi un morfema indicativo de este género, como se ha dicho: Toñi/Toño, Paqui/Paco, Manoli/Manolo, Feñi/Fernan, Trini/Trino, Mili/Milio, Dori/Doro, Pepi/Pepe, etc.  En algunos casos se da una única forma, Juani, Adri, Ale, etc., que neutraliza la distinción de género; no obstante, suelen usarse para niños o jóvenes tan solo.
       3) Si el nombre originario tiene apariencia masculina, como Remedios o Rosario, se conserva en el derivado hipocorístico, quizás debido a que no hay apenas denominaciones masculinas correspondientes, pues se trata casi siempre de advocaciones marianas: Remeritos, Rosarito/llo/ Chayo/Rosarito/Charito, Cañito(s), Amparito, Socorrito/Soco (***) , Consuelito, Asun, Patro, etc.; hay, sin embargo, excepciones, como Concha/i (de Concepción), Censi (de Ascensión), Dori (de Adoración, entre otros), Visi/ta (de Visitación), Presenta (de Presentación), Puri /a (de Purificación), etc. Más raro es que se produzca un nombre con aspecto masculino, inexistente en el nombre primitivo: Noe (de Noelia o Noemí), Victo (de Victoria), Leo (de Leonor/a), Vero (de Verónica); por regla general, se origina mediante apócope.
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       4) Como era de esperar, el diminutivo, que más que de pequeñez es signo de afecto y ternura en nuestra lengua, se ha convertido en el morfema derivativo por excelencia en la formación de hipocorísticos:  Rosarillo, Juanico, Paquito, Dolorcitas… Tal vez  debido a su misma naturaleza semántica, predomina en las denominaciones de mujeres: Evita, Dorita, Anita, Estelita, Antoñita, Lolita, Conchita, Teresita, Victorita, Elenita… En realidad, la gran mayoría de los nombre propios femeninos admiten un hipocorístico con diminutivo. Los masculinos no son tan receptivos a este sufijo, excepto si se trata de niños pequeños (Pablito, Paquito, Rafalín…) o si el término derivado se destina a una denominación artística (Pedrito Rico, Juanito Navarro, Manolito Rollo…), que equivale a un mote más que a un nombre cariñoso.
       5) No tiene tanta vitalidad o fuerza como otros (derivación y apócope, según se ve en los ejemplos de los epígrafes anteriores) el procedimiento de formación de hipocorísticos por transformación, más o menos drástica, del nombre de pila, del tipo “Ramona → Monchita”. La alteración fonética se produce, muy a menudo, por influencia o imitación del lenguaje infantil, y bastante más en el apartado de la onomástica femenina: Carmen → Mamen, Rosario → Charo/Chayo (con los consiguientes diminutivos “posteriores”), Consuelo → Chelo (y sus diminutivos), Dolores → Loles (y Lola y sus diminutivos y apócopes), Elena → Nena (y sus diminutivos), Asunción → Chon (y su derivado en –i), Antonia → Toña (y su derivado en –i) , Eulalia → Lali / Laya, Manuela → Nela, Josefa / Fefa, Inocencia → Chencha, Manuela → Nela, Jesusa → Chusa/Susa, etc.
               Restan, para terminar, hipocorísticos cuyo origen y relación fonética con el nombre originario no resultan fáciles de establecer. Así, Curra (tomado, supongo, de Curro), Carmen → Tita, Mercedes →  Achas/Chechu, María Ona, etc.  Dentro de este grupo, son muy populares los sobrenombres Pepe/Pepa, Pepi, Pepita y Paco/Paca, Paqui, Paquita; de su formación y evolución encuentro una interpretación nueva, interesante,  en uno de los artículos del blog Cápsulas de lengua, que invito a visitar (****).
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(***) En mi localidad, Antequera, donde la Virgen del Socorro tiene multitud de devotos, muchas mujeres se llaman así, Socorro. El nombre cariñoso no es, sin embargo, Socorrito, sino Socorrita. O Coqui/Coco, que están más extendidos en otras zonas.

martes, 27 de noviembre de 2012

JAMÓN MISMO

                En el círculo de los más próximos corre una frase cuya procedencia no recuerdo ya, después de tantos años de presencia entre nosotros. Es la que da título a estas líneas: “Pon… jamón mismo”. Nosotros la utilizamos con un sentido irónico, como queriendo decir: ‘Cualquier cosa me vendrá bien. Lo que haya a mano. Por ejemplo, jamón’. Si bien se sobreentiende que el jamón no es  -y antes lo era menos-  cualquier cosa: de ahí el juego retórico y el efecto humorístico. De tanto repetirlo, ha llegado, incluso, a revestirse de tintes antonomásticos y, con mucha frecuencia, decimos “jamón mismo” simplemente por “jamón”.
               La palabra “mismo”, con sus variantes femenina y plural, la caracteriza la gramática académica como un determinante, procedente por gramaticalización del grupo de los adjetivos. También han sufrido este proceso “otro”, “semejante”, “vario”, “igual”, “propio” ...  Como tal determinante, presenta diversos usos y encierra también diferentes significados, aunque todos ellos tienen como eje o núcleo semántico el concepto de “igualdad”: “Ese hombre no es el mismo que vi ayer”, “En toda la casa hace el mismo frío”, etc. Voy a ir repasando, brevísimamente, algunas de los valores y empleos más comunes de esta palabra, “mismo”, para concluir con una explicación, no menos sucinta, del entronque idiomático de “jamón mismo”.
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      1) La RAE (en la gramática [*] y en el diccionario) recoge, en primer lugar, ese significado neto de “igualdad”: “Tu casa y la mía están pintadas del mismo color”. A veces, se emplea en las construcciones comparativas de igualdad: “Se ha puesto la misma ropa que su hermana”.
     2) Comprueba también la institución académica que, en otras ocasiones, no aporta sino un subrayado enfático: “La misma estructura / estructura misma de la casa exige un sistema de calefacción intensa”, “Tu mismo gesto / tu gesto mismo lo está diciendo”.
     3) Similar vocación intensificadora, sin descartar la idea originaria de igualdad, contiene el término en expresiones como “El mismo presidente me lo ha confesado” o “El inspector, él mismo, ha revisado las cuentas”.
     4) No muy distinto es el valor pleonástico cuando acompaña a pronombres reflexivos: “Habla consigo mismo”, “Siempre decide por sí mismo”.  O con pronombres personales, a los que presta un matiz reflexivo: “Solo piensa en ella misma”.
Ahttp://lacomunidad.as.com/blogfiles/
     5) Por último, se habla en la gramática de un “uso ejemplificador”, es decir, equivalente a expresiones como “por ejemplo”: “- ¿Cuándo me traerás el coche?  -Mañana mismo, si te viene bien”, “Pongo la silla aquí mismo”, “Que lo haga tu padre mismo”.  En el diccionario se recogen dos locuciones verbales que, según creo, se relacionan con esta acepción: “dar lo mismo” y “ser lo mismo”, definidas como equivalentes a ’ser indiferente’: “Hazlo como quieras, me da lo mismo”, “El mes que viene o el otro, lo mismo es”.
               Si no estoy equivocado, la naturaleza semántica de “mismo” en la frase “jamón mismo” del título se relaciona con lo dicho en el último apartado, o sea, con el sentido de ‘indiferencia’:   “-¿Qué le pongo al bocadillo?  - Ponle… jamón mismo”. Insisto en que, hasta no hace mucho, el jamón era en muchas casas un artículo de lujo. Quiero concluir señalando algunas notas características que presenta aquí el término: a) se coloca invariablemente detrás del vocablo al que acompaña (que no siempre es un nombre), igual que ocurre cuando va con pronombres reflexivos o personales (punto 3); b) En el registro coloquial al menos, se aprecia un proceso de adverbialización, que tiende a inmovilizar la opción “mismo”: “Tu hermana mismo que lo cosa”, “Tómate una poca de leche mismo”.
               La fórmula del chiste “jamón mismo”, basado en la ironía, posee visos de fecundidad y podría dar lugar a toda una larga saga: “No es escrupuloso: esa tía mismo/a le vendría bien” (siendo la “tía” un pedazo de monumento prácticamente inalcanzable), “¿Que cómo quiero el collar?  - Pues… de oro macizo mismo” . Etc.

