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Se queja Pérez Reverte en uno de sus últimos artículos (http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/645/hablando-mal-y-pronto/)
de que la gente lo tenga por un grosero malhablado y que esperen de él un
comportamiento acorde con tal prejuicio, cuando se expresa con la boca y no con
la tecla. “Me precio - asegura por el
contrario- de no haber sido grosero nunca […]. Otra cosa
es esta página pecadora y semanal, donde el que se expresa no es el arriba
firmante, sino un personaje literario, o algo por el estilo, situado a medias
entre el novelista que soy, el reportero que fui y el ciudadano de barra de bar
inclinado a ajustar cuentas con métodos y expresiones que buscan eficacia”.
Me parece muy oportuna esta aclaración, y no solo por
lo que toca particularmente al popular y conocido novelista, sino como explicación
o enseñanza general. En efecto, hay que tener en cuenta que los escritores,
salvo contadas ocasiones, nunca se dirigen directamente al público en sus
textos, sino a través de un “parlante interpuesto”, que puede guardar cierto
parecido o no asemejarse ni en el blanco de los ojos al autor. En el caso de
las obras literarias, explícita y nítidamente literarias (cuentos, novelas,
poesías, obras de teatro…), el mecanismo está claro y constituye la norma; más
borroso es el estatus de otros textos, como los que aparecen en columnas de
periódicos o en revistas semanales, del tipo del que comentamos (curiosamente,
Millás denomina “articuentos” a escritos suyos publicados en la prensa,
deliberadamente ambiguos). Desde el Arcipreste de Hita hasta Luis García Montero, pasando por Garcilaso o Darío; desde Cervantes hasta Prada o Zafón, pasando por “Clarín” o Ramón Pérez de Ayala, etc., ninguno de estos artistas “habla” en sus narraciones o poemas, según corresponda. Se trata siempre de una voz ajena, aunque parezca la propia. ¿También en la poesía? Sí, como acabo de afirmar: incluso en el caso del poeta más intimista y del poema más teñido de “sangre de corazón” (Rosalía o Cernuda o…), se trata siempre de una simulación, de un individuo con la careta del escritor, de un juego comunicativo. El emisor auténtico de aquel dramático y conmovedor soneto de Lope “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?” o el de tantos y tantos poemas de amor de Petrarca o de Shakespeare..., el emisor, digo, es una especie de “emisario” invisible, conformado por los poetas y enviado por ellos al público para mostrar con sus palabras sentimientos, sensaciones…, también figurados. Suele decirse que uno de los poetas amorosos más grandes de la literatura universal, Quevedo, autor entre otros del celebérrimo “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra… “, era un rematado y reconocido misógino. Bécquer, por su parte, aconsejaba no coger la pluma cuando las emociones están vivas aún, calientes, sino cuando se apacigua el ánimo y pueden solidificarse en forma de palabras (poéticas), cuando pueden ser re-creadas, o sea, des-autentificadas, y cuando es posible construir un “emisario” lírico con una voz (poética) a la medida de dichas pasiones.
Pensar lo contrario ante una obra de creación (nótese: “obra
de creación”, no “natural” o “espontánea”) equivale a ser un lector ingenuo.
Hay que estar al tanto del artificio textual-comunicativo que encierra el poema
o la narración o la comedia. De lo contrario, el camino será equivocado y la
meta, errada.
Pérez Reverte nos viene a dar una lección, pues, al
advertirnos que no seamos simples y que entendamos que el inculto y malcriado,
el lenguaraz e impertinente no es él, sino una persona de papel (o de plasma de
pantalla), su “emisario”, una máscara. Y que nadie busque espectáculo chocarrero
cuando se presenta con su propia identidad, la de Arturo. Según afirma, tampoco
lo son los “emisarios” (o “narratarios”: se les han dado tantos nombres a estos
nuncios o legados) de sus novelas, como efectivamente podemos comprobar. Lección
oportuna, dada la naturaleza, un tanto equívoca como he dicho, de este tipo de
textos. En el que cito, “Hablando mal y pronto”, se justifica además la
presencia de un tipo así como representante o vocero y su desparpajo extremo.
Invito a la lectura de la página completa.
Muy jugoso el artículo de Pérez Reverte que traes a este blog.
ResponderEliminarSiempre he defendido a este señor, aun sabiendo que me podían tildar con cualquier barbaridad.
Es verdad que muchas personas creen que es un grosero, quizá porque un artículo suele considerarse siempre una opinión personal, no un escrito con voz ajena, como ocurre con la novela, por ejemplo.
Saludos.
Claro. Pues, ¿sabes una cosa, Manuela? Mucha gente no entiende esa especie de dicotomía. Si tienes un minuto, entra en la página de la que he cogido la caricatura. Es un ejemplo. Gracias por tu visita y comentario.
ResponderEliminarEstimado jaramos.g:
ResponderEliminarHe leído lo que me apuntas. La verdad es que si no me lo dices me habría pasado inadvertido. Gracias.
Bueno, un ejemplo más, efectivamente... Pero me temo que esa es la opinón general, al menos con la que me encuentro habitualmente.
Lo curioso es que yo respeto sin aspavientos este tipo de opiniones, pero la mía casi siempre es acogida con burla, en el mejor de los casos.
En fin...