martes, 13 de diciembre de 2011

DIME CÓMO LO OYES Y...


               La gente habla de la forma que mejor sabe y puede en cada ocasión. No conozco a nadie que se exprese incorrecta o inadecuadamente aposta. Todo el mundo acude a las palabras y giros que cuadran, en su opinión, con lo que quiere manifestar, con el objetivo que persigue y con las condiciones en que se desarrolla el acto comunicativo. Para lo que quiero exponer, doy este principio (que también podría aplicarse a la escritura) por cierto. ¿Cómo se explicaría, entonces, que, no pocas veces, bastantes personas pronuncien palabras de forma incorrecta, usen términos impropios, construyan erróneamente las frases, etc., etc.?


               La ignorancia, eso es lo que lleva a hacer las cosas mal, creyendo que se hacen bien. Ejemplos al canto. Hay quien dice “Fairola”, en vez de “Fuengirola”, sin ningún cargo de conciencia toponímico. Y quien, tragándose una sílaba de “probabilidad”, la deja en “probalidad”. Y quien, arrogándose inconsciente el poder de alterar el léxico, habla de “zurraspas”, incrementando el auténtico “zurrapas”. Y quien se aplica gasa y “esparatrapo”, en lugar de “esparadrapo”. Y quien conjuga “dicieron” por “dijeron”, “quedré” por “querré” e incluso “hadré” por “haré”. En un colegio, una de las madres de alumno se refería a los niños que no iban a ir a una excursión con sus compañeros porque tenían varios “aperseguimientos”, o sea, “apercibimientos”, entendidos, digo yo, como actos de “persecución” de la mala conducta. Y un estudiante alababa la sociabilidad de mi perrita y la piropeaba diciéndole que era muy “cariñoja”.

               Los mecanismos fonéticos, gramaticales y léxico-semánticos que operan en estas mutaciones son diversos, desde la ultracorrección o la etimología popular a la simple deformación de las secuencias sonoras sin una base lingüística especial. De eso ya se ha tratado en este blog y en otros muchos lugares dedicados a la materia. Hoy quiero referirme en concreto a la ignorancia.

               Consiste en no saber pronunciar “bien” una palabra o en suprimir (menos comúnmente, añadir) sílabas enteras, según se observa en la mayoría de los ejemplos citados. Tal desconocimiento proviene casi siempre de una percepción auditiva errónea, o sea, de oír los vocablos de una manera distinta a como salen de la boca de quien los pronuncia como debe, para reproducirlos a continuación exactamente como se han creído oír. Por mil motivos, quien se expresa oralmente no siempre vocaliza como un buen locutor  o un buen actor, y su discurso llega al oyente con mayor o menor “ruido” y desnaturalizado por toda suerte de interferencias.

               Estos inconvenientes en la transmisión, absolutamente normales y esperables, se compensan por lo general con la escritura, donde, salvo excepciones, las palabras se reproducen intactas (hago caso omiso estratégico de los dialectos más o menos lejanos de la fonética que representa la escritura).  Pero, y aquí está el auténtico problema, no todo el mundo accede a la lengua escrita con la intensidad y frecuencia necesarias, y tampoco recurre a la consulta de diccionarios o enciclopedias. No importa que hayamos alcanzado en España y en el mundo “civilizado” el cien  por cien de la escolarización. Cantidad de niños concluyen la escolaridad y abandonan ya el trato con la lectura y la escritura: a partir de ahí ya todo es oral y auditivo. Porque en el ordenador tampoco se lee y lo que se escribe es pura lengua hablada transcrita, o incluso menos.

               El nacimiento de los dialectos y, de ellos, las lenguas, a partir de otra anterior, se debe a la ignorancia a la que me vengo refiriendo. En los siglos medievales, el latín vulgar (hablado) en España se fragmentó y dio origen a modalidades lingüísticas, algunas de las cuales hoy son idiomas nacionales o regionales, gracias al carácter ágrafo de la “cultura” de la mayoría de la población, que aprendía tan solo de oído. Así se perpetuaron las singularidades propias de cada región al tratar de reproducir el latín y las “equivocaciones” propias de toda clase de habla.

               Los estudiosos suelen afirmar que hoy resultaría impensable un proceso como el que acabo de describir, porque la presión de la lengua escrita es muy fuerte. No voy a ser yo quien me oponga a los sabios. Sin embargo, hay días en los que le asaltan dudas a uno acerca de si el empuje y el alcance del magisterio lingüístico de la escritura llegan a tanto como se piensa.

6 comentarios:

  1. A lo mejor, lo que comentas, es la razón porque nadie me entiende...¡Vaya!, no sé expresar, con un lenguaje claro y preciso, toda esta amalgama de sentimientos que tengo escondidos en mi "patata".

    Un abrazo,

    Rato Raro

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  2. De todos los mecanismos lingüísticos que operan para la "deformación" de algunos términos, siento una especial simpatía por la "etimología popular". Es cierto que el que deforma palabras que oye mal, a causa de cualquier tipo de interferencias, "está poco leído". Si este hecho indica falta de cultura, queda totalmente superada por la inteligencia natural que el hablante aporta al término, relacionándolo con alguno ya conocido, con el que guarda similitud semántica.
    Hace tiempo le escuché a un Sr. que se caracteriza por su fluidez verbal, un término que me encantó: "despasado" en lugar de "desfasado". No me digáis que no le aplicó la lógica: lo desfasado quedó atrás, pasó, por tanto, "despasado".;.-) Saludos

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  3. ¿Quién te ha dicho que no se te entiende, Rato? Yo creo que escribes muy clarito (no importa esas faltillas que se cuelan de vez en cuando). Salud(os).

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  4. M. Jiménez, buenísima etimología popular. Besos.

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  5. Estimado jaramos.g:

    Como te dije en una ocasión, a mí me encanta deformar las palabras para bromear con ellas.
    Una amiga dice me 'separté' en lugar de 'separé', y me parece un acierto, porque además de separarse se preocupó mucho de apartarse.

    Hace un tiempo trabajé con personas sordas con distintos grados de pérdida auditiva.
    La sordera profunda (pérdida de más de 90 decibelios) prelocutiva (aparece antes de aprender el lenguaje oral), sobre todo si no se dispone a tiempo de los medios técnicos y educativos apropiados, compromete de forma global a la personalidad del sujeto, puesto que dificulta su comunicación, su relación con el entorno y su sociabilidad. Así que puedes imaginar cómo habla una persona con este tipo de discapacidad: no pueden educar su voz como las personas oyentes porque carecen de referente auditivo, es decir, no oyen ni se oyen. También escriben mal.
    Oír la lengua oral durante un período muy prolongado es esencial para ser capaz de utilizarla.
    Debemos recordar que aprendemos de oído.

    Saludos.

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  6. Efectivamente. Por lo que cuentas, me imagino que tendrás una interesante experiencia en este campo. Gracias por tu comentario. Feliz Navidad.

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