miércoles, 30 de noviembre de 2011

LA IMAGINACIÓN


 Reproduzco hoy un nuevo texto de mi sobrino Felipe, que ha escrito como trabajo de clase. Creo que merece la pena.
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         La imaginación es como una especie de don que tenemos todas las personas, o al

menos eso creo. En la imaginación puede pasar cualquier cosa, desde una invasión de

extraterrestres o incluso un amigo imaginario; a veces se usa para reirnos, pasarlo

bien ,viajar a mundos no existentes....

     Es una especie de pensamiento positivo o de sistema de..., bueno, de exploración.
          



      La imaginación puede adoptar formas de paisajes, personajes, expresiones,

movimientos...o a veces se ve como en un dibujo o no se ve cuando te imaginas todas

las imágenes de un relato.

  Una pregnta: ¿ crees en mundos, personajes y muchas cosas paralelas? Busca en tu imaginación...

Posdata:Señorita o profesor, me gustaría que escribieses la respuesta a la pregunta o al

menos cuestiónatela en tu mente.


FELIPE SÁNCHEZ (10 AÑOS)


lunes, 21 de noviembre de 2011

HOY NO TOCA... DEBERES


               Os juro que ni me hace gracia ni me gusta. Cuando, hace diez o doce años, oí la metáfora en boca de Aznar, que creo fue el primero en utilizarla, ya me produjo dentera. Me refiero a eso de “hoy no toca”, que dice el político de turno si no quiere responder a preguntas de periodistas en ruedas de prensa o similares. El antecesor de Rajoy en el PP no era especialmente remiso a contestar en tales situaciones, al menos no tanto como otros lo han sido después. No recuerdo bien cuál era el asunto que calló; puede que fuese una cuestión no demasiado relevante, como una fecha (¿de un congreso?, ¿de unas elecciones?), un nombre (¿para tal o cual ministerio?) o algo parecido. Se puso, así, en circulación el tropo procedente del lenguaje escolar y, desde entonces, se ha repetido hasta la saciedad. Lo oí mil veces cuando Rubalcaba era portavoz del gobierno, pero podría citar a otros de diferentes partidos, si bien no con la frecuencia del excandidato.
               Otra expresión de similar naturaleza lingüística y cargada de la misma capacidad para irritar a quien esto escribe, es “hacer los deberes”. No alcanzo a situar su nacimiento en un momento preciso ni en una boca pública determinada. Sí puedo decir que se viene nombrando con esa frase, también sacada del ámbito de las aulas, lo que hemos tenido o tendremos que hacer para alcanzar ciertas metas europeas. 

http://www.jerez.es/fileadmin/Image_Archive/PRENSA/Manufoto/Octubre_07/24-10-07/Alcaldesa_en_rueda_de_prensa.jpg
               Supongo que ambas figuras os suenan. No sé si estragan vuestra estimativa lingüística como dañan la mía. ¿Por qué me molestan tanto? ¿Tendrá algo que ver la causa con mi pertenencia al mundo de la educación, durante tantos años, como profesor de Secundaria? ¿Será que advierto una intromisión imperdonable, ahora que tan poco perdón concita la clase política, acusada de enturbiar todo lo que toca? Creo que no. Más bien se trata de que, para mí, el ejercicio de la autoridad profesoral a que ambos enunciados apelan directamente, se torna autoritarismo cuando los dice un ciudadano a los demás ciudadanos dentro del contexto político, aunque sea con sentido figurado.
               Me explico. El maestro o profesor puede y debe marcar lo que en cada momento “toca” realizar a los alumnos, ejerciendo la autoridad que su preparación y su responsabilidad como educador requieren de él. Igual ocurre cuando les señala “deberes” a los niños. Estos tienen que atenerse a lo que “toca” y de efectuar los ejercicios o tareas indicadas. Pero en la vida social adulta, en el ámbito de las relaciones políticas, nadie está investido con una autoridad semejante, puesto que el pueblo tiene derecho a estar informado, a través de los medios de comunicación, siempre, y no cuando un ministro o director o alcalde decide que “toca”. En cuanto a los “deberes”, sabemos que la ley impone obligaciones, prohíbe, dicta, otorga, permite…, pero en un sentido muy distinto y, sobre todo, mediante un procedimiento absolutamente diferente del que sigue el maestro: el procedimiento democrático, que se desarrolla en los órganos e instituciones correspondientes.
               Sé que, en ocasiones, se adoban con una pizca de ironía las frases susodichas. Y, desde luego, que mantienen (aún) su naturaleza metafórica, y no presentan (aún) un sentido recto, literal. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Sin embargo..., confieso que me molestan. Espero no parecer, por ello, demasiado suspicaz. 