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[*] R.A.E.: Nueva gramática de la lengua española. Manual. Madrid, Espasa Libros, 2010, pág. 251.  El epígrafe 13.4.3e se dedica monográficamente a la palabra “mismo”.




domingo, 14 de octubre de 2012

EL ACORDEÓN NO ME LO COMPRARON


               La historia del acordeón que inicié en el anterior artículo (http://www.ymalaga.com/blocs/que+nadie+se+calle/lo-que-quiero-es-un-acordeon.88923.html) es cierta: yo tenía unos diez años y mi mayor ilusión era tener un acordeón rojo que lucía en un escaparate antequerano. Concluyó quedándome a dos velas, sin mi anhelado instrumento. Aparte del cruento tajo a mi incipiente afición musical como intérprete, supuso el desgarro definitivo del inocente velo que oculta a la infancia la existencia de metas  -caprichos, muchas de ellas-  imposibles.  
               Así fue. Y hoy me propongo comentar, algo más por extenso, no la frustrante negativa paterna, sino la frase que expresa lo ocurrido: “El acordeón no me lo compraron”.  Empiezo comprobando que eso mismo podría decirse de otra manera, más sencilla y más acorde con el orden sintáctico “canónico” (sujeto-verbo-complementos): “No me compraron el acordeón”. ¿Qué aporta la versión dislocada “El acordeón no me lo compraron” (C-[S]-V)? Aparentemente, la diferencia es nula, parece que ambas expresan lo mismo. ¿Entonces?
               Seguramente, en los enunciados que en un texto podrían anteceder al que traemos entre manos (en cualquiera de sus dos versiones) se hablaría de cuestiones más o menos  próximas semánticamente (X toca el acordeón muy bien, la afición musical debe cultivarse desde pequeño, el acordeón es un instrumento relativamente barato, he visto un acordeón parecido al que yo quería…). En cualquier caso, en nuestro ejemplo se trata, con toda seguridad, acerca del acordeón que yo deseaba; y se hace dando por supuesto que mi(s) receptor(es) saben a qué acordeón me refiero, para añadir una información nueva: que no me lo compraron. Como he mencionado en otros artículos acerca de estas cuestiones (http://jaramito.blogspot.com.es/2012/09/esto-que-es-lo-que-es-y-ii.html), el nombre que se le da en las ciencias de la comunicación al elemento (dado por) conocido de un enunciado, fragmento o texto es el de tema, y a los datos (dados por) nuevos, el de rema. Aquí, el tema es “el acordeón” y el rema “no me lo compraron”.
               Algunas veces, el tema se mantiene a los largo de un texto o, más frecuentemente, dentro de un fragmento o pasaje. Pero no siempre  es así, sino que en cada enunciado o conjunto pequeño de enunciados se cambia de tema. Hecho que es preciso hacer ver al receptor para no dificultarle la comprensión ni confundirlo. Cuando el que he llamado orden canónico basta para distinguir tema y rema, no hay por qué acudir a otro procedimiento identificador. Si no es así, resulta necesario hacer algo, aplicar algún tratamiento especial al enunciado. Es lo que se llama topicalización y consiste en la alteración del enunciado, orientada a mostrar que tal o cual elemento, y no otro, es el tema, denominado también tópico (*). Como la focalización, pertenece al grupo de los mecanismos al servicio del énfasis (http://jaramito.blogspot.com.es/2012/10/lo-que-quiero-es-un-acordeon.html).
               No otra es la naturaleza de la distinción entre “No me compraron el acordeón” y “El acordeón no me lo compraron”.  El segundo orden tiene como objetivo la topicalización de “el acordeón”, que se supone necesaria por alguna razón de contexto. La colocación del tópico al comienzo del enunciado es, como se ve, un recurso topicalizador. Otros son determinadas locuciones, como “en cuanto a”, “en relación con”, “respecto a”, “por lo que se refiere a/toca a” y similares.
                               En cuanto a ti, ni espero nada ni te debo nada
                               En relación con el problema económico, ya es hora de hacer algo
                               Por lo que se refiere a mi hijo, le hablaré con toda claridad
               En el post citado arriba (http://jaramito.blogspot.com.es/2012/09/esto-que-es-lo-que-es-y-ii.html) hablaba de la posibilidad de que coexistan en un mismo enunciado dos tópicos:
                               Para windows, ¿son muy caros los programas?
                                        T-1                                           T-2
               En la zona dialectal andaluza donde me desenvuelvo, y posiblemente en otros ámbitos del español, se emplea con harta frecuencia la locución “lo que es” como elemento topicalizador.
                               Lo que es yo, me voy ahora mismo a la cama
                               Lo que es mi hermano, ni merece la pena que habla de él
Algunos opinamos que sería mejor decir
                              En cuanto a mí, me voy ahora mismo a la cama
                              De mi hermano, ni merece la pena que hable

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martes, 9 de octubre de 2012

"LO QUE QUIERO ES UN ACORDEÓN"


               Si tengo el capricho de poseer un acordeón, no una guitarra ni un barco, y si con solo decirlo es probable que alguien me lo satisfaga, mi petición será: “Yo quiero un acordeón”. No obstante, este enunciado también me puede servir, llegado el caso, para desterrar toda sospecha de que sea mi hermano, y no yo, quien pide ese instrumento. En la primera interpretación (en adelante, A), el enunciado centra la atención en “acordeón”, mientras que, en la segunda (en adelante, B), el mayor relieve corresponde a “yo”.
Cuando el enunciado es oral, la forma de emitir “Yo quiero un acordeón” (entonación, curva de intensidad, pausas, etc.) puede que ponga de manifiesto con bastante nitidez un sentido u otro; por escrito no siempre es tan fácil ni tan simple, se necesita en ocasiones utilizar otros medios complementarios; también caben en lo oral, naturalmente, para recalcar el valor elegido. Así, esta forma subraya el significado A: ”Lo que quiero es un acordeón”/ “Un acordeón es lo que quiero”; y el segundo (B) queda más patente de esta manera: “Yo soy quien quiere un acordeón”/”Quien quiere un acordeón soy yo”.
               La gramática última de la RAE, incorporando una conocida terminología y teoría sintáctico-textual, denomina a estas estructuras “oraciones hendidas”, “escindidas”,  “ecuacionales”, “perífrasis de relativo” o “copulativas enfáticas de relativo” (*), título por el que se decide, y las incluye dentro del grupo de las “copulativas enfáticas”. Los miembros del enunciado originario (“Quiero un acordeón”) se distribuyen como sujeto y atributo de una oración copulativa compuesta (o compleja). Vuélvase a los ejemplos: en los correspondientes al sentido A se hace hincapié (“énfasis”) en que el objeto de mi deseo no es otro que un acordeón, donde la novedad informativa y núcleo de interés no es que yo quiera algo, eso ya se da como conocido, sino cuál es el instrumento a cuya posesión aspiro, qué es ese “algo”; en B, se acentúa, de idéntica forma, que quien pretende disponer de un acordeón, o lo que sea, soy yo, no otro. Tanto es así, que si un receptor quisiera formular una pregunta aclaratoria en relación con A, interrogaría sobre el objeto ansiado, y no sobre otro aspecto de la oración: “¿Qué es lo que quieres?”, mientras que, acerca de B, la interrogación diría “¿Quién quiere un acordeón?”.
               La operación que da lugar a tales estructuras “copulativas enfáticas de relativo” se denomina focalización (**). Consiste en configurar sintácticamente la oración de modo que un determinado elemento, el que aporta novedad informativa en el contexto discursivo inmediato, destaque como foco del enunciado.
               Según se observa en los ejemplos, recursos focalizadores son el desplazamiento al extremo izquierdo o derecho del enunciado (“Un acordeón quiero”), así como la fórmula “hendida”, que conjuga el desplazamiento y la bimembración sintática (“Lo que quiero es un acordeón”, “El que quiere un acordeón soy yo”).
               El énfasis es un fenómeno lingüístico-comunicativo, que puede darse tanto dentro de los límites del enunciado, como en la globalidad del texto o alguna de sus secciones. Pertenece a la dimensión o estructura informativa, en la que podemos observar, entre otros, segmentos planos y segmentos enfatizados (resaltados, subrayados, intensificados, recalcados…), según acabamos de ver. La focalización es una clase o tipo de énfasis. Por otra parte, dicha estructura informativa se despliega mediante la articulación de unidades con información “conocida” (tema) y unidades con información “nueva” (rema). La focalización se aplica a las de segundo tipo.  Por último, tanto el énfasis en general como la focalización en particular, son acciones opcionales, que valen precisamente por eso, en oposición a los pasajes no enfáticos y con ocasión del realce que se necesite/desee dar a ciertos elementos oracionales o textuales. 
Mi padre era muy aficionado a la música. Mi esposa también lo es, por suerte. Ya de novios, me quiso comprar una guitarra. Pero lo que yo quería era un acordeón. Y lo conseguí. Aprendí a tocarlo y llegué a ser un notable intérprete. La guitarra no la hubiera mirado siquiera.
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(*)  RAE: Nueva gramática de la lengua española. Manual. Madrid, Espasa, 2010, pp. 776-9.
(**) http://revistas.ucm.es/index.php/THEL/article/view/THEL9292120039A/34341

lunes, 24 de septiembre de 2012

"¿ESTO QUÉ ES LO QUE ES?" (y II)


 (La primera parte de este artículo puede leerse en http://www.ymalaga.com/blocs/que+nadie+se+calle/)

               Para caracterizar en el plano del contenido la pregunta expandida, apelaré a lo que se denomina la estructura informativa de los enunciados y de los textos. Alude a la diferencia y al engarce de dos tipos de elementos: los que, en la globalidad del texto y en cada enunciado, se dan por conocidos y se proponen para decir algo de ellos, o sea, el tema, y de ese algo que se dice, llamado rema. (Ver una explicación asequible en http://elies.rediris.es/elies17/cap3_3.htm#_ftn14)

                               A tu hermano     no lo he visto             Ese niño    ¿quién es?
                                       TEMA                     REMA                   TEMA            REMA

En muchos casos, para que se interprete un segmento oracional como tema, se necesita algún recurso complementario, cosa que ocurre cuando se introduce un tema nuevo (al comienzo del texto o en las digresiones) o cuando se pretende hacer alguna clase de hincapié. Así, el desplazamiento al extremo izquierdo o derecho del enunciado, a menudo a una posición marginal, o la inserción de ciertas locuciones (en letra inclinada en los ejemplos).Se produce, en tal caso, un proceso de topicalización. (Hay una exposición muy sencilla en  http://mx.answers.yahoo.com/question/index?qid=20100207130512AAxP4jf. Ver también http://lenguayliteratura.org/mb/index.php?option=com_content&view=article&id=354:tema-25-cohesion-textual&catid=219&Itemid=180)

                                          “Respecto a ese asunto, no diré nada más
                                                
TEMA (TÓPICO)                      REMA
                                      En relación con lo que hablamos, ¿hay alguna novedad?
                                                 TEMA (TÓPICO)                                REMA
                                     La plaza “Rey Juan Carlos”   la vamos a reconstruir  
                                                    
 TEMA (TÓPICO)                    REMA                                                                                                  
 Puede haber más de un tópico en un mismo enunciado:

Para windows, los programas  ¿son muy caros?  /  Para windows, ¿son muy caros  los progr.?
TEMA (TÓPICO)       TEMA (TÓPICO)              REMA          TEMA (TÓPICO)          REMA         TEMA (TÓP.)
              
               Volviendo a nuestro asunto central, la pregunta expandida, la veo como fruto de un proceso de topicalización con dos tópicos, dentro de una estructura coincidente con la del último ejemplo: T.T. – REMA – T.T. Serían dichos tópicos “esto” y “lo que es”, sobre cuyo referente (desconocido o incierto) se pregunta “qué es”:

                                                               Esto   ¿qué es      lo que es?
                                                              T.T.           REMA          T.T.

Tal vez se aprecie más claramente la configuración del enunciado si alteramos la perspectiva temporal y nos trasladamos a un hecho pasado: “Aquello, ¿qué es lo que era/fue?”, donde la interrogación se produce en la actualidad (“¿qué es?”), aunque sobre un suceso o evento pretérito. (“lo que era/fue”).
               Una posible paráfrasis del enunciado, tal como lo he caracterizado informativamente, sería: “En cuanto a esto, y respecto a lo que es, ¿qué es?”. Evidentemente, el segundo tópico “lo que es” resulta innecesario, pues basta con preguntar “¿Qué es?, o sea, utilizando la variante simple , y el mensaje de fondo sería prácticamente el mismo. De este modo, debemos considerar la estructura expandida como enfática, que intensifica o refuerza la interrogación. Hay que tener en cuenta que, con bastante frecuencia, la lengua oral “expande” o “fortalece” ciertas expresiones que el uso desgasta o que pierden relieve en el curso huidizo de la expresión oral. Así, por ejemplo, “Ven  acá para acá”, “Sube arriba  a ver si está”, “Bájate para abajo ahora mismo”, “La verdad de verdad es que me ha salido por chamba”, etc.
               Para concluir, quiero citar, de momento tan solo citar, una clase de preguntas, menos habituales, para ponerlas en relación con la que me ha ocupado aquí, pues que creo que pertenecen al mismo tipo o alguno cercano:
                                               “La boda, ¿dónde es donde es?”
                                              
“¿Cuándo es cuando era esa reunión?”
                                               “Las natillas ¿cómo es como las vas a hacer?

viernes, 7 de septiembre de 2012

EL FACTOR "EVALUACIÓN"

               No existen en nuestra lengua, ni en otras, muchas palabras monosémicas, es decir, con un solo significado. Me refiero al vocabulario común, no a los léxicos especializados y cuasi especializados, pertenecientes ambos a lo que la Semántica y la Lexicografía denominan “terminologías” (“vertebrado”, “ecuación”, “endecasílabo”, “espátula”, “abrazadera”, etc.).  En la lengua que usamos en el escenario social o familiar cotidiano, abundan los términos polisémicos, que lo son por diversos motivos, en los cuales no entraré ahora. De “mano”, el DRAE da hasta 36 acepciones, sin contar las locuciones y frases hechas. Pese a ello, es raro que se originen enunciados ambiguos y sea imposible seleccionar el sentido adecuado: “¡Vaya pájaro que tengo en mi casa” se puede entender como la expresión del orgullo por el lorito o el jilguero con el que se convive en el hogar, o como una queja en relación con un acogido de mala conducta; pero la entonación y el contexto de la conversación no dejarán duda acerca del “pájaro” al que se refiere el hablante.
               Una forma un tanto singular de polisemia es la de ciertas palabras o locuciones que parecen significar una cosa y también la contraria, según las circunstancias en que se usen, sin que realmente sea así. Generalmente son términos o expresiones de carácter valorativo o que inducen a tomar una actitud o postura respecto a lo que significan. Por ejemplo, en algunas regiones de España, cuando una persona ha acumulado una gran fortuna, se dice que “está podrido de dinero”, siendo así que “podrido” significa realmente ‘en proceso o en fase terminal de alteración o descomposición’, como “Esta pera está podrida”. Parecido enfrentamiento aparente vemos en dos usos del verbo “clavar”, que tiene un matiz positivo en “Lo has clavado” (= ‘Lo has hecho perfectamente’, ‘Has acertado’) y negativo, cuando se trata de introducir tornillos o puntillas a golpes (no está del todo ausente la evocación inconsciente de Cristo clavado en la cruz).
              En general, puede que haya bastantes términos o expresiones, de los no especializados al menos, que, entre sus componentes semánticos o semas, presenten uno al que podíamos denominar “evaluación” , con marca positiva (“cariño”) o negativa (“terremoto”). Los hablantes tenemos catalogadas en nuestra memoria lingüística las palabras y expresiones de acuerdo con diferentes factores, y uno de ellos sería la “evaluación”, con arreglo a la cual las calificaríamos positiva o negativamente, como peculiar añadido a su significado. Casi igual que las comidas, los colores, las películas... Debe entenderse “evaluación” no como la nota que obtiene un estudiante, sino como “apreciación”, eso sí, inconcreta, por derivar de la aplicación de múltiples criterios, diferentes  y puede que hasta contradictorios en ocasiones.

http://www.loscriticonos.com/2010/06/donde-viven-los-monstruos.html
               Partiendo de aquí, añado que, en tal clasificación léxica general, los términos que estoy comentando, con doble “evaluación” posible, entrarían a la vez en los apartados negativo y positivo obviamente. La palabra “monstruo” puede aludir a un ser deforme, que produce miedo o al menos repulsión  (“Un terrible monstruo acosaba a los aldeanos”) o bien a una persona que posee cierta cualidad en grado muy alto: “Esa niña es un monstruo bailando y cantando”. En el primer caso, el signo sería negativo [-] y en el segundo positivo [+]. Todo ello, además del resto del contenido semántico, parcialmente diferente,  y debido a él.
               Seguramente, la doble “evaluación” posible es lo que presta a estos vocablos la apariencia de oposición antonímica. Más casos: “empapado” es negativo cuando se emplea en el sentido de ‘calado hasta los huesos’ (si se me permite la hipérbole) y positivo, cuando equivale al ‘conocimiento exhaustivo de una materia o de una información’ (“Me he empapado bien de ese asunto; lo defenderé en la comisión”).  Una persona puede estar o ser “irresistible”, si se presenta o posee  un gran poder de atracción, y, sin embargo, hay decimos “Una fuerza irresistible me empujó hacia el fondo”. El adjetivo “morado” también es ambivalente, pues permite el enunciado negativo “Fernando salió del agua morado” o “Le han puesto un ojo morado”, y también el positivo “En la boda de mi prima nos pusimos morados” (de comer o… de otras cosas). Más: “caerse la baba” (“Les ponemos una toallita porque se les cae la baba”/”Está con su niño que se la cae la baba”), “fresco” (“Hace un fresco muy agradable”/”Mi compañero de habitación es un fresco”), “morirse de”/”partirse de” (“Se partió la pierna por el fémur”/ “Se partió de risa con mi hija”), “frito” (“Me gustan las patatas bien fritas”/”Me tienes ya frito”), “loco” (“Le dieron sus reyes y se volvió loco”/”Parece que se ha vuelto loco, lo van a internar”).
               Técnicamente, se habla de “connotación” para referirse al componente que yo he denominado “evaluación”. No veo dificultad en llamarlo así, siempre que se tenga en cuenta que “connotación” abarca otros fenómenos significativos además del analizado aquí, de carácter más subjetivo: por ejemplo, la palabra “haza” se me asocia con vivencias muy gratas de mi infancia, porque mi casa poseía una y yo disfruté mucho en ella; la evocación de todo ello es la “connotación” que para mí, y solo para mí, tiene “haza”. La “evaluación” es un rasgo más general, no tan concreto (‘negativo’ / ‘positivo’), y menos personal.


martes, 21 de agosto de 2012

"QUE TE CAGAS" Y OTROS NEOSUPERLATIVOS (y II)


La primera parte de este artículo está en http://www.ymalaga.com/blocs/que+nadie+se+calle/