domingo, 13 de noviembre de 2011

EMISOR Y EMISARIO








http://es.paperblog.com/perez-reverte-
un-escritorzuelo-con-suerte-117843/

               Se queja Pérez Reverte en uno de sus últimos artículos (http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/645/hablando-mal-y-pronto/) de que la gente lo tenga por un grosero malhablado y que esperen de él un comportamiento acorde con tal prejuicio, cuando se expresa con la boca y no con la tecla. “Me precio  - asegura por el contrario-   de no haber sido grosero nunca […]. Otra cosa es esta página pecadora y semanal, donde el que se expresa no es el arriba firmante, sino un personaje literario, o algo por el estilo, situado a medias entre el novelista que soy, el reportero que fui y el ciudadano de barra de bar inclinado a ajustar cuentas con métodos y expresiones que buscan eficacia”.
               Me parece muy oportuna esta aclaración, y no solo por lo que toca particularmente al popular y conocido novelista, sino como explicación o enseñanza general. En efecto, hay que tener en cuenta que los escritores, salvo contadas ocasiones, nunca se dirigen directamente al público en sus textos, sino a través de un “parlante interpuesto”, que puede guardar cierto parecido o no asemejarse ni en el blanco de los ojos al autor. En el caso de las obras literarias, explícita y nítidamente literarias (cuentos, novelas, poesías, obras de teatro…), el mecanismo está claro y constituye la norma; más borroso es el estatus de otros textos, como los que aparecen en columnas de periódicos o en revistas semanales, del tipo del que comentamos (curiosamente, Millás denomina “articuentos” a escritos suyos publicados en la prensa, deliberadamente ambiguos).
               Desde el Arcipreste de Hita hasta Luis García Montero, pasando por Garcilaso o Darío; desde Cervantes hasta Prada o Zafón, pasando por “Clarín” o Ramón Pérez de Ayala, e
tc., ninguno de estos artistas “habla” en sus narraciones o poemas, según corresponda. Se trata siempre de una voz ajena, aunque parezca la propia. ¿También en la poesía? Sí, como acabo de afirmar: incluso en el caso del poeta más intimista y del poema más teñido de “sangre de corazón” (Rosalía o Cernuda o…), se trata siempre de una simulación, de un individuo con la careta del escritor, de un juego comunicativo. El emisor auténtico de aquel dramático y conmovedor soneto de Lope “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?” o el de tantos y tantos poemas de amor de Petrarca o de Shakespeare..., el emisor, digo, es una especie de “emisario” invisible, conformado por los poetas y enviado por ellos al público para mostrar con sus palabras sentimientos, sensaciones…, también figurados. Suele decirse que uno de los poetas amorosos más grandes de la literatura universal, Quevedo, autor entre otros del celebérrimo “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra… “, era un rematado y reconocido misógino. Bécquer, por su parte, aconsejaba no coger la pluma cuando las emociones están vivas aún, calientes, sino cuando se apacigua el ánimo y pueden solidificarse en forma de palabras (poéticas), cuando pueden ser re-creadas, o sea, des-autentificadas, y cuando es posible construir un “emisario” lírico con una voz (poética) a la medida de dichas pasiones.  

                Pensar lo contrario ante una obra de creación (nótese: “obra de creación”, no “natural” o “espontánea”) equivale a ser un lector ingenuo. Hay que estar al tanto del artificio textual-comunicativo que encierra el poema o la narración o la comedia. De lo contrario, el camino será equivocado y la meta, errada.
               Pérez Reverte nos viene a dar una lección, pues, al advertirnos que no seamos simples y que entendamos que el inculto y malcriado, el lenguaraz e impertinente no es él, sino una persona de papel (o de plasma de pantalla), su “emisario”, una máscara. Y que nadie busque espectáculo chocarrero cuando se presenta con su propia identidad, la de Arturo. Según afirma, tampoco lo son los “emisarios” (o “narratarios”: se les han dado tantos nombres a estos nuncios o legados) de sus novelas, como efectivamente podemos comprobar. Lección oportuna, dada la naturaleza, un tanto equívoca como he dicho, de este tipo de textos. En el que cito, “Hablando mal y pronto”, se justifica además la presencia de un tipo así como representante o vocero y su desparpajo extremo. Invito a la lectura de la página completa.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA EVALUACIÓN DEL DEBATE