3.  “De lujo”. Indica la excelencia de una acción y también, aunque menos,  de un ser o de un objeto: “En la entrevista, Cristiano Ronaldo estuvo de lujo”, “He hecho un examen de lujo”,  “Lo vamos a pasar de lujo”.  El término elegido, “lujo”, ya encierra en sí mismo un matiz de brillo y superioridad, y apunta a algo que no es habitual y ordinario, que es lo que se aprovecha para el uso superlativo.
4.  “Pedazo de” (“peaso de” en algunas zonas de Andalucía). Este conjunto de nombre y preposición se antepone a otro nombre, para subrayarlo, enfatizarlo, etc. “Con su pedazo de bachillerato y ni por esas se coloca”, “Vaya pedazo de película que hay esta noche”. El sentido de “pedazo” aquí es claramente irónico: significa todo lo contrario de una parte, trozo o segmento.
http://funnymama.com/post/79115#596?utm_source=mgid&utm_medium=cpc&utm_campaign=funnymama 
5. “Demasiado” (“demasiao”).  Presenta un valor muy parecido a “de lujo”, si bien no solo encarece positivamente acciones, sino también cualidades, un tanto inconcretas, de seres u objetos: “Este filete está demasiado”, “Estoy leyendo una novela que es demasiado”, “Ese corte que le has dado ha sido demasiao” (= estupendo, muy eficaz u oportuno…).
6.  “Sobrado” (“sobrao”). A partir de la idea de ‘exceso’ e invirtiendo el signo negativo de su contenido semántico, se emplea con valor superlativo para aludir a la disposición, las condiciones o la capacidad supremas de un individuo, generalmente humano, auténticas o fingidas: “No tengo problemas con la moto, estoy sobrao”. A veces se presenta en enunciados despectivos: “Es gilipollas, va de sobrao”.
7.  Exagerado (“exagerao” e incluso “sagerao”). El sentido y el empleo de este participio están muy próximos a los de “de lujo” y “demasiado”. Así, “Va a ser una fiesta…, uff, exagerada, colega”,  “Mi teléfono es… exagerado”, “Los altavoces se oyen… exagerao”.
8.  Súper- . Lo nuevo de este conocido prefijo superlativo es el considerable aumento de su empleo en determinado estilo de habla coloquial juvenil y la ampliación del tipo de contextos léxicos donde aparece. Así, en boca de algunas chicas de hoy, todo puede ser “súper”: “superemocionante”, “superbién” o “supermal”, “superoscuro”, “supercorto”, “supertonto”, “supercerca”, etc. Sin duda, es una herramienta de fácil acceso y se toma como elemento superlativo casi universal.
9.  Para reventar (“pa reventar”). Aunque en ocasiones alterna con “para morirse”, su uso es mucho más amplio y variado. El sentido superlativo deriva de la situación extrema significada por el verbo, si bien con un valor positivo: “Tiene dinero pa reventar” (mucho), “Cantaba el fandango pa reventar” (muy bien).
10. Lo siguiente. Este no ha adquirido tanta difusión como muchos de los anteriores, pese a ser un recurso bastante simpático e imaginativo. Se oye en ponderaciones como “No es guapísima, sino lo siguiente”.

Termino con la manifestación de un deseo: que os haya parecido mi recuento “de lujo”, “demasiao”, un “pedazo de” “súper- análisis” lingüístico…, y que está “exagerao”, “pa reventar”. Si fuera así, no estaríais “sobraos”, sino “lo siguiente".

lunes, 6 de agosto de 2012

COLORINES


               Una mañana, al salir para el colegio, vio Noel algo muy extraño: un gorrioncito blanco vino a posarse en una rama del naranjo salvaje que había en la puerta del bloque. Era la primera vez que se encontraba con un pajarillo callejero de ese color; parecía un copito de nieve grande y redondo, con ojos, pico y patas; o una bola de yogur natural, blanda y suave…  Mientras se alejaba del árbol, Noel volvió la cabeza varias veces. Contemplaba con admiración al animalito: “¡Qué bonito es! ¡Y qué raro!”. El gorrión parecía seguir al niño con la vista, hasta que dobló la esquina y desapareció.
               Noel tenía 6 años. Estaba en Primero y, al llegar a su clase, le contó a su señorita lo que había visto. También ella se sorprendió. No sabía que hubiera gorriones blancos. Ni siquiera había oído o leído que pudiesen existir individuos albinos en esa especie, como los hay en la raza humana.
               Noel estuvo toda la mañana impaciente por regresar a casa y mirar al pajarillo blanco. Llegó a la altura del árbol, pero no estaba ya. Otros muchos, de color pardo, piaban y revoloteaban.   
               A la mañana siguiente, se repitió el fenómeno del día anterior: el pajarillo descansaba en su rama, la misma. Pero ya no era blanco, sino ¡de color rosa! Noel se acercó y comprobó boquiabierto el color del pájaro, muy parecido al del  helado o al del petit suisse de fresa, mejor, al algodón de azúcar. “Este sí que es raro. Mucho más que el color de ayer”.  Con los ojos muy abiertos, estuvo unos minutos mirando el original plumaje. El niño estaba muy impresionado. También muy contento de que le ocurriera a él esta maravilla. A la vuelta del cole, como el día anterior, el animalillo había volado.
               Durante diez días estuvo desarrollándose la misma escena. En ese tiempo, el gorrión cambió cuatro veces más de color. Noel nunca había salido de casa tan contento y tan temprano, incluidos el sábado y el domingo, aunque no hubiera clase. Nada más despertarse, ya estaba pensando en su pájaro, al que sin duda le estaba tomando cariño. Los ojillos y movimientos del animal también parecían denotar  interés por el niño.
               La última vez que se encontró con el gorrión fue un viernes. Ese día, el ave estaba de un tenue amarillo limón, muy brillante, deslumbrante podríamos decir. Noel iba con su mochila y una bolsa grande, en la que su papá le había colocado con sumo cuidado una torre de muchos colores,  que el chico había hecho con vasitos de yogur, como trabajo de Plástica. Los había ido coleccionando, ensamblando y pegando  en su dormitorio, junto a la ventana. Imitaba una torre, pero parecía la fachada de una atracción de feria. A la señorita le gustó mucho.
               Por la tarde, después de merendar, Noel estuvo recogiendo todo lo que había usado para edificar la torre: tijeras, pegamento, recortes, lápices y rotuladores, grapas… De pronto, un pajarito entró en la habitación.  Le recordó la imagen de su gorrión de colores. Pero este era como todos, gris pardo. El pajarito estuvo revoloteando unos instantes. Noel se levantó y trató de atraparlo. Enfiló entonces hacia el rincón que el niño había dejado libre. Se posó en el suelo y empezó como a buscar algo. Daba unos pasitos, olía, volvía otra vez, miraba… “¿Qué querrá, qué buscará?”. Daba la impresión de que deseaba algo que ya no había. Cuando estuvo seguro de que no cumpliría su deseo, el pájaro se fue por donde había llegado.
               Noel se quedó pensativo. Le venía la imagen última del ave, la del viernes, tan radiante. Sin saber por qué, se acordó de que la tarde anterior, la del jueves, la merienda había sido un yogur del mismo color, amarillo limón. Y que el vasito amarillo había sido el último agregado a la torre. “¡Ahora lo comprendo!”.

     -  Mamáaaaa  -gritó, mientras corría hacia el salón-. El color del pajarillo…, bueno, los colores…, o sea…
     -  Noel, tranquilo, tranquilo, ¿qué pasa? Dime.
     -  El color de cada día era el mismo que el del yogur de la merienda de la tarde anterior.  El pajarillo entraba o miraba desde la ventana, olía, o… yo qué sé…, y cambiaba sus plumas.
     - ¿Si? ¿Y cómo lo has sabido?
     -  Acaba de meterse en mi cuarto y de rebuscar donde yo tenía mi torre de vasitos. No ha visto el de hoy y se ha ido.
               En efecto, el sábado no estaba el pájaro en el árbol. O era uno de los muchos que se movían por allí sin distinción de color y sin ganas de destacar. Noel nunca más pudo ver a su mágico gorrioncito. No obstante, durante años, ni una tarde dejó de merendar yogur, aunque solo fuera como recuerdo y homenaje a su querido Colorines, como lo bautizaron la abuela Ana y él, después de la desaparición. “A lo mejor solo quería jugar”. 

martes, 26 de junio de 2012

ALIENACIÓN Y ALINEAMIENTO EN POLÍTICA


               En mis tiempos (que quiere decir: cuando yo era joven), tenía mucho predicamento el verbo “alienar”, sobre todo formando parte de la perífrasis “estar alienado”. Procedía de una simplificación de la noción marxista de “alienación”. Si no recuerdo mal, se usaba para afear a alguien su adscripción acrítica a una forma de pensar o de comportarse solo por ser socialmente prestigiosa o estar de moda. Se decía de quienes carecían de ideas propias y se manejaban con conceptos ajenos, provenientes de instituciones o grupos sociales de gran empuje, aunque no siempre de igual sustancia. Hoy no se emplea apenas la expresión, lo que no significa que haya desaparecido la condición de alienado.
               En el terreno de la política, un alienado es aquel que, perteneciente o no a un partido, admite la prédica de este con los ojos cerrados y aun defiende públicamente su discurso, por encima de todo y en cualquier circunstancia, con argumentos servidos por la propia organización. No posee más verdad ni más proyecto que los del partido, en el mejor de los casos porque cree en él a pies juntillas. Jamás acepta un error de gestión, puesto que toda medida, piensa, incluso pareciendo equivocada, tiene su explicación. El alienado es un forofo, un seguidor incansable, un hooligan pacífico (casi siempre), etc., y una pieza apetecida por los dirigentes políticos. Para él, todos los que no piensan como los suyos están equivocados y actúan de mala fe. El alienado político es incapaz de la más mínima objetividad, porque su visión está mediatizada. En su cabeza no hay resquicio para el análisis personal, porque su mente está “ocupada”; allí no existe nada que no sea “lo que dice/diga el partido”. El alienado está vacío de sí mismo y lleno de otro.
               Estamos hablando de alienación política, pero lo mismo que podríamos tratar de cualquier tipo de ofuscación, motivado por la entrega o cesión del propio discurrir a una autoridad, tan discutible (aunque indiscutida), llena de carencias y contradicciones como todo lo humano.
es/2011/04/convenio.html
               Algunos establecen un paralelismo entre la confianza extrema del alienado en su mentor y la fe del creyente religioso. El supuesto parecido se basa en que, en ambos casos, el fundamento del vasallaje mental resulta gratuito, responde a un proceso de adscripción a ciegas, falto de argumentos racionales; no están convencidos, sino deslumbrados, como San Pablo, al que una luz tiró del caballo. En cierto modo, esa proximidad es real y sucede, según creo, porque el alienado político se apunta a una organización partidista como si ingresara en una secta o iglesia, y toma sus principios por dogmas y sus programas por catecismos. Se da en él una confusión entre política y religión en el sentido expuesto.
                No es difícil ver, por otra parte, el punto de unión, o de contacto al menos, entre los términos “alienación” y “alineamiento”, que menciona el título. El origen y la naturaleza semántica de uno y otro vocablo son distintos: mientras “alienar” procede del latín “alius”, que significa ‘otro’ (y está en la base de “enajenar”, “ajeno”, etc.), el verbo “alinear” viene de “linea”, español “línea”, que, entre otros, tiene el sentido de ‘dirección, tendencia, orientación o estilo de un arte o saber cualquiera” (DRAE). Con lo que “alinearse” indica “vincularse a una tendencia política, ideológica, etc.” (DRAE). En relación con lo que vengo diciendo, queda claro como el agua que el alienado político se alinea permanentemente, de por vida, con el partido de sus amores, del que ni sale ni quiere salir. Volviendo a la alusión religiosa, es como el que ha recibido un bautismo y con él una señal indeleble, eterna, de modo que la renuncia o la negación equivaldría a una apostasía vergonzosa y cobarde.
               ¿No es legítimo que cualquier ciudadano, en el ejercicio de su libertad, se dé de alta para siempre en la organización que más le guste? Por supuesto que sí. Pero en este caso, como en otros, la legitimidad no es un valor, sino un supuesto, una condición. Eso por un lado, y por otro, en muchas ocasiones la formalización del ingreso acerca el riesgo de alienación, de la que sitúa a un paso al sujeto.
Prefiero la distancia, mental y material, que permite el juicio, la crítica, la denuncia, la disidencia, el cambio de acera incluso. Me gusta, en esto, la relación esporádica, temporal y efímera, más que el casorio. Hay ya mucha gente, en España y sobre todo en países con más tradición y cultura democráticas, que en el instante de emitir su voto o cuando participa en discusiones se atiene a los hechos y no a las doctrinas, o sea, respalda a la formación política que le ha demostrado, con su gestión, que puede confiar en ella para mejorar la vida colectiva e individual, aunque esa formación sea de signo ideológico distinto e incluso opuesto a la que votó anteriormente. “Cambiarse de chaqueta”, que es como llamamos aquí a tal proceder, igualándolo a la del apóstata, debería ya dejar sus connotaciones negativas, al hablar del elector. Sería un signo de madurez ciudadana, estoy seguro.

Post scriptum: A quien he puesto de vuelta y media en este modesto análisis es al alienado político, un tipo muy diferente del bribón político, del aprovechado o “convenido”, del que aplaude servilmente a quien le da de comer y le satisface sus caprichos. Ese no será nunca un alienado, ni tampoco lo contrario, sencillamente porque no tiene ni alma ni cerebro, sino solo estómago y cartera.

lunes, 18 de junio de 2012

MINISTRO...


               Recordaréis la rueda de prensa ofrecida el pasado 9 de los corrientes por el ministro de Economía para anunciar la concesión de una “línea de crédito” destinada a la banca española. En relación con este tema, tan grave, delicado y trascendente, la cuestión que voy a tratar aquí es realmente menor, porque no tiene incidencia en el mundo de los euros, en el serio problema económico  que ahora padecemos. Me voy a situar en la perspectiva de la comunicación, desde la cual sí que juzgo relevante el hecho.
               A lo largo de la sesión, los periodistas, todos sin excepción (incluido uno que se expresaba en inglés), se dirigían al representante del gobierno con la palabra “ministro” en la inmensa mayoría de sus preguntas y observaciones. Usaban el término que indica el cargo, omitiendo el sustantivo de tratamiento “señor”. Salvo en una ocasión o dos, nunca decían “señor ministro”.

               “Señor ministro” es la fórmula tradicional, idéntica a “señor presidente”, “señor director”, “señor gobernador”, “señor administrador”, etc., o su femenino, “señora”. Responde, pues, a una norma, que opera también cuando se recurre al apellido o apellidos: “Señor Gómez, señora Benítez, etc.”. Se añade que este uso de “señor/a” queda reservado para las situaciones de cierta formalidad (orales o escritas), como una rueda de prensa por ejemplo, y no aparece en actos de comunicación coloquiales. Lleva, además, implícito el tratamiento de cortesía “usted”. 

2012/06/10/europa-rescata-banca/1263049.html
               Podemos especular acerca de los motivos de la progresiva supresión de “señor/a” y aventurar alguna hipótesis que intente explicarla. Así, la tendencia actual a fomentar la igualdad o, al menos, a acortar distancias sociales, de rango o jerarquía, entendidas como excesivas. La palabra “señor/a” simbolizaría esas distancias y comportaría la manifestación de un inmoderado respeto, rayano en la sumisión y pleitesía, que hay que desterrar, al menos en las formas. Los tiempos que corren son proclives, además, a tratarnos con una confianza y familiaridad superiores a las que la diferencia de edad y posición social, así como el grado de conocimiento o relación personal han permitido hasta ahora.

               Discutible, como todas, esta teoría parece razonable, teniendo además en cuenta la coincidencia del fenómeno con el del tuteo general, o casi general, que puede considerarse de la misma índole y responder al mismo afán nivelador, traducido en una notable propensión a la camaradería. Un ejemplo claro está en el ámbito de la enseñanza, donde cualquier niño puede pedir a su profesor que le aclare algo con frases así: “Maestro, explícalo otra vez, que no me he entrado de nada”. No solo se aprecia la eliminación de “señor”, impensable ya en el aula, sino también la sustitución del “usted” por el “tú”.

               Otro aspecto de la misma cuestión apunta a la posibilidad de que determinados tipos de cargos sean más propicios que otros para la supresión de “señor/a”, así como el nivel de penetración o generalización en la comunidad. No estoy ahora mismo en condiciones de abordar tales extremos, porque carezco de datos. Al parecer, esta forma de apelación se está imponiendo en muchos y diversos contextos, según se desprende de la naturalidad y constancia de su empleo en una rueda de prensa como la que vengo citando, de tanta significación, no solo por la categoría del político y el interés del asunto, sino también por el hecho de ser televisada en directo para todo el país.

                ¿Cuál es la doctrina actual de la Real Academia a este respecto? Acabo de recibir un correo de la docta casa, como respuesta a una pregunta mía expresa. Dice así: “En el uso vocativo, estos cargos van precedidos de la palabra señor: ‘Señor ministro: permítame una pregunta’. ‘Pero, señor director, los datos que usted maneja no son exactos’.”
               Y ahora, ¿cómo le ponemos al niño?, decimos en mi tierra cuando nos quedamos sin saber qué hacer o a qué atenernos.




jueves, 24 de mayo de 2012

CRISPACIÓN


               La crispación es un estado de ánimo bastante pernicioso. Según creo, consiste en una excitación interior permanente, que provoca reacciones desmedidas a estímulos exteriores apreciados como agresiones o ataques. Por ejemplo, si yo soy del  Atlético de Madrid hasta la médula y no puedo vivir sin admirar y defender a muerte a mi equipo y ¡ay del que ose insinuar alguna crítica en mi presencia, que a ese se le quitan las ganas de hablar de fútbol!, entonces es que estoy crispado. En el diccionario académico se define “crispar” como ‘irritar, exasperar’, es decir, como acción y no como resultado, que es lo correspondiente a la perífrasis “estar crispado”.
               La crispación se contagia con mucha facilidad. Así, los que me tiren de la lengua con el dichoso tema del Atlético de Madrid, pueden contaminarse por efecto de los sapos y culebras que salgan de mi boca. A partir de ahí, nuestra relación tendrá un tenor envenenado y estaremos ambos a la defensiva. La crispación incita a la crispación.
               Me parece a mí que la tensión interior correspondiente a la crispación también se generaliza con facilidad: una vez instalada, salta a propósito de cualquier asunto, aunque no sea aquel al que primeramente respondía. Es lo propio de personas que siempre están en tensión, como enfadados con el mundo; todo les parece mal, todo lo discuten, todo les molesta. Otras veces únicamente se es sensible a ciertas cuestiones o bien a ciertas personas o grupos de personas: hay quien no puede ver a su vecino, quien no aguanta la clase de Matemáticas o no puede oír al alcalde de su ciudad… o a los del PP, etc.).
http://www.lacasadeacuario.com/
2010/11/crispacion-20.html
               Por último, y esto es a lo que voy fundamentalmente, la crispación viene muchas veces intencionadamente provocada. Siguiendo con el fútbol, es sabido que los clubes suelen “calentar” especialmente ciertos partidos, enardeciendo a las mutuas aficiones y avivando en ellas el sentimiento de adhesión incondicional y el ansia incontenible de contundente victoria. Es una crispación inducida sin dificultad, porque el destinatario ya está entrenado  -nunca mejor dicho-  para dejarse arrastrar al combate. En otro orden de cosas, la política por ejemplo, no sucede de diferente manera:  en determinados momentos, generalmente las campañas electorales, los líderes crispan a la ciudadanía con toda clase de insultos y exagerados ataques a los adversarios (vistos y hechos ver como enemigos mortales), posturas extremas, radicalizadas…, para convertir al máximo número de censados en entusiastas votantes acríticos de sus respectivas siglas. 
               ¿Es legítima esta conducta por parte de quienes dirigen a las masas? Depende. Una cosa es, por ejemplo, empujar a la afición para que anime al equipo y para que el contrario termine  “machacado”, y otra, muy distinta, negarle el pan y la sal a los oponentes políticos, deslegitimarlos y hasta pretender su anulación en el juego democrático. Fomentar esta actitud es algo muy peligroso, porque su querencia es el exterminio del contrario. Aparte de que se basa en la existencia de verdades absolutas (“solo nosotros llevamos razón”), que no son sino absolutas mentiras, pues   -como decía el clásico- la verdad es una naranja de la que cada uno tenemos un gajo.
               Un dato más para ponderar tal peligro: la crispación, individual y sobre todo colectiva, es un estado emocional, irracional, al que sostiene e inflama la pasión, fuera del control de la inteligencia. Es una alteración que ciega a las personas y las deja con frecuencia a merced de sus instintos más primitivos, una vez abiertas las compuertas y anulado todo freno moral.
Recuerdo que, hace años, estando yo en un grupo de teatro aficionado, el director nos decía que, antes de la representación y durante toda ella, no debíamos perder un cierto nivel de tensión, para que la actuación tuviese nervio, no debíamos “aflojarnos” interiormente y que la interpretación fuese desvaída. Valga esta anécdota para ilustrar una última idea, la de que los humanos no podemos eliminar el ardor, el apasionamiento, un cierto apasionamiento, una cierta excitación, en nuestra actividad externa e interna, porque actúan como motor complementario imprescindible, y tampoco una prudente rivalidad, que sirve de acicate. Pero también hay que salvaguardar un grado de objetividad y de racionalidad, de respeto a las posiciones ajenas, de aceptación de la propia limitación y posibilidad de fracaso, de calma, de distanciamiento intelectual, de sentido del humor (“reírse de sí mismo”). Si no, se caerá, precisamente, en la crispación. Los que manejan interesadamente la opinión pública y los comportamientos colectivos  -a los que conviene identificar y desenmascarar-  saben que no son estas últimas, precisamente, las virtudes amigas.