               En la noche del pasado día 7 tuvo lugar, por fin, el único debate de la campaña electoral entre los candidatos de los dos grandes partidos políticos españoles.  Existe la costumbre, aquí y en todos los países democráticos, de efectuar una valoración urgente al concluir, entre periodistas, comentaristas, tertulianos…, así como mediante una encuesta rápida, por teléfono, realizada a una muestra de población a cargo de empresas demoscópicas. El objetivo es, sobre todo, obtener una calificación en términos de “vencedor” y “vencido”.  En este caso, parece que el triunfo se ha otorgado a Rajoy por una diferencia clara, aunque no demasiado abultada.
               En mi opinión, esa es una manera de evaluar a los aspirantes excesivamente simple,  demasiado imprecisa, como casi todo lo periodístico. ¿Qué significa vencer? Supongo que consiste en ser más o ser menos que el otro en algo, terminar por encima o por debajo…, pero ¿en qué? Seguro que cada uno de nosotros  tendría una respuesta distinta si le preguntaran. Por supuesto, dicha respuesta se relacionaría con lo que esperara del debate y de los participantes antes de celebrarse.
En teoría, actuaciones como las de anoche deberían servir para que el votante se hiciera una idea más clara, más ajustada, de lo que venden los aspirantes, para así cualificar su voto, y eso es lo que buena parte del público espera. Pero no siempre, casi nunca, coincide con  la intención de los protagonistas; su objetivo es otro, pues la mayoría no aspira a que los entiendan, sino a que los voten. Más aún, puede no coincidir la finalidad respectiva de los que se enfrentan, porque depende mucho de la posición de partida en cuanto a intención de voto del electorado, según se refleja en las encuestas, así como de la pertenencia o no al partido a la sazón gobernante, etc.
               En tal sentido, las circunstancias eran muy desfavorables para Rubalcaba, que cargaba con el lastre de una gestión de su gobierno discutida (incluso condenada) por todos. Rajoy, en cambio, no solo se encontraba libre de esa servidumbre, sino que contaba con el recuerdo colectivo de una buena labor en la etapa de Aznar, sobre todo en materia económica, que ahora se ha convertido en el problema capital. Y, además, con las encuestas de cara, como consecuencia de lo mal que lo ha hecho Zapatero, así como, seguramente, de la forma en que el PP ha llevado la precampaña y la campaña. 


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               En tal situación, Rubalcaba, que no parece aspirar a ganar las elecciones, en la noche del debate (seguido por más de once millones de espectadores), se decantó desde el principio por una estrategia clara: a) no darse por aludido cuando Rajoy recordara los pecados de su gobierno, aún en funciones; b) intentar sacar de su oponente alguna concreción programática (de ahí las continuas preguntas), mejor si iba referida a “recortes” sociales, para elevarla retóricamente a la categoría de principio identitario y descalificar así todo el programa del PP como “antisocial”, tintarlo todo de negro, digamos, a partir de una “mancha” pequeñita, confiando en que al día siguiente los titulares de los periódicos (sobre todo, los amigos) se encargarían de colaborar en esta labor; c) destapar las “verdaderas” intenciones del PP, al margen del programa escrito, o no tan al margen, pues buscó el candidato socialista dos o tres frases un tanto ambiguas que pudieran dar pie a interpretaciones como las suyas (aunque también las contrarias); d) callar en la medida de lo posible su proyecto, sus “soluciones”, temiendo una crítica obvia: ¿por qué no has actuado así en estos años? O no son tan buenas dichas soluciones o eres un cínico por no habértelas guardado para usarlas ahora en tu favor.
               Por su parte, el aspirante conservador, respaldado por las encuestas (y también por la sensación de hastío generalizada y el deseo de cambio, de que “se toque ya el final del partido”) y crecido en su actitud por eso mismo, además de buen conocedor de las añagazas del más que veterano socialista, ahora candidato, pero nunca cándido, jugó su partido: a) aunque sin cebarse, desautorizó en varias ocasiones a quien tenía enfrente, aludiendo (con datos)a las tropelías del gobierno del cual era vicepresidente y portavoz, que nos han llevado al borde del precipicio, con frases duras en su contenido, aunque no tanto de forma (Rajoy no suele ser enfático, no intensifica demasiado…, para bien o para mal); b) advirtió hacia donde apuntaban las balas del enemigo y se cerró en banda, no concedió casi ninguna concreción, no desveló casi ningún detalle, pese a que el otro le arrastraba a hacerlo con tantas preguntas, tendentes también a exasperarlo y sacarlo de sus casillas por lo insistentes; c) exponiendo tan solo el esquema o esqueleto de su proyecto (o sea, lo más fácil de explicar y de entender, e incluso de aceptar sin problema), se propuso dar la sensación de tener un proyecto y proyectar así seguridad, confianza en sí mismo, frente a las improvisaciones, bandazos y contradicciones del los socialistas; d) explicó con meridiana claridad y contundencia, sin señalar matices ni riesgos, sin aludir a posibles fallos en la previsión, etc.,  los fundamentos de su plan, basado en el incremento del empleo como eje y columna fundamental, más que en la intervención del gobierno como motor de la activación y recuperación económica, que es el modelo socialista, “evidentemente fracasado”.
               En síntesis, la meta de Rubalcaba era abrir una brecha y colocar una bomba en la fortaleza del contrario; y la de este, no permitir que eso ocurriera e incluso, si fuera posible, incrementar la protección de dicha fortaleza. Definidas así las intenciones, y tomándolas como criterio, como aspectos de mi particular baremo, estoy ya en posición de evaluar y calificar. Me parece que, como la mayoría de los interrogados han dicho, seguramente de modo intuitivo, Rajoy consiguió lo que quería en un porcentaje superior al de su contrincante.