jueves, 26 de abril de 2012

QUITO LA RADIO


               Hoy, esta mañana, ha sido uno de los pocos días en que he quitado la radio a mitad del programa informativo que normalmente escucho. Un programa de los que suelen realizar ahora desde muy temprano y que incluye no solo noticias, sino también comentarios y tertulia. No he podido soportar más, me he venido abajo. Le he dado al power entre hastiado y deprimido.  Me sentía ya harto de tan machacona repetición del mismo tema, la economía de nuestro país; cuestión que va camino de alcanzar en frecuencia a otras dos, reiteradas hasta la saciedad: la mentira y la corrupción, de las cuales acusan ininterrumpidamente unos políticos a los del bando contrario. Estoy hasta la coronilla (diría, si tuviera aún coronilla),  de déficit, recesión, prima de riesgo, mercados, etc., etc. , de que “Fulano no dice la verdad y lo sabe” o de que “Zutano y Perengano están metidos hasta el cuello en una operación de trinque”…, de oír todo esto una y otra vez, y luego otra vez y otra vez… sin parar.
http://www.lastfm.es/group/GD+Game+Threads/
forum/211572/_/660789/1

                Todo cansa y algunas cosas, más. Como estas, por ejemplo, de las que no solo se habla sin parar, sino que siempre se dice casi lo mismo: que van fatal, cada día peor. Lo quel da lugar al desánimo, al agobio, a la desesperación… Es como si te recordaran cada minuto que estás al borde del precipicio, en la punta más alta de un acantilado, dentro de un avión averiado que desciende sin control…, a punto de caer y estrellarte.

                La radio, así, no es buena compañía.  Con ese tono dramático y ese aire lúgubre, ya no comunica, sino zarandea, empuja, tortura, amenaza. No quiero más información, no quiero más actualidad de tal signo. Prefiero algo más asequible a un nivel de resistencia a la angustia medio, como es el mío, creo. Quiero salir de esta especie de cámara de gas donde me ahogaré si no abro alguna ventana por donde respirar oxígeno, aunque sea de mala calidad. Prefiero que, en estos momentos de postración nacional, me hablen de realidades tal vez menos trascendentes, menos decisivas, pero más consoladoras, más sedantes: la iglesia que han restaurado en Segovia, las victorias del equipo de fútbol femenino de Nosedonde, la cazuela de calabacín con chistorra que cocinan en el chiringuito Equis de Santoña, el traje de comunión del vigésimo hijo de Julio Iglesias, etc., etc.  Sugiero que, al menos, combinen el condimento dulce con el agrio y alrededor del duro hueso encontremos los oyentes un poco de jugosa carne.  O que, cuando haya que tratar de lo desagradable, se exprese con los términos menos descarnados posible. O que encarezcan lo bueno que también ocurre en la economía y en la política.

               A mucha gente no nos interesan demasiado los temas frívolos, más bien poco, poquísimo. Si los pedimos y atendemos  a ellos, es por exclusión, para no dejar hueco a los otros , funestos, mejor dicho, al  insistente dale que dale de los otros. Y porque podemos… manejarlos,  criticarlos, poner de vuelta y media a los protagonistas o a los medios que cuentan las historias, o bien alabarlos hasta el infinito…, sin que pase nada ni quedemos motejados de antipatriotas, de progres o de carcas… y encima nos surja mala conciencia; y sin que se hunda el mundo por el simple hecho de que sucedan o dejen de suceder; sin que todo espacio informativo nos coloque encima la espada de Damocles. No queremos encontrarnos en situaciones límite cada cuarto de hora.

               No voy a exigir a los medios que sean una feria y que me alegren la vida; pero sí que, por lo menos, no me la fastidien más de lo que ya está. Que me distraigan un poco, entre una y otra noticia aciaga, relatada de forma austera; que me hagan olvidar, mientras salgo a la calle y compruebo, quiera o no quiera, que han cerrado un comercio más y que sestea en el parque una decena más de jóvenes en paro. Les haré un ruego general en los términos de una de las conocidas máximas comunicativas de Grice: llegados al punto fatídico, “sean ustedes todo y sólo lo informativos que deban ser”.  Queremos estar enterados de lo que pasa, pero no más de la cuenta.

martes, 10 de abril de 2012

"SI ESO..." (II)


               En la primera parte de este artículo traté sobre la expresión amortiguadora “Si eso…” en contextos de recriminación insinuada  (“Si eso, me callo”) o imperativos atenuados (“Si eso, te lo traes en tu coche”). A tales casos hay que añadir otro entorno enunciativo, que es el que corresponde a oraciones como “Ya te llamo yo, si eso” (nombre, por cierto, de una página de facebook: http://www.facebook.com/pages/Ya-te-llamo-yo-si-eso/315032782680), “Me lo traigo mañana, si eso”, “Si eso, le metemos cualquier rollo”, “Si eso, nos llegamos en un salto”, “Si eso, le digo que me ha gustado mucho, y punto”, etc.

http://blogs.publico.es/medina/1869/las-promesas/

               En esta clase de construcciones se observan algunas notas características:
a)      El sujeto del núcleo principal es siempre la primera persona, del singular (más frecuentemente) o del plural.
b)      El verbo aparece en presente de indicativo con valor de presente o de futuro.
c)       Desde la óptica de la función comunicativa, estos enunciados manifiestan una especie de compromiso, promesa o disposición a realizar algo, expuestos ante el receptor: “Ya te llamo yo, si eso” equivale a “Me comprometo a llamarte”/”Te prometo que te llamaré”, etc.
d)      La fórmula “si eso”, situada delante o detrás del núcleo semántico fundamental, mitiga, debilita, relativiza… el mencionado compromiso, atenúa la fuerza de la promesa, diluye la disposición a hacer lo que se anuncia, etc.: “Si eso, yo te lo presto” (“si no hay más remedio…”, “si encarta…”, “si puedo…”, “quizás”, “ya veremos”, etc.).
                En este último aspecto, la mencionada fórmula se comporta de manera similar a la analizada en los contextos imperativo y recriminatorio, es decir, como un recurso para la amortiguación expresiva, que permite que conste el ofrecimiento, aunque exime, en mayor o menor grado, de la responsabilidad de cumplirlo. No hay gran diferencia respecto de los usos con el verbo en imperativo, puesto que, en el fondo, decir “Si eso, yo te llamo” equivale a una especie de automandato amortiguado. El presente sustituye a la inexistente primera persona del modo imperativo